2021/06/12

CORAZÓN TAN BLANCO, de Javier Marías


La novela cuenta cómo Juan, hijo de Ranz, se enteró, con bastante retraso, de algunos momentos trascendentales de la vida de su padre, antes del matrimonio con su madre cubana, Juana Aguilera. 

Ranz, antes de con Juana, estuvo casado con su hermana Teresa, con cuya muerte comienza la novela. Teresa, a la vuelta de su viaje de novios, se disparó con una pistola apuntando a su corazón tan blanco. El título, por cierto, como muchas de las obras de Marías lo toma de una frase del Macbeth de Shakespeare. 

Todavía Ranz contrajo un matrimonio anterior, pero en circunstancias tan lejanas, tan borrosas y casi tan olvidadas, que hasta se tarda en saber el nombre de esta primera mujer, seguramente Gloria, y hasta el lugar, la isla de Cuba, donde Ranz vivió unos pocos años. Por cierto, el nombre de Juan lo conocemos bastante avanzada la novela, ya que en principio cuenta la historia un narrador en primera persona, cuyo nombre tarda en aparecer. 

Ranz, alto funcionario del Museo del Prado, hace peritajes de obras a título particular, no siempre con la independencia y la honorabilidad que se esperan, oscuridades que alguna relación tienen con la muerte de sus dos primeras esposas. 

En paralelo se cuenta la historia de Juan y Luisa, traductores e intérpretes profesionales, de viaje de novios en La Habana. Una acotación: en la sacristía de la iglesia donde contrajeron, Ranz habla a Juan de la necesidad de mantener algunos secretos. Pues bien, desde la habitación del hotel, estando Luisa ligeramente indispuesta, Juan presencia la escena de una mujer mulata esperando una cita. En un momento dado, la mujer mira al balcón donde permanece asomado Juan y cree reconocer al hombre que espera, pero no, ya que el varón de la cita resulta aparecer en el balcón contiguo. La mujer acaba subiendo, y Juan y Luisa -incluso adormilada- intentan deducir los diálogos que escuchan e intuyen a través de la pared o del balcón. Resultan llamarse Guillermo y Miriam, que reaparecen, únicamente por alusiones, a lo largo del relato para establecer comparaciones entre la realidad y la imaginación, los temores y las sospechas. 

Estando Juan trabajando en Ginebra, recibe la visita de su mujer e invitan a cenar a Villallalobos, hijo de un amigo de Ranz que casualmente se encontraba en la casa familiar donde se produjo el suicidio de Teresa, lo que reaviva la curiosidad por conocer los detalles, dando ocasión al autor de formular hipótesis sobre la posibilidad y hasta la conveniencia de conocer la realidad de los hechos. 

El autor incide en la trascendencia de lo que se dice y cómo se dice, de lo que se calla, las palabras y los silencios matrimoniales, la inevitabilidad de hablar cuando se empieza a contar algo, la expresión sincera e intuitiva de los niños, sin los matices del mundo adulto.

”A medida que se va creciendo se dice y escucha eso cada vez menos, al lenguaje de la niñez se lo da de baja, se lo retira por demasiado esquemático y simple, pero esas frases descarnadas y absurdas que entonces se sentían como heroicidades no nos abandonan del todo, sino que perviven en las miradas, en las actitudes, en las señales, en los gestos y en los sonidos (las interjecciones, lo inarticulado) que también pueden y deben ser traducidos porque son nítidos tantas veces y son los que de verdad dicen algo y se refieren de verdad a los hechos (el odio sin trabas y el amor sin mezcla) sin el sufrimiento de un quizá y un tal vez, sin la envoltura de las palabras que no sirven tanto para dar a conocer o relatar o comunicar cuando para confundir  y ocultar y librar de responsabilidades, , lo verbal nivela las cosas que como actos son distinguibles y no pueden mezclarse”. 

“Creí saber entonces que Guillermo mentía (mentía en algo) y supuse que Luisa, tan acostumbrada como yo a traducir y percibir los temblores y detectar la sinceridad del habla, también se habría dado cuenta y se habría sentido aliviada no respecto a Miriam, pero sí respecto a la mujer enferma”.

“La verdadera unidad de los matrimonios y aun de las parejas la traen las palabras, más que las palabras dichas, las palabras que no se callan. No es tanto que entre dos personas que comparten la almohada no haya secretos porque así lo deciden cuanto que no es posible dejar de contar y de relatar, y de comentar y enunciar, como i esa fuera la actividad primordial de los emparejados, al menos de los que son recientes y aún no sienten la pereza del habla (…). Estar junto a alguien consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato, el matrimonio es una institución narrativa (…). O acaso hay tanto tiempo pasado en compañía mutua que los dos cónyuges (pero sobre todo el varón, que se siente culpable cuando permanece en silencio) han de echar mano de cuanto piensan y se les ocurre y les acontece para distraer al otro, y así acaba por no quedar apenas resquicio de los hechos y los pensamientos de un individuo que no se transmitido, o bien reducido matrimonialmente”.

Marías retrata la problemática y el mundo de los traductores y, de paso, de los traducidos. Los traductores y, con más inmediatez los intérpretes, están obligados a trasladar unas palabras, unos gestos, unas interjecciones y hasta unos silencios a otro idioma, lo que da pie a meditaciones sobre la posibilidad real de traducirlo todo. Esta idea sobrevuela a lo largo de la novela, temática recurrente en Marías.

“Los traductores e intérpretes traducimos e interpretamos continuamente, sin discriminación ni apenas descanso durante nuestros períodos laborales, las más de las veces sin que nadie sepa muy bien para qué se traduce ni para quién se interpreta, las más de las veces para los archivos cuando es un texto uy para cuatro gatos que además no entienden tampoco la segunda lengua, a la que interpretamos, cuando es un discurso”

“Era simplemente instalarse en el convencimiento o en la superstición de que no existe lo que no se dice. Y es verdad que sólo lo que no se dice ni expresa es lo que no traducimos nunca”.

Medita sobre la posibilidad de traducir o contar la realidad y cómo el mero relato implica la negación de lo contado, su tergiversación; pero hablar también es un acto de amor, de confianza, de entrega, por lo que resulta inevitable contar y tergiversar. 

“Contar deforma, contar los hechos deforma los hechos y los tergiversa y casi los niega, todo lo que se cuenta pasa a sr irreal y aproximativo aunque sea verídico, la verdad no depende que las cosas fueran o sucediera, sino de que permanezcan ocultas y se desconozcan y no se cuenten, en cuanto se relatan o se manifiestan o muestran, aunque sea en lo que más real parece, en la televisión o el periódico, en lo que se llama la realidad o la vida o la vida real incluso, pasan a formar parte de la analogía y el símbolo, y ya no son hechos, sino que se convierten en reconocimiento. La única verdad es la que no se conoce ni se transmite, la que no se traduce a palabras ni a imágenes, la encubierta y no averiguada, y quizá por eso se cuenta tanto o se cuento todo, para que nunca haya ocurrido nada, una vez que se cuenta”.

“Pude callar y callar para siempre, pero uno cree que quiere más porque cuanta secretos, contar parece tantas veces un obsequio, el mayor obsequio que puede hacerse, la mayor lealtad, la mayor prueba de amor y entrega. Y se hacen méritos contando”.


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