Lees, con retraso como casi siempre, el MAGAZINE de hace unas semanas de LA NUEVA ESPAÑA. Encuentras un artículo del filósofo Juan Antonio Marina, que pertenece a la serie EDUCACIÓN SENTIMENTAL y que esta semana dedica a la admiración. Concretamente su título es
EL GENEROSO PLACER DE LA ADMIRACIÓN. Con el título da en la diana y casi no hace falta decir nada más, pero entresacas unos párrafos:
Hoy voy a referirme a un sentimiento por el que siento una gran simpatía: la admiración. Se trata de una emoción noble. Los miserables no admiran nunca. Ni los cínicos, ni los escépticos, ni los envidiosos, ni los resentidos. La actual cultura de la sospecha y el integrismo de la igualdad ciegan las fuentes de la admiración. De ahí la importancia de reivindicarla (…).
Volvamos a la admiración, que es la emoción producida por la aparición de algo extraordinario que sorprende y agrada por sus cualidades, su belleza o perfección. Uno puede admirarse ante algo o sentir admiración hacia alguien. Podría hacerse un test de calidad humana con sólo preguntar: “¿Y usted a quién admira?”. No se puede vivir sin admirar, pero no se puede vivir admirando a quien no es admirable (…)
Su definición más adecuada es: “Sentimiento de alegría que brota a la vista de alguna excelencia moral ajena y suscita en su espectador el deseo de emularla”. Ahora comprendemos por qué es un sentimiento mal visto en el mundo contemporáneo (…).
Un igualitarismo torpe sostiene que “nadie es más que nadie”, que lo importante es que cada cual “trate de ser él mismo”. Usar el mismo rasero es imprescindible en lo que afecta a los derechos, pero puede resultar mezquino y falso cuando se aplica a todos los órdenes de la vida. No es vedad que el comportamiento de las personas sea equivalente (…).
Los europeos hemos cultivado cuidadosamente el descrédito del héroe y hemos dado al escepticismo, al cinismo, al pesimismo y a la desconfianza un prestigio intelectual que no merecen y que en el campo moral es demoledor. “Piensa mal y acertarás” es, además de un refrán miserable, una profecía que acabará realizándose por el hecho de enunciarla. La ceguera para captar la grandeza empequeñece a las personas y a las sociedades (…).
Sin embargo, la admiración puede equivocarse. La historia nos ha enseñado a ser cautelosos, proporcionándonos la sabiduría del gato escaldado. El siglo XX fue el siglo de admiraciones asesinas. El fervor de las masas por Hitler, Mