2007/09/22

MOJITO EN SOLEDAD

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Como ya tienes escrito aquí alguna vez, un amigo manda a un grupo de amigos unas llamadas lecturas para el fin de semana, a veces escritas por él mismo, a veces sacadas de autores varios, ninguno profascista desde luego. Son más bien reflexiones para el fin de semana o para la vida en general. Hace unos quince días la reflexión, resumiendo mucho, era un comentario crítico sobre los abueletes que pretendían comportarse como jovenzuelos.
Buridán, como no podía ser de otra forma, tiene dudas al respecto, como se verá.
La noche de los fuegos artificiales de Oviedo os juntáis para cenar un grupo de amigos del coro en el que cantas (o acompañas). Entre pitos y flautas es raro el día que termináis para verlos, aunque tampoco os importa mucho, porque para comprobar su evolución, con una comprobación cada cuatro o cinco años es suficiente.
Después de cenar, algunos años ibais a probar un mojito a los chiringitos, al Rincón Cubano. Pero os váis haciendo viejos y el Rincón Cubano está tomado, no por la izquierda sino por gente de la edad de vuestros hijos. El desplazamiento es tan ideológico como generacional, no sabes dónde poner el acento.
Esa noche estás de guardia en tu empresa, pero ni te impide la cena ni tomar una copa, pero no en la calle sino en otro establecimiento mucho más formal, de una formalidad tal que la sociedad que lo gestiona tan pronto te prepara un bacalao al pil pil o un cubalibre como construye o rehabilita edificios aunque para ello necesite previamente desalojar a algún inquilino.
No pudo ser el mojito en ese momento pero tienes un plan alternativo.
Os retiráis a una hora prudencial, solo que tú, como estás de guardia y esa noche hay trenes especiales por las fiestas y los fuegos, a las tres de la mañana te dejas ver por estación. Aquello funciona perfectamente sin ti, así que a las tres y diez, en cuanto marcha la primera tanda de trenes, das por finalizada la supervisión y, siguiendo el plan alternativo anunciado, te vienes hasta el casco antiguo con la aviesa y decidida intención de tomarte el primer mojito de las fiestas. Si nadie lo remedia, en soledad. No obstante mandas un SMS a tu hija por si lo lee.
Llegas a El Rincón Cubano. Pides el mojito y te retiras a una zona fuera del barullo, en donde no corras el riesgo de que te tiren el vaso y haya que declarar un siniestro total en la chaqueta. La gente avanza por oleadas. De tu edad, los menos.
Se te acerca un señor de una chaqueta blanca brillante y pulcrísimas canas estilo Alvaro Cunhal, aquel dirigente comunista portugués de los setenta. Lleva pegada en la solapa una pegatina de El Topu Fartón, chiringuito significado por la defensa de lo gay. El pulcro señor te pregunta si estás solo y le dices que estás esperando gente. Al momento lo ves de la mano de otro señor. Gatos pardos de la noche.
No ves muchos conocidos, pero sí algunos. Les extrañará verte solo a esas horas. Piensas si especularán y qué especularán.
Alrededor de las cuatro estás ya en casa. Tu hija no pudo leer el mensaje porque está acostada. Estuvo un poco pachucha, de lo que te enterarás cuando te levantes.
Hay una edad para los mojitos, pero tú no te rindes así como así.

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