2007/10/06
VISITAS (al cementerio), por Tino Pertierra
Los muros de nichos son un tendal de flores.
-A ver si caes.
La esposa sujeta la escalera para que el marido pueda cambiar las flores en la hilera de arriba, mientras a su lado dos amigas se auscultan la tristeza.
-Ya estoy mas tranquilina, pero qué mal lo pasé.
-Hay que ser fuertes, Marujina.
Y Marujina asiente con la cabeza, y Marujina suspira, y Marujina se pasa el dorso de la mano por los ojos húmedos mientras a sus espaldas pasa un grupo de hombres que se dirige con la memoria al hombro hacia la fosa común de las víctimas de la represión franquista, picoteada por varias filas de ramos clavados en la tierra.
-No hay derecho a estas tarifas. Especulan hasta con la muerte.
Habla sola una mujer enlutada que saca brillo Sidol a las letras de una lápida, habla en un cuchicheo no se sabe sin consigo misma o con su memoria, habla y limpia con naturalidad, tantos años ya. Cerca, muy cerca, un anciano ha entablado conversación con una desconocida y le cuenta una historia, qué historia; la historia de un amor inesperado, cómo conoció a su actual esposa al poco tiempo de morir su primera mujer, a la que hoy visita porque «nunca he dejado de quererla».
-Mamá, para que lo limpias tanto si papá ya no se entera.
La queja de la hija impaciente hace levantar la vista a la madre, que vuelve a mojar el trapo, que lanza chispas por los ojos.
-Pero yo sí.
Suena a lo lejos un teléfono móvil. Llamada para un vivo. Un matrimonio encuentra a un conocido, se saludan efusivamente, siempre nos vemos por aquí, así es la vida, qué remedio, a ver si nos llamamos, qué buena pinta tienes, y adiós, adiós, adiós. El conocido se aleja y la mujer se engancha al brazo de su marido.
-Las flores que no llevó a la pobre Tina en vida se las lleva muerta. Y la mañana se evapora mientras la mujer de cabello blanco y ropa negra acaricia la piel de mármol bajo la que reposa su hijo y se levanta, recoge la bayeta, el bote de agua y la esponja y se despide:
-Hasta mañana, hijo.
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