Según el billete de avión, el vuelo iba a salir de Madrid-Barajas para Cancún el sábado a las dos de la tarde. Son más de las tres y en la pantalla se alternan las palabras RETRASADO/DELAYED. Piensas en la prueba preconstituida y sacas una foto a la pantalla por si decidieras presentar una hipotética reclamación. Vas de vacaciones y no tienes pensado ocupar la cabeza con follones, pero la foto ya está archivada y tiempo tendrás de borrarla. Ese retraso tendría que ocasionarte unos perjuicios muy importantes para que finalmente decidas reclamar formalmente porque sería un caso de litisconsorcio pasivo necesario (la palabreja se las trae) y tendrías que reclamar contra la empresa de aviación, contra AENA y, ahí te duele, contra la agencia de viajes. No te olvidas de que que la gente de la misma agencia con la que contrataste el viaje, acabó enemistada con una cliente, amiga de aquellas y también conocida tuya, porque debido a un percance en un viaje, la cliente se vio en la necesidad de presentar una demanda, y aunque la agencia no tenía la culpa de lo ocurrido, la jurisprudencia exige que hay que demandar a toda la cadena organizativa.
Tienes presente lo anterior, pero de todas formas, por si acaso, sacas la foto.
Llegas al aeropuerto de Cancún con una hora y pico de retraso, que es asumible. Nada más salir del área de influencia del aire acondicionado, cuando traspasas la última puerta y sales a la zona de coches y autobuses, el país te recibe con un golpe de vaho, de aire húmedo y caliente, que te recuerda, manito, que estás en El Caribe.
El hotel que elegiste para las vacaciones (o por mejor decir, el hotel elegido por tu mujer) es de los de todo incluido, y evitarás andar todo el día convirtiendo pesos en dólares, y dólares en euros, y euros en pesos y así sucesivamente. Nada más entrar en el área de recepción, te ponen una pulsera de plástico en la muñeca y tendrás barra libre. Tiempo habrá de mojitos y caipiriñas, cafés y copas, aguas y zumos y como no tienes que pagar nada, te imaginas si el comunismo sería algo parecido a eso. Pero no, la igualdad, como en las castas hindúes, va por capas. Tendrás oportunidad de comprobar que el personal del hotel es morenito, maya, y el director, blanco, como los modelos y personajes de los mensajes publicitarios.
En Méjico te topaste con palabras sonoras y desconocidas, pero muy ajustadas a una etimología primitiva: los camareros son meseros, los extintores, extinguidores y, como las intermitentes tormentas tropicales riegan los pasillos del hotel, abundaban las advertencias de piso resbaloso.
Te apuntaste a dos excursiones culturales a ver sendos grupos de ruinas mayas, en un caso la famosa ciudad de Chichen Itza y a Cobá. Había más, pero, si no eres arqueólogo o especialmente entendido, acaban siendo montones de piedras grises. Este año no preparaste nada el viaje ni habías leído una línea ni sobre los mayas ni sobre Méjico, pero te pareció suficiente con lo que iba diciendo el guía.
Sí echaste de menos alguna incursión fuera de las rutas turísticas, pero te pareció que, siendo blanco, adentrarte sin más en las aldeas de la selva, podía ser peligroso, y villas o ciudades no turísticas no las había en las proximidades de la costa. Únicamente pudiste dar una vuelta por Valladolid, que te recordó a la República Dominicana, con sus charcos, los cables de los distintos tendidos eléctricos y telefónicos pasando de acera a acera, pero muy lejos de las destartaladas calles cubanas.
Mereció la pena un espectáculo musical, que incluía una exhibición del juego de pelota, junto con escenas del descubrimiento, de la conquista, de la evangelización y del mestizaje final.
Hablando de Cuba y los cubanos, sí te llamó la atención el contraste entre el conocimiento que los cubanos tenían de España y de Asturias, que situaban perfectamente en el mapa, y la borrosa noción de España que tienen los mejicanos. Cuando les decías que eras de España, de Asturias, del norte, te preguntaban que si quedaba cerca de San Sebastián o de Bilbao. Claro que tú, antes de ir a Méjico, difícilmente ibas a situar en el mapa a Guadalajara, Acapulco o Chiapas, así que empatados.
