¿Qué harías si, dispuesto a un rápido desayuno o a una plácida merienda te encuentras un tornillo en la magdalena, por suerte no un tornillín diminuto, sino uno al que falta poco para atravesarla de parte a parte?
De momento, si estuvieras sólo, te pondrías la mano en la frente para descartar una secuela de un ataque febril. Si tuvieras testigos delante y la aparición estelar del tornillo no se pudiera achacar a juego de magia, después del pasmo mudo pasarías a la risa, a la indignación y a unas ansias irrefrenables de presentar una denuncia en la primera oficina de guardia que encontraras abierta.
Después de la perplejidad inicial, después de fotografiarla para la posteridad y para lo que fuera menester, y mandar un correo o ponerte en contacto con esa cadena que cada vez abre más y más tiendas, aunque están algo verdes, esperarías inútilmente una llamada, una explicación, pero pasarían los días y Don Tancredo no diría nada de la atornillada magdalena y tú te desesperarías más y más. Como mínimo esperarías que te mandaran por SEUR una magdalena buena.
Como ya tendrías agotada la capacidad de sorpresa, porque a tus años ya lo habrías visto casi todo, asumirías de buen grado que pudo soltarse un tornillo del horno, y que, hombre, todos sabemos lo que en la práctica es el control de calidad.
Puestos a concretar perjuicios, si te hubiera ocurrido a ti y hubieras hincado el diente, podrías reclamar la factura del dentista, o bien correrías el riesgo de que el juez te dijera que hay que mirar lo que se come y a lo mejor te tocaba pagar las costas por tu imprudencia y tu confianza.
Y en plan de idear daños morales, ¿qué podrías esgrimir si lágrima no te costó ninguna y en cambio te dio ocasión de unas risas con tus amigos cantores y con los del gremio de la enseñanza y de la sanidad?
Si no tuvieras ningún contacto que agilice el trámite, la magdalena y el tornillo quedarán atragantados en algún cajón. Si te hubiera ocurrido a ti habrías llamado inmediatamente a ese inspector veterinario amigo que te asesora en asuntos de alimentación, pero él es competente en tierra de meigas y cada taifa se lo monta a su aire. No confiarías en ninguna institución burocrática de Consumo, a saber si el departamento competente es el municipal, el de algún consorcio supramunicipal, el de la Autonomía o incluso si el Instituto Nacional del Consumo tiene algo que decir. Mientras se resuelve la cuestión de competencia, tendrías que tener la magdalena atornillada al frigorífico hasta la sentencia definitiva, no fuera a perderse la prueba que no pudiste probar.
Si te hubiera ocurrido a ti y quisieras sacar algo en limpio no tendrías más remedio que recurrir a Belén Esteban ¿me entiendes? para que te paseara de plató en plató con la magdalena y el tornillo de la vergüenza.
Acaba de ocurrir en Oviedo.