¡Cuánto echas de menos aquel libro de Filosofía del Derecho de pastas rojas que tiraste a la basura porque ¿para qué lo ibas a necesitar?! ¿Qué importa dar tantas vueltas a los “idola”, los ídolos, los prejuicios, las falsas representaciones, los mitos que uno se va formando, que se acaban medio creyendo e influyendo en las decisiones, en la vida, en las ideas, en las normas?
Conservaste con mezquindad los libros de Derecho Procesal que te dicen si para tal cosa hay un plazo de tres o de cinco días y si no sé qué papel se presenta por duplicado o por triplicado. Lo considerabas más práctico. Lo otro era filosofía barata e inútil que había que erradicar de los plantes de estudios. En fin, considéralo un pecado de inmadurez. Al final acabaste tirando estos libros de procedimientos, que sí quedaron obsoletos.
Te acordaste de eso ayer en El Fontán mientras tomabas… y leías en la prensa un comentario: Lucha entre tren y camion
Te dijiste que habías caído con las pistolas al río, porque ¿qué te importaba ese tren? Ya no era el tren de Renfe, era un tren de una empresa privada. Tú y tu entorno (¡el famoso entorno!) siempre habíais defendido el ferrocarril por ecológico, por social, por seguro, por las famosas externalidades. Todo tu argumentario por los suelos porque lo habías construido como defensa/subterfugio del ferrocarril público. Ahora que el ferrocarril se va privatizando, ¿sigues con los mismos argumentos o habrá que buscar otros? ¿Sigues defendiendo los trenes porque son trenes o porque son públicos? ¿Si los públicos fueran los autobuses, los defenderías?
Algunas mentiras son necesarias para seguir adelante.
2007/09/05
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