2007/08/15

EL EXTRANJERO, de Albert Camus



Vas a intentar volver a leer algo de literatura, de la que, a estas alturas de la vida, puede que le saques más provecho que de papelotes y moldeables informes técnicos escritos a la carta. Además, ¿qué ganas con saber más teoría, cuando el rigor está por los suelos? Lo importante es la agresividad y vender, aunque sean motos, que siempre acaba alguien comprando. Al final te das cuenta de que el que da primero da dos veces y las mayores aberraciones se acaban normalizando. Te vienen a la mente unos apuntes de tu Catedrático de Derecho Civil, “La convalidación del negocio jurídico”, que venía a explicar, simplificando mucho, las posibilidades de legalizar un contrato originariamente nulo o anulable. En realidad eso es lo que se hace en la vida, primero hacer y luego justificar lo hecho, pero no vamos a seguir por ahí porque ibas a hablar de un libro de literatura, o quizá de filosofía.

Retornas a la literatura con EL EXTRANJERO, de Camus, que leyó recientemente un colega del café y te metió en ganas. Ya la habías leído en el lejano COU, en francés, pero no es lo mismo leer para hacer un trabajo o un comentario de textos y con el diccionario en la mano, que tumbado a la larga en el sofá.

Sabes de Camus que era existencialista, y, después de leer su obra, piensas si no sería un pasota, antes de inventarse la palabra. Te gustaría saber si era tan frío e indiferente para negociar los derechos de autor, pero tampoco estamos tratando de eso.

Simplemente vas a reproducir unos párrafos de su obra, que trata de cómo el protagonista, un francés en Argelia, asiste, parece que con indiferencia, al entierro de su madre, que vivía en un asilo, cómo mata a un hombre por un asunto de mínima importancia y cómo es condenado a muerte.

“Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Y también porque me quitaba el domingo, sin contar el esfuerzo de ir hasta el autobús, comprar los billetes y hacer dos horas de camino”.

“María tenía puesto uno de mis pijamas, cuyas mangas había recogido. Cuando rió, tuve nuevamente deseos de ella. Un momento después me preguntó si la amaba. Le contesté que no tenía importancia, pero que me parecía que no.”.

ANTE UNA ESCENA DE LO QUE HOY LLAMAMOS VIOLENCIA DOMÉSTICA: “Algunos ruidos sordos y la mujer aulló, pero de tan terrible manera que inmediatamente el pasillo se llenó de gente. También María y yo salimos. La mujer gritaba sin cesar y Raimundo pegaba sin cesar. María me dijo que era terrible y no respondí. Me pidió que fuese a buscar a un agente, pero le dije que no me gustaban los agentes”.

“Me dijo entonces que era necesario que le sirviera como testigo. A mí me era indiferente, pero no sabía qué debía decir. Según Raimundo, bastaba declarar que la muchacha lo había engañado. Acepté servirle como testigo”.

“Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto”.

“¿Por qué entonces casarte conmigo? Dijo. Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y no me contentaba con decir que sí. Observó entonces que el matrimonio era una cosa grave. Respondí: no.”

EL EXTRANJERO, MERSAULT, MATÓ A UN HOMBRE, POR LO QUE SE LE ASIGNÓ UN ABOGADO. “Me preguntó si había sentido pena aquel día (el de la muerte de la madre) (…) Respondí que había perdido un poco la costumbre de interrogarme y que me era difícil informarle. Sin duda quería mucho a mamá, pero eso no quería decir nada (…). Le expliqué que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos. El día del entierro de mamá estaba muy cansado y tenía sueño, de manera que no me di cuenta de lo que pasaba. Lo que podía afirmar con seguridad es que hubiera preferido que mamá no hubiese muerto. Pero el abogado no pareció conforme. Me dijo: “Eso no es bastante”.

“Pensé que yo también era criminal. Era una idea a la que no podía acostumbrarme. Entonces el juez se levantó como si quisiera indicarme que el interrogatorio había terminado. Se limitó a preguntarme, con el mismo aspecto de cansancio, si lamentaba el acto que había cometido. Reflexioné y dije que más que pena verdadera sentía cierto aburrimiento. Tuve la impresión de que no me comprendía”.

“Los gendarmes me dijeron que era necesario esperar al Tribunal y uno de ellos me ofreció un cigarrillo, que rechacé. Me preguntó poco después si estaba nervioso. Respondí que no. Y aun, en cierto sentido, me interesaba ver un proceso. No había tenido nunca ocasión de hacerlo en mi vida”.

“Me senté y los gendarmes me rodearon. En ese momento vi una fila de rostros delante de mí. Todos me miraban: comprendí que eran los jurados. Pero no puedo decir en qué se diferenciaban unos de otros. Sólo tuve una impresión: estaba delante de una banqueta de tranvía y todos los viajeros anónimos espiaban al recién llegado para notar lo que tenía de ridículo. Sé perfectamente que era una idea tonta, pues allí no buscaban el ridículo, sino el crimen. Sin embargo, la diferencia no es grande y, en cualquier caso, es la idea que se me ocurrió”.

“Aun en el banquillo de los acusados es siempre interesante oír hablar de uno mismo. Durante los alegatos del fiscal y del abogado puedo decir que se habló mucho de mí y quizás más de mí que de mi crimen”. ¿Eran muy diferente esos alegatos? El abogado levantaba los brazos y defendía mi culpabilidad, pero con excusas. El Fiscal tendía las manos y denunciaba mi culpabilidad, pero sin excusas (…) En cierto modo parecían tratar el asunto prescindiendo de mí”.

LA GUILLOTINA. “Uno se forma siempre ideas exageradas de lo que no conoce. Ahora debía comprobar, por el contrario, que todo era muy sencillo; la máquina está al mismo nivel del hombre que camina hacia ella. El hombre se reúne con ella tal como camina al encuentro de una persona. En cierto sentido, también esto era fastidioso. La subida al cadalso, con el ascenso en pleno cielo, permitía a la imaginación aferrarse. Mientras que aquí la mecánica aplastaba todo: mataban a uno discretamente con un poco de vergüenza y mucho de precisión.”

“Pues bien, tendré que morir. Antes que otros, es evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. En el fondo no ignoraba que morir a los treinta años o a los setenta importa poco, pues, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivían y así durante miles de años. En suma, nada podía ser más claro. Era siempre yo quien moriría, ahora o dentro de veinte años. Desde que uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo”.

CON EL CAPELLÁN. “Quería aún hablarme de Dios, pero me adelanté hacia él y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo. No quería perderlo con Dios”.

Recomiendas su lectura. Y ahora estás con LA PESTE, también del mismo autor.

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