2008/01/07

LA ESPAÑA CAÑÍ (un artículo de C.J.Cela de 1949)

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¿Seguimos siendo así?

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Un comentario de Camilo Jose Cela sobre el viaje realizado a España por el autor del cuadro a caballo del general Prim.


Henri Regnault, el pintor francés del retrato del general Prim a caballo, conoció la última España típica –o, cuando menos, la más típica- la España de la españolada, la insensata y alegre España del ¡Viva la Soberanía Nacional!, de los toros y el garrotín, de los bandoleros generosos y los bailaores gitanos de tufos azules y verde tez, de Serrano y de Topete, de la reina castiza, del entierro de la sardina y de la función de Atocha.
De todas las Españas tópicas que se pueden presentar, en esta baraja de España que es quizá su mayor riqueza, ninguna, probablemente, ha despertado mayor interés colectivo entre los extranjeros que nos hayan visitado que la España de la españolada, una España casi andaluza, con tendencia al flamenquismo y un turbulento aire de desgarro, poblada de mujeres bravías y hombres haraganes y valerosos, iluminada por un sol de justicia, y alimentada, como los pajaritos del cielo, por la Divina Providencia.
Ni la España de Séneca, una España cruzada de vetas de mesura, de equilibrio y de desperdicio; ni la turbulenta España medieval, la España de los montes, los judíos, los poetas arábigo-andaluces, las órdenes militares y, al final, los canes de Zorita; ni la España heroica de Flandes, de Italia y de las Indias; ni la España negra de fray Bartolomé de las Casas, de Torquemada y de Solana; ni la España romántica de los pronunciamientos, las guerras civiles y los suicidios por amor; ni la España del molinismo, que muere en Antonio Machado y en Azorín; ni mi amadísima España carpetovetónica, áspera y dulce al tiempo, como un membrillo, han servido como la España de la españolada –que cuando se llama así por algo será- para enrolar a nuestros visitantes en el doble banderín de enganche de las filias y de las fobias, del piropo y del denuesto, de la total entrega o de la negación del pan y de la sal.
Y de todas estas Españas se cruzan, como en un enrejado o en una telaraña, las mil venas y el millón de capilares que, mirados en cierta perspectiva, forman el complejo cuerpo de España; la de ayer y la de hoy, la de cada momento y la de siempre. Este país extraño, que son se entiende casi nunca, porque, bien mirado, no ha nacido para ser entendido, como un teorema, sino para ser sentido, como una caricia o como un mordisco, como una poesía o como un alarido de muerte.

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