Como no eres mujer y no te acaban de hacer la permanente, ni tienes dónde, no te importa callejear por el Oviedo antiguo aunque caigan cuatro gotas y te pille sin paraguas. El brillo de los suelos frotados por la lluvia y los reflejos que se forman dan una tonalidad especial al casco histórico. Alguien dijo que era como había que patear Santiago de Compostela. Puedes incluso detenerte a contemplar aspectos que en otra ocasión te pasarían desapercibidos. Por ejemplo sales de la Corrada del Obispo y avanzas frente al Museo Arqueológico. Cual jubilado auditor de caleyas, te paras a contemplar la reforma que se está acometiendo, bastante avanzada ya. Piensas si el forjado de las ventanas fue siempre así y si es el original o si, no siendo el original, reprodujo el que haya habido en su día, quizá corroído por el óxido y el tiempo.
Te fijas especialmente en la puerta, totalmente lisa, que debe estar de moda porque es del mismo tipo que colocaron no hace mucho en el Palacio del Conde de Toreno, antigua Biblioteca, rompiendo con la clásica estampa de puertas de peinazos y cuarterones. O serán exigencias de los blindajes y acabarán poniéndose de moda como un daño colateral más.
Intentas recordar como podía ser hace años el Monasterio de San Vicente, que da cabida al Museo. Ves que al acristalamiento de los tres arcos que dan a la calle le han adosado unas gruesas láminas de granito, que rompen con la imagen tradicional que tenías.
Esa puerta y esos arcos que tú querrías seguir viendo como siempre. Sin embargo, estos nuevos elementos, para quienes tengan ahora seis o diez años, pasarán a formar parte de su paisaje, y cuando otra reforma se acometa dentro de cincuenta años y cambie la puerta de madera por otra metálica y elimine los arcos creando unos soportales, se rebelarán contra ello porque les arrebató el recuerdo.
Los cambios serán un éxito o un fracaso, sobre eso nunca habrá consenso. De lo que sí estás seguro es de que sirven para alimentar la nostalgia.
Por cierto, en la misma esquina estuvo el bar de la División Azul, en el que crees haber entrado alguna vez.
Cuando pasas debajo del arco de San Vicente y llegas a la plaza de Feijóo, donde estuvo la Facultad de Filosofía y Letras, ves la estatua pensativa de Fray Benito ¿estará pensando lo mismo que tú?
2 comentarios:
En el sótano del bar de la División al menos hasta principios de los años 70 ,había una réplica de un bunker con todos los ingredientes, uniformes, bombas de mano... fusiles... en el que los excombatientes recordaban sus tiempos en Rusia.
Eso si tenían, unos buenos pinchos de tortilla
Doy fe.De lo de los pinchos de tortilla.
saludos.
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