2007/10/20

LA APLICACIÓN DE LA TEORÍA A UNO MISMO

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Van a dar las nueve de la mañana si no son ya. A esa hora tendrías que estar encendiendo el ordenador de tu oficina.
Antes de llegar, como a doscientos metros, te la encuentras y va gesticulando sola a buen paso. La paras. Aunque ya vas tarde, no la cortas y escuchas con atención. Para no ser descortés no se te ocurrirá mirar el reloj.
Te cuenta qué difíciles se le hacen las situaciones corrientes de la vida diaria, cómo tiene que afrontar sola los pequeños o grandes problemas de los hijos, cómo echa en falta a alguien, ahora que algún hijo está a punto de independizarse y lo bien que le vendrían a ella y a todos algún consejo más. Reflexiona sobre la diferencia tan enorme entre la teoría y la práctica, ella que está tan acostumbrada a atender profesionalmente las enfermedades del alma desde la otra parte de la mesa o del diván.
Era muy temprano pero salió de casa buscando un reposo para las ideas y viendo cómo iban sedimentando, igual que cuando agitas unos polvos en una botella de agua y te entretienes en mirar hasta que el agua vuelve a la transparencia inicial. Te viene a la mente el verso que Victor Manuel dedica al hermano del minero muerto “en la planta catorce”: “por no irse al patrón llora en el suelo”.
No la habías vuelto a ver desde que le diste el pésame a la puerta de la iglesia.
A los pocos días te encuentras con otra vieja conocida que se detiene a contarte algún detalle de los últimos momentos de su padre. Estaba delicado pero no esperaban un desenlace inminente. Tiene una hija en la Sanidad, nieta por lo tanto del abuelo enfermo. De acuerdo con la práctica que todo el mundo intenta en alguna ocasión, te dice que aprovecharon un día que le tocaba urgencias para hacer una revisión en condiciones. Pero cuando esperaba que viniera en un coche particular, llega una ambulancia con su abuelo prácticamente muerto. Casi no quedaba tiempo más que para que los familiares más cercanos pudieran dar un beso al cuerpo todavía vivo.
Habrá un protocolo muy detallado ante estas situaciones, pero su preocupación y su ruego en ese momento es que por favor no metieran a su abuelo en el frigorífico. No lo metieron.
Dos historias tristes para una conclusión: aunque tengas todos los diplomas del mundo qué difícil es aplicar los protocolos a uno mismo.

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