El martes por la tarde pasaste por la biblioteca. Leíste algún periódico por encima porque “La Nueva España” ya la habías visto en papel, y previamente, por la mañana, todavía en pijama pegaste el habitual repaso de media hora por internet.
Antes de marchar ojeaste de pié dos números de la revista TEMAS. Miraste si había algún artículo de Matilde Fernández. No en esos números. Fuiste a la página del Consejo de Redacción por si seguía perteneciendo. Allí figuraba por riguroso orden alfabético. Y el Presidente continuaba siendo Alfonso Guerra. Quién te iba a decir cuando la ojeaste que había pasado algo.
Al llegar a casa, por la noche, llamas a tu madre, como siempre. Te dice que murió Matilde madre.
- Pero bueno, si hará mes y medio que murió el padre.
Intentas confirmar algún detalle. Llamas a Madrid. Te enteras de que el cuerpo estará en el tanatorio de la M-30 hasta la una y diez en que lo llevarán para su incineración al cementerio de La Almudena, que será un acto breve, que alguien dirá unas palabras si salen, que habrá algo de violín, y que no merece la pena que os molestéis para un momento, e incluso para no llegar.
Decides que vas a ir porque no fuiste al entierro del padre, que te pilló con las maletas en Barajas; tampoco al de su hermano, por estar de vacaciones; ni, por lo mismo, al de su tío Valentín.
Te deben un día y lo vas a coger. Pasas desde casa un correo a la empresa.
Vuelves a llamar a tu madre y le dices que tú vas y que, si quiere, la recoges a las seis y media de la mañana.
Vais por el Pajares. Echas en falta una mejor señalización ya en León porque observas un batiburrillo de señales antiguas y modernas de Madrid y Benavente, de la Nacional 630 y de la A 6. Sin pasar de ciento treinta, a las once estás en Madrid. La noche anterior buscaste la dirección en el google y te hiciste una idea de por dónde estaba el tanatorio. Confiaste en que entrando en la M-30, en algún sitio señalizaría una salida para el tanatorio. Hiciste kilómetros y kilómetros y seguías viendo carteles de la M-30 pero te entraba la duda de si estabas en la M-30 o es que ibas hacia ella. En un cartel luminoso anunciaban retenciones por accidente tres kilómetros más allá. A las once y media preguntas al coche que está en paralelo, también parado, que si vas bien para el tanatorio y te dice que sí. Avanzas y no tienes ya a quien preguntar más, porque se reanuda el tráfico, todo son carriles exclusivos donde está prohibida la detención, el tiempo se echa encima, y no ves más alternativa que salirte y llamar a un taxi que te guíe. Tu madre y tú intentáis no exteriorizar los nervios, no siempre con éxito.
Cuando llegas al tanatorio no te podías imaginar que se tenía que apartar de la puerta Alfonso Guerra para que pasaras. Tiene muy buen aspecto y aprovecharás ahora para decir por primera vez en estas líneas que este blog contiene comentarios no demasiado íntimos, en principio para ti, pero lo haces extensivo en este caso también para otros.
Allí estaba tu hermana y tu cuñado, que fueron a dormir el día anterior.
Dejaste el coche en un parking y al cementerio de La Almudena fuiste con Pepa, una amiga de Matilde desde la clandestinidad. El acto de despedida se celebraría en una sala con unos bancos, todo tan parecido a una capilla, que solamente echaste en falta el altar.
Un violinista tocó unas piezas que no puedes identificar. Matilde habló tres o cuatro minutos. Realizó un paralelismo entre Séneca, los estoicos, su padre y su madre. Siguió diciendo que no quería abandonar una actitud kantiana ante esta muerte. Agradeció la asistencia a la gente del partido, del Ayuntamiento, de la Asamblea, amigos, familia de Asturias.
Matilde esconde una mano de hierro en un guante de seda y no hubo más remedio que aceptar su invitación de ir a comer. Ella, Paquito, su hermano; su mujer Aurora; tu madre, tu hermana y tú, porque tu cuñado tuvo que marchar antes; lamentas no haber estado más tiempo de sobremesa. Querías llegar a las diez a Oviedo, porque habías sacado la entrada del partido de España contra Letonia. Se recordaron aventuras alegres y tristes del pasado, de la infancia, de la familia, de otros veranos en La Romía. Y aquí apelas nuevamente al subtítulo de este blog.