De las lecturas, muertos y otras cosas ya hablaste otro día y no te vas a repetir.
A la vuelta, más fotos del retraso en el regreso, que no servirán de prueba para una reclamación que difícilmente iba a prosperar, y prefieres no perder más tiempo en fotocopias y gestiones burocráticas, a las que bastante tiempo dedicas en tu trabajo diario.
Y con esto pasas página de las vacaciones, que quedan ya muy atrás.
Tienes presente lo anterior, pero de todas formas, por si acaso, sacas la foto.
Llegas al aeropuerto de Cancún con una hora y pico de retraso, que es asumible. Nada más salir del área de influencia del aire acondicionado, cuando traspasas la última puerta y sales a la zona de coches y autobuses, el país te recibe con un golpe de vaho, de aire húmedo y caliente, que te recuerda, manito, que estás en El Caribe.
El hotel que elegiste para las vacaciones (o por mejor decir, el hotel elegido por tu mujer) es de los de todo incluido, y evitarás andar todo el día convirtiendo pesos en dólares, y dólares en euros, y euros en pesos y así sucesivamente. Nada más entrar en el área de recepción, te ponen una pulsera de plástico en la muñeca y tendrás barra libre. Tiempo habrá de mojitos y caipiriñas, cafés y copas, aguas y zumos y como no tienes que pagar nada, te imaginas si el comunismo sería algo parecido a eso. Pero no, la igualdad, como en las castas hindúes, va por capas. Tendrás oportunidad de comprobar que el personal del hotel es morenito, maya, y el director, blanco, como los modelos y personajes de los mensajes publicitarios.
En Méjico te topaste con palabras sonoras y desconocidas, pero muy ajustadas a una etimología primitiva: los camareros son meseros, los extintores, extinguidores y, como las intermitentes tormentas tropicales riegan los pasillos del hotel, abundaban las advertencias de piso resbaloso.
Te apuntaste a dos excursiones culturales a ver sendos grupos de ruinas mayas, en un caso la famosa ciudad de Chichen Itza y a Cobá. Había más, pero, si no eres arqueólogo o especialmente entendido, acaban siendo montones de piedras grises. Este año no preparaste nada el viaje ni habías leído una línea ni sobre los mayas ni sobre Méjico, pero te pareció suficiente con lo que iba diciendo el guía.
Sí echaste de menos alguna incursión fuera de las rutas turísticas, pero te pareció que, siendo blanco, adentrarte sin más en las aldeas de la selva, podía ser peligroso, y villas o ciudades no turísticas no las había en las proximidades de la costa. Únicamente pudiste dar una vuelta por Valladolid, que te recordó a la República Dominicana, con sus charcos, los cables de los distintos tendidos eléctricos y telefónicos pasando de acera a acera, pero muy lejos de las destartaladas calles cubanas.
Mereció la pena un espectáculo musical, que incluía una exhibición del juego de pelota, junto con escenas del descubrimiento, de la conquista, de la evangelización y del mestizaje final.
Hablando de Cuba y los cubanos, sí te llamó la atención el contraste entre el conocimiento que los cubanos tenían de España y de Asturias, que situaban perfectamente en el mapa, y la borrosa noción de España que tienen los mejicanos. Cuando les decías que eras de España, de Asturias, del norte, te preguntaban que si quedaba cerca de San Sebastián o de Bilbao. Claro que tú, antes de ir a Méjico, difícilmente ibas a situar en el mapa a Guadalajara, Acapulco o Chiapas, así que empatados.
De las lecturas, muertos y otras cosas ya hablaste otro día y no te vas a repetir.
A la vuelta, más fotos del retraso en el regreso, que no servirán de prueba para una reclamación que difícilmente iba a prosperar, y prefieres no perder más tiempo en fotocopias y gestiones burocráticas, a las que bastante tiempo dedicas en tu trabajo diario.
Y con esto pasas página de las vacaciones, que quedan ya muy atrás.
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