2021/06/07

EMPRESAS Y TRIBULACIONES DE MAQROL EL GAVIERO, de Álvaro Mutis

Pasa por una novela pero es una agrupación de relatos, en orden impreciso, protagonizados por Maqrol el gaviero y sus circunstancias, y por una serie de personajes con los que compartió una vida intensa y plena, en particular con su amigo Abdul Bashur. El orden narrativo ni es lineal ni significativo y tan pronto se describen las aventuras reales como las representaciones detalladas de los sueños, que se confunden con la realidad.

“Bien está comenzar narrando las circunstancias de mi primer encuentro con Abdul Bashur, dejando luego que los hechos se ordenen por sí mismos, que tampoco la vida suele ceñirse siempre al rutinario paso de los días. A menudo opta por someternos a mudanzas y repeticiones que la hacen, por esencia, imprevisible y voltaria”. O “no tiene mucha importancia esta vaguedad ya que tampoco es mi intención, en este recuento, de todos modos parcial, de la vida de Bashur, ceñirme a ninguna estricta secuencia temporal, como tampoco lo ha sido antes, en mis relatos dedicados al Gaviero”.


Las aventuras son constantes y variadas, (en particular con Abdul Bashur y, al final, con Jamil, su hijo niño, que es su prolongación), no solo a bordo de barcos y otros artilugios flotantes en alta mar, sino también en barcazas río arriba en busca de misteriosos aserraderos, que ayudan a entender la conexión de Maqrol con lo telúrico, con la selva, con la profundidad del río. No falta una aventura en busca de oro en los Andes.

Maqrol el Gaviero tan pronto ejerce como contable de barco, como organizando casas de prostitución con ficticias azafatas o dedicándose al tráfico de armas de contrabando, escapando de la guerrilla e intentando escabullirse de la inteligencia militar o viviendo en hoteles de mala muerte si se encuentra a la espera de un destino. Se maneja con soltura en los más variados idiomas y se mueve como pez en el agua en cualquier ambiente.

“Pasé a su mesa y me entendí en español con el israelita. Abdul me daba los argumentos en flamenco y yo los desplegaba en castellano. Se cerró el trato tal como Abdul quería”.

Por los diferentes relatos desfilan pintorescos personajes, como ingenieros ferroviarios o capitanes a los que hay que entender por señas. Destaca también la presencia recurrente de algunas mujeres que marcan al Gaviero, como Flor Estévez, Iona, Amparo María o la ciega visionaria.

Como en el poema de Kavafis, con ser trascendental la aventura, no lo son menos los preparativos: “Termino siempre por consolarme pensando que en la aventura misma estaba el premio y que no hay que buscar otra cosa diferente que la satisfacción de probar los caminos del mundo que, al final, van pareciéndose sospechosamente unos a otros”.

“Una caravana no simboliza ni representa cosa alguna. Nuestro error consiste en pensar que va hacia alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros. Siempre ha sido así”.

 “Todo comentó cuando Maqrol se fue quedando en el puerto de La Plata y pospuso, por un tiempo indefinido, la continuación de su viaje río arriba. Se trataba, en esta navegación hacia las cabeceras del gran río, de encontrar alguna huella de vida de quienes compartieron, años atrás, algunas de sus miríficas empresas. Desalentado por la ausencia de la menor noticia sobre sus antiguos compañeros y con amargo sabor en el alma al ver cómo se agotaban las últimas fuentes que nutrían esa nostalgia que lo había traído desde tan lejos, concluyó que le daba igual quedarse allí, en el humilde caserío, o seguir remontándola corriente, ya sin motivo alguno que lo moviera a hacerlo”.

El Gaviero, pese a su apariencia de dureza, tiene un corazón delicado.

“El Gaviero es como esos crustáceos que tienen un caparazón duro como la piedra que protege una pulpa delicada. Suele guardar esa zona sensible de su intimidad con tal cuidado que es fácil pensar que no la tiene. Luego vienen las sorpresas que, con él, pueden ser reveladoras”.

No se refleja la vida que ocurre, sino también la que no ocurre, que también importa.

“Usted recuerda que en el diario que escribí durante mi subida por el río Xurandó, en busca de los malditos aserraderos que se desvanecieron en una pesadilla, habló de esos momentos en la vida, cuando pensamos que la esquina que jamás doblamos, la mujer que nunca tornamos a buscar, el camino que dejamos por otro, el libro que jamás terminamos, todo esto se va acumulando hasta formar una vida paralela a la nuestra y que, en cierta forma, también nos pertenece. Pues bien, buena parte de esa existencia dejada de lado regresó de golpe tan pronto tuve a Jamil a mi vera. En ese momento la corriente paralela vino a confundirse por un instante con la de mi vida real. Al regresar, luego, a su cauce, me ha dejado maltrecho y sin rumbo”.

“Ya aprendí y me acostumbré a derivar de los sueños jamás cumplidos sólidas razones para seguir viviendo”.

Dos últimos apuntes anecdóticos, una alusión a Asturias y otro al ambiente de las viejas estaciones.

“Era un mozo de estatura mediana, con ciertos rasgos europeos que hacían pensar en alguien que tuviese sangre asturiana. Los ademanes lentos denunciaban una fuerza física excepcional. Un aire de bondad, de bonhomía más bien, no lograba avenirse con esa soberbia energía muscular que, al pronto, se antojaba inútil y ajena a su carácter”.

“En un cambio de trenes en la estación de Rennes perdí la conexión y tuve que esperar el paso del próximo tren con destino al ilustre puerto bretón. Estas salas son semejantes en el mundo entero. Un ambiente de tierra de nadie, el gastado mostrador donde nos ofrecen el consabido café chirle con su indefinible gusto a desamparo y los hostigantes licores de la región, de color y sabor harto improbables; su puesto de periódicos y revistas, viejos de varias semanas, que no atraen ya la atención de nadie por lo atrasado de sus noticias y las imágenes locales insulsas y desteñidas. Los afiches de turismo pegados en las paredes sugieren siempre estaciones balnearias con un relente de enfermedad y decadencia o muestran picos nevados cuyo nombre nada nos dice y para nada invitan a la necia proeza de escalarlos. Las bancas, siempre duras y tambaleantes, acogen a los anónimos pasajeros que esperan su tren con esa resignación fatal del que ha perdido ya la esperanza de dormir esa noche en su hogar. Todo el mundo se encuentra allí resignado ya a lo que suceda, sin importar lo que sea”.

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