Descansen en paz.
Antes de marchar ojeaste de pié dos números de la revista TEMAS. Miraste si había algún artículo de Matilde Fernández. No en esos números. Fuiste a la página del Consejo de Redacción por si seguía perteneciendo. Allí figuraba por riguroso orden alfabético. Y el Presidente continuaba siendo Alfonso Guerra. Quién te iba a decir cuando la ojeaste que había pasado algo.
Al llegar a casa, por la noche, llamas a tu madre, como siempre. Te dice que murió Matilde madre.
- Pero bueno, si hará mes y medio que murió el padre.
Intentas confirmar algún detalle. Llamas a Madrid. Te enteras de que el cuerpo estará en el tanatorio de la M-30 hasta la una y diez en que lo llevarán para su incineración al cementerio de La Almudena, que será un acto breve, que alguien dirá unas palabras si salen, que habrá algo de violín, y que no merece la pena que os molestéis para un momento, e incluso para no llegar.
Decides que vas a ir porque no fuiste al entierro del padre, que te pilló con las maletas en Barajas; tampoco al de su hermano, por estar de vacaciones; ni, por lo mismo, al de su tío Valentín.
Te deben un día y lo vas a coger. Pasas desde casa un correo a la empresa.
Vuelves a llamar a tu madre y le dices que tú vas y que, si quiere, la recoges a las seis y media de la mañana.
Vais por el Pajares. Echas en falta una mejor señalización ya en León porque observas un batiburrillo de señales antiguas y modernas de Madrid y Benavente, de la Nacional 630 y de la A 6. Sin pasar de ciento treinta, a las once estás en Madrid. La noche anterior buscaste la dirección en el google y te hiciste una idea de por dónde estaba el tanatorio. Confiaste en que entrando en la M-30, en algún sitio señalizaría una salida para el tanatorio. Hiciste kilómetros y kilómetros y seguías viendo carteles de la M-30 pero te entraba la duda de si estabas en la M-30 o es que ibas hacia ella. En un cartel luminoso anunciaban retenciones por accidente tres kilómetros más allá. A las once y media preguntas al coche que está en paralelo, también parado, que si vas bien para el tanatorio y te dice que sí. Avanzas y no tienes ya a quien preguntar más, porque se reanuda el tráfico, todo son carriles exclusivos donde está prohibida la detención, el tiempo se echa encima, y no ves más alternativa que salirte y llamar a un taxi que te guíe. Tu madre y tú intentáis no exteriorizar los nervios, no siempre con éxito.
Cuando llegas al tanatorio no te podías imaginar que se tenía que apartar de la puerta Alfonso Guerra para que pasaras. Tiene muy buen aspecto y aprovecharás ahora para decir por primera vez en estas líneas que este blog contiene comentarios no demasiado íntimos, en principio para ti, pero lo haces extensivo en este caso también para otros.
Allí estaba tu hermana y tu cuñado, que fueron a dormir el día anterior.
Dejaste el coche en un parking y al cementerio de La Almudena fuiste con Pepa, una amiga de Matilde desde la clandestinidad. El acto de despedida se celebraría en una sala con unos bancos, todo tan parecido a una capilla, que solamente echaste en falta el altar.
Un violinista tocó unas piezas que no puedes identificar. Matilde habló tres o cuatro minutos. Realizó un paralelismo entre Séneca, los estoicos, su padre y su madre. Siguió diciendo que no quería abandonar una actitud kantiana ante esta muerte. Agradeció la asistencia a la gente del partido, del Ayuntamiento, de la Asamblea, amigos, familia de Asturias.
Matilde esconde una mano de hierro en un guante de seda y no hubo más remedio que aceptar su invitación de ir a comer. Ella, Paquito, su hermano; su mujer Aurora; tu madre, tu hermana y tú, porque tu cuñado tuvo que marchar antes; lamentas no haber estado más tiempo de sobremesa. Querías llegar a las diez a Oviedo, porque habías sacado la entrada del partido de España contra Letonia. Se recordaron aventuras alegres y tristes del pasado, de la infancia, de la familia, de otros veranos en La Romía. Y aquí apelas nuevamente al subtítulo de este blog.
Descansen en paz.
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