Murió Emma Penella, a la que recuerdas, y no para bien aunque se haya muerto, por su papel en LA REGENTA.
Nunca te pareció que fuera adecuada la elección de una actriz de su edad y de su corpulencia para encarnar a La Regenta. Te extraña que no se haya encontrado a alguien más apropiado para el personaje. La película en sí fue un intento fallido pese al esmero que habrá puesto en el empeño su director, el asturiano Gonzalo Suárez.
Unos años más tarde, y conscientes de que una de las mejores novelas de la literatura española merecía mejor suerte, se volvió a rodar, en este caso en varios capítulos y para la televisión. Ahí lo bordaron. Los actores eran mucho más adecuados, encabezados por Carmelo Suárez (las chicas dirán) y Aitana Sánchez-Gijón, la tu Aitanina, otra de tus musas, con sus pómulos salientes, las mejillas como si estuviera siempre sorbiendo, boquita pequeña y labios ligeramente carnosos.
Pasas muchas veces por delante de la Catedral de Oviedo, entras muy a menudo y ves la última escena de la película y del libro: la Regenta tirada sobre las losetas ajedrezadas de la entrada.
“Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido.
Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia; y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”.
La Regenta, por cierto, es un libro que se puede leer abriendo a voleo por cualquier página.
2007/08/29
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