Por utilizar las palabras de tu madre, eres confrade de Las Nieves y se contarán con los dedos de las manos los años en los que no estuviste en la ermita el día de la fiesta. Supones que empezarías a ir a los dos o tres, en los que tu madre o tu padre te llevarían a recostinas porque desde la tierna infancia hasta bien entrada la adolescencia te pesaba bastante el culo.
Quizá no hayas ido en tu época de la mili, y seguramente faltarías alguna vez cuando trabajabas a turnos. Llevas unos cuantos años yendo de vacaciones en la segunda quincena de julio, así que los primeros días de agosto ya estás de vuelta en Asturias y libre para acudir a la ermita de las Nieves, junto a la carretera general entre La Romía y Flor de Acebos.
La capilla y la fiesta compiten en sencillez. La fiesta es una misa con gaiteru y tamboriteru (antes de escribir tamboriteru, dudaste si sería tamborileru, que también oyes y dices; consultas en el Diccionario de Llingua que existen los dos, y pones tamboriteru, más ajustado al caso), con el coro de la parroquia de Pajares, procesión con la imagen de la santa alrededor de la capilla, puya del ramu, algo de barraca, gracias a la juventud de La Romía, y se acabó.
Da pena ver que justamente delante de la capilla plantaran hace años una columna de alta tensión. En aquella época, ningún poder civil o eclesiástico se opuso a esa aberración, y si se opuso, no tuvo éxito. En aquellos tiempos no se habían descubierto los estudios de impacto ambiental y hoy, por los contornos, no hay ningún colectivo local que mueva una paja por eliminar ese atentado al buen gusto.
La gente ya no tiene tiempo para esa fiesta. En los últimos años ves con pena que incluso peligraba perderse la tradición de la puya del ramu. Es verdad que estaban el ramu y las roscas, pero faltaba la puya. Se pasaba el trámite vendiéndolas tristemente a precio fijo. Eso no es una puya, una puja. Te prometiste al año pasado que, si no quería nadie, este año las puyabas tú. Así es, no había nadie interesado. Ya la habías puyado alguna vez hace años, como también lo había hecho tu padre en alguna ocasión, dando lugar a la paradoja de que un cazurru puyara el ramu.
De todas formas, la gente tenía prisa y alguno habría preferido que no se puyara, que se vendieran directamente porque se tarda menos y así se marcha antes, porque los coches molestan en el arcén de la carretera, o porque los esperan para comer en otro sitio. Ya casi nadie se queda a comer en el prau, aunque el tiempo sea de lo más propicio.
Esas prisas, incluso para hacer turismo o ir de fiesta, te recuerdan unas palabras que intercambiaste con Ramón el del Fontán, hace unos días sobre las dos de la tarde, al que le decías, mientras te echaba un culín de sidra, que vaya día más estupendo para la terraza, y él, con su cachaza, lo que deseaba era que pasara este aluvión, que la gente se ponía nerviosa porque no le acaban de traer la cuenta, cuando no tenían otra cosa que hacer.
Con la puya, lo mismo. Es el viaje a ninguna parte.
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