2007/10/01

ANDRENING

Free Web Counters


Ya tenía medio escrito algo sobre el caso de este médico asturiano, pero se me adelantó Xuan Cándano. Para lectores de fuera de Asturias: Andrenio, médico asturiano que ejerce en Gijón, radical defensor de la sanidad pública, enfrentado con su jefatura . Le abrieron un expediente dicen que por incumplir el horario (por dedicar a los pacientes más tiempo del estipulado en los protocolos) aunque la Consejería lo niega. Otros apuntan que es por negarse a que le realizaran un reconocimiento psiquiátrico. Fue trasladado de ambulatorio y sus antiguos pacientes se vienen manifestando por su vuelta.
La verdad, a saber.
http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=1776_52_562592__Opinion-Andrening
--
«Andrening»

XUAN CÁNDANO
Confieso que me apasiona el caso del doctor Andrenio. Como consumidor de medios de comunicación, como periodista y como ciudadano. Como consumidor mediático y como periodista reparo en la perplejidad, que ya apuntó Gregorio Morán en un memorable artículo, ante una información de tal calado, que llega a los periódicos -generalmente los medios que paren las noticias que los demás luego reproducen- a través de un anuncio de pago en un diario, encargado por el propio médico. También en el escaso seguimiento del tema de muchos medios, tan volcados en cambio en lo que no preocupa en la calle, como la política de los políticos. En alguno ni apareció. Como ciudadano me interesa mucho el debate sobre la sanidad pública, la calidad en la asistencia, la burocratización de las batas blancas, la ética profesional que sugiere la sanción al doctor Andrenio y la rebelión de los pacientes que ha provocado. No entro en si el médico es culpable o inocente, víctima o verdugo. Carezco de la información suficiente, que solamente es algo más completa que la publicada, pero nunca válida para juzgar con equidad. Sé que Andrenio es un buen médico, celoso de su trabajo y extraordinariamente laborioso. Tampoco se me escapa que sus relaciones con muchos compañeros no son buenas. Desconozco si precisa tratamiento psiquiátrico, como parece que defiende el Principado. Pero lo que me parece importante es que su caso ha destapado la soledad y el aislamiento de algunos profesionales entre las grietas del Estado del bienestar. Son las víctimas de un reciente y moderno síndrome en las sociedades avanzadas. Los que padecen el «andrening». Ni la palabra ni la aguda reflexión que supone han salido de mi cabeza, sino de la bien amueblada que sostienen los hombros de Marcelino Laruelo. Es Laruelo, además de autor de un puñado de libros imprescindibles para los estudiosos de la guerra civil en Asturias, un tipo raro en estos tiempos, más dado al pensamiento que al grosero materialismo, buen conversador, generalmente a voces, porque así se expresa su peculiar tonalidad y su espíritu «playo». Como cuando va al volante sus neuronas se alteran al ritmo de las revoluciones del coche y sus reflexiones se hacen más profundas, un viaje de Gijón a Llanes, durante el pasado fin de semana, le sirvió para parir esta teoría del «andrening», que luego nos expuso a una amplia y divertida concurrencia. La interpretación de sus palabras es mía y libre: «andrening», dícese del síndrome que padecen los profesionales que se sienten tan acosados por los jefes como por sus propios compañeros. Un «mobbing» de doble dirección. Hace tiempo que ha desaparecido eso que nuestros padres llamaban «el orgullo del trabajo bien hecho». Hubo un tiempo que hasta los sindicalistas necesitaban el aval que daba ser muy respetado por la excelencia laboral. Eran los mejores mineros, los más ejemplares entre los caldereros, los más destacados en el tajo. Marx alentaba a los proletarios a rebelarse contra la explotación y su yerno Paul Lafargue prefería «el derecho a la pereza», pero entre la revolución y la indolencia siempre estuvo el trabajo honrado y el sudor de siglos, que a este lado del mundo nos ha permitido pasar del hambre a la opulencia. En este paraíso del consumo mundial donde vivimos, el de los dos coches, las dos viviendas, las hipotecas y los ordenadores portátiles, ya no se trabaja para vivir, sino para amasar más dinero. La vida ya la tenemos asegurada. No importa el trabajo. Sólo los ingresos. El que piense lo contrario está en fuera de juego. Y el que se empeñe en navegar contra corriente en su actividad profesional es un loco solitario y peligroso. Para los jefes supone un estorbo nocivo y excepcional. Y para muchos compañeros, un inadaptado que los pone en evidencia. La de las víctimas del «andrening» suele ser una patética soledad. Son «quijotes» embarcados en la inútil tarea de racionalizar las tareas estúpidas, en reclamar justicia cuando conseguirla es utopía o en exigir servicios públicos donde no hay más que egoístas intereses. Si tienen suerte, sólo provocan conmiseración: «Pa qué te metes en líos», «nun merez la pena»... Si provocan hartazgo, pueden llegar a ser odiados: «Ésti nos quier joder», «esta chavala nun para de metese en tolos charcos»... Los del «andrening» son testigos incómodos, presencias embarazosas, héroes para las minorías, que les quedan lejos, y villanos para las mayorías, en cuyo seno se consumen. Son pocos y de conducta tan insólita, en esta sociedad donde la rebeldía y la valentía cotizan a la baja, que es difícil no reconocerlos, sobre todo en la Administración y en los servicios públicos. Yo conozco a muchos, pero sólo voy a recordar a algunos que pasaron el síndrome, afortunadamente para ellos y para la sociedad. La jueza allerana Blanca Esther Díaz fue la primera que se enfrentó en Marbella a la corrupción urbanística que encabezaba el alcalde Gil y Gil. Cumplir con su obligación con grandes dosis de coraje le ocasionó una suspensión de sus funciones, una terrible persecución personal y una soledad absoluta en su carrera judicial. El entonces vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial, José Luis Manzanares, se convirtió en uno de sus más implacables perseguidores. El economista y profesor universitario gijonés José Manuel Agüera optaba a una cátedra para la que tenía sobrados merecimientos en la Universidad de Oviedo. Pero parece que en la institución académica, no sólo en Asturias, pesan más las intrigas, los amiguismos y la endogamia que los méritos. Agüera acabó en León como un «exiliado» universitario y Asturias tuvo que prescindir de su magisterio. El auditor Antonio Arias era gerente de la Universidad en un equipo rectoral, que no es el actual, y tuvo la osadía de exigir que las cuentas fueran correctas y la gestión económica ortodoxa. Ahí empezó su calvario laboral. Decidió dejar el puesto por otro en la Universidad de Salamanca. Hace poco regresó a Asturias, donde ahora es Síndico de Cuentas del Principado. Fernando Urruticoechea se convirtió en uno de los más cualificados expertos en corrupción urbanística de España tras su paso como interventor municipal por el Ayuntamiento de Castro Urdiales, la localidad cántabra también llamada «la Marbella del Norte». Exigir el estricto cumplimiento de la norma y negarse a avalar escandalosas ilegalidades le supusieron sanciones, un tormento judicial que no ha cesado, una baja por depresión y graves problemas familiares. Pero ha recuperado la tranquilidad laboral en el mismo puesto en el Ayuntamiento de Laredo, ha visto caer al gobierno municipal que lo convirtió en su enemigo a batir y hasta puede disfrutar feliz de su hermosa residencia llanisca. El «andrening» debe ser un síndrome tan raro como los individuos que lo padecen. Parece que se cura perseverando.

No hay comentarios: