2021/04/12

HISTORIA DE UNA MAESTRA, de Josefina Aldecoa

 
Lees esta obra por recomendación de un buen amigo y voraz lector.

La narración adopta el estilo de las memorias de una maestra natural de un pueblo de la montaña leonesa que estudia en Oviedo en los años inmediatamente anteriores a la proclamación de la Segunda República.

Una advertencia previa de la propia maestra: La memoria selecciona y archiva la versión de los hechos que hemos dado por buena y rechazo otras versiones posibles pero inquietantes.

Mi padre tenía la cabeza muy clara y me había educado con libertad, pero también con prudencia. Mi madre era una mujer bondadosa, pero desdibujada. Dejó mi educación a los hermanos de mi padre, a quién admiraba sin reservas. Lo que soy, o por lo menos lo que era entonces, se lo debo a mi padre.

Pese a su espíritu avanzado, no es capaz de sustraerse del todo del ambiente reinante en el mundo femenino: el de las mujeres que aspiraban a casarse. Esa dualidad entre la mentalidad subyacente y la voluntad racional se mantiene a lo largo de su vida.

Su primer destino la lleva a una aldea de Tierra de Campos, donde vive gratas pero cortas experiencias hasta que toma posesión la maestra titular.

Su segundo destino es un pueblo de la montaña, de nieves abundantes e incomunicación, donde tiene que adaptarse a las grandes carencias materiales de la escuela, que ella intenta atajar contra la oposición o el recelo del alcalde y los poderes fácticos. El mismo día de su llegada es un anticipo de las dificultades con las que se encontrará: nadie quería alojarla. Un acomodado liberal, don Wenceslao, se ofrece pero no le dejan. Así y todo, veló por ella. El cura se muestra reticente ante las experiencias pedagógicas creativas.

Mi pueblo estaba vivo, pero yo siempre había imaginado que lo dejaría, que mis estudios y mi carrera me servirían para ensanchar horizontes, me llevarían a lugares más amplios y mejores, no a está tristeza del anochecer en un lugar perdido entre los montes.

Su estancia finaliza abruptamente cuando el padre le hace una visita y comprueba la precariedad material que la rodea, que amenaza con minar gravemente su salud.

Su tercer destino es en la lejana Guinea. Es la única mujer que conoce con un trabajo aceptable en una sociedad gobernada por blancos, con la constante influencia de la iglesia.

¿Sería este mi futuro?, me preguntaba. ¿Sería este mi sueño?

La experiencia finaliza cuando enferma y se tiene que repatriar.

Mis esfuerzos por enseñarles ciencias o geografía o historia chocaban con una incomprensión que iba más allá del idioma. Eran despiertos, pero no podían comprender la prehistoria. ¿Acaso no vivían en ella? ¿Hasta qué punto les añadiría felicidad el descubrimiento de los avances técnicos que invadían el mundo civilizado? Rachas de pesimismo me embargaban. Me parecía que había un desajuste entre los programas oficiales que hablaban de una cultura ajena y la necesidad de aprender cosas relacionadas con su medio ambiente, sus orígenes, su propia cultura. Yo trataba de armonizar ambos caminos: el que les llevaría al conocimiento de los hallazgos culturales del hombre y aquel otro que les ayudaría a conocerse mejor como pueblo y les prepararía para trabajar por su país.

La escuela sería mi único recurso. Por entonces, ya empezaba a sentir esa profunda e incomparable plenitud que produce la entrega al propio oficio. Me sumergía en mi trabajo y el trabajo me estimulaba para emprender nuevos caminos. Cada día surgía un nuevo obstáculo y, a la vez, el reto de resolverlo. Los niños avanzaban, vibraban, aprendían, y yo me sentía enardecida con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío.

Por fin consigue una escuela en propiedad y conoce a Ezequiel, el maestro del pueblo más próximo, huérfano y sin familia. No tardan en casarse, pero íntimamente nunca olvidará a Emile, un médico negro que conoció en Guinea.

Aún ahora, si vuelvo sobre aquellos años tan lejanos, tengo que confesar que amor, amor, lo que se dice amor, no había entre nosotros. Al menos por mi parte. Sin embargo, nunca tuve la sensación de haberme equivocado.

Libertad de pensamientos, pero es peligroso traspasar, en favor de esa libertad, los eternos tabúes que rigen la dualidad malo bueno, propio impropio. Impropio de me hubiera sido, para mis padres, que yo un día pusiera en duda la fortaleza de mi matrimonio.

La pareja conoce las estrecheces económicas, la tristeza de abandonar a sus humildes padres.

Llega la República, la tensión.

Tienes razón-dijo Ezequiel-. Yo creo sobre todo en la educación. Pero también entiendo a los que tienen prisa, porque tengo miedo de que no nos den tiempo suficiente para educar...

Nace su hija.

El nacimiento de la niña completó el cuadro sereno de nuestro matrimonio. Solo entonces vi aparecer en los ojos de Ezequiel la añoranza de lo no vivido.

La pareja de maestros implanta la coeducación por edades en sustitución de las escuelas divididas por sexos.

Por primera vez tuve a mi cargo solo niñas. Se me hacía raro y, al principio, muy ingrato. Había observado en las escuelas anteriores, todas mixtas, que los niños eran más vivos, más rápidos en la comprensión, se interesaban más por todo y no tenía miedo a equivocarse. Las niñas ponían más atención, era más constantes; trabajaban con paciencia y remataban sus trabajos, pero eran más pasivas. No son diferentes -le aseguraba a Ezequiel- pero respiran otro aire. Las preparan desde la cuna para ser mujeres lo más sumisas posible. Les da vergüenza intervenir, creen que no van a saber, ni poder. Por eso prefería tenerlos juntos. Me parecía que se estimulaban más, que las características de los unos ayudaban a completar los rasgos de las otras. Juntos se desarrollaban mejor como personas. Ezequiel estaba de acuerdo y se desesperaba.

Un punto de inflexión se produce cuando Ezequiel se afilia al Partido Socialista.

Revolución era una palabra que yo veneraba. Revolución significaba cambio profundo, agitación definitiva, volverlo todo del revés. Pero revolución también significaba sangre y era una palabra que pertenecía a la historia de otros países, la Revolución Francesa, la Revolución Rusa. ¿Era esa palabra aplicable a nuestro país en ese momento?

Llega la guerra…

Voy a hacer café -dijo- echando mano de los gestos sencillos, único refugio para paliar la gravedad de los hechos extraordinarios. 

Siempre me ha sorprendido la dificultad que el ser humano tiene para soportar las molestias cotidianas y la valentía con que afronta las situaciones excepcionales.

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