EL CHÉ GUEVARA

Hoy dedica el PAÍS un editorial al cuarenta aniversario de la muerte del Che Guevara. En tus tiempos jóvenes tuviste la imagen del Che clavada con chinchetas en la puerta de tu habituación.
Por aquel entonces ya existía el diario EL PAÍS, que coincidía con lo que pensabas y a veces acababas pensando lo que leías en EL PAÍS. Durante muchos años lo compraste a diario y, aunque perdiste aquella costumbre, además de los domingos en papel, lo lees a diario por internet, al menos los editoriales, que combinan hábilmente información y opinión. A veces entras en ellos buscando solamente información pero es difícil, aunque te esfuerces, separar mentalmente la información y la opinión, realizar un ejercicio de disección: “a esto le hago caso porque es información, y esto otro lo pongo en cuarentena porque es opinión”.
Los del grupo PRISA no son unos angelitos precisamente. De hecho, sabes que no se les puede leer sobre aquellas materias en las que tienen intereses económicos o empresariales, como las intermitentes guerras de las televisiones o del fútbol.
No te imaginas que en aquellos primeros años del periódico en un hipotético reportaje sobre el Che, y menos en un editorial, se refirieran a él con términos como caudillo, siniestro prejuicio, grupúsculos, crimen, espejismo, inmolar seres humanos, propósito tenebroso, siniestra saga de héroes trágicos, movimientos terroristas de diverso cuño, disimular la condición del asesino bajo la del mártir, sistemas totalitarios, reguero de fracaso y de muerte, lunática aventura, coartadas, gracias a su desafío armado, objetivos y métodos fanáticos, soflamas populistas.
Estás acostumbrado a encontrar en los editoriales una de cal y otra de arena. Es raro que elogien a algún político o alguna idea del Partido Popular sin incluir algún pero. Lo haces extensivo a cualquier asunto, nacional o internacional. Con esa misma idea abordas el editorial sobre el Che. Te dices: más adelante encontrarás un sin embargo, un no obstante positivo. Estás llegando al último párrafo y a lo mejor ahí la historia lo absolverá, pero tampoco.
Como recuerdo de aquella época, en una pared de tu oficina sigue colgado el Guernica. ¿Lo acabarás quitando cuando salga un editorial en EL PAÍS diciendo que el bombardeo no fue para tanto?
De momento con el editorial sobre el Che, quedaste como un boxeador sonado.

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http://www.elpais.com/articulo/opinion/Caudillo/Guevara/elpporopi/20071010elpepiopi_2/Tes

Caudillo Guevara
El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.
En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.
El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al "hombre nuevo".
Seducidos por la estrategia del "foquismo", de crear muchos Vietnam, la única aportación contrastable de los insurgentes seguidores de Guevara a la política latinoamericana fue ofrecer nuevas coartadas a las tendencias autoritarias que germinaban en el continente. Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista.
Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas.