Lees en La Nueva España que murió Don Rafael. No pone que de muerte repentina, pero de eso fue porque lo encontraron muerto en su casa cuando fueron a buscarlo. Era la hora de la misa y no aparecía.
Tienes las ideas algo borrosas sobre él porque era un hombre sin altibajos, discreto, pero los catálogos de aquella época te ayudan a refrescar la memoria para recordarte que Don Rafael fue formador tuyo en tercero y en cuarto de bachiller. En los catálogos figuran también otros, pero crees que Don Rafael era el que correspondía a tu clase. No lo recordabas pero fue también tu primer profesor de latín, con el que habrás aprendido las primeras nociones: rosa, rosae; domus, domi; res, rei y el lío de la tercera declinación con unos ablativos terminados en –i y otros en –e, y los parisílabos e imparisílabos que nunca conseguiste entender del todo.
A veces la vida y la memoria son injustas porque como profesor de latín solamente recordabas al muy ilustre don Agustín Hevia Ballina (qué él escribe con B como corresponde a los Ballinas de la zona de Villaviciosa).
De Don Rafael, en aquellos tiempos solamente sabías que era de Somiedo y que tenía una napia bastante prominente, Dios te perdone este detalle en esta especie de necrológica. Te parecía un hombre tranquilo, de andar pausado. Además de por el apéndice nasal, para vosotros era Falo. Tenía treinta años pero delante de él o delante de otros curas era Don Rafael.
Lees en uno de los catálogos, que reseñan las altas y bajas de profesores de cada curso, que en uno determinado se marchó a estudiar a Lovaina y ahí le perdiste la pista, aunque luego oíste noticias de su regreso.
En aquel tiempo no se le conocían muchos pecados. Si los tuvo, que Dios se lo perdone.
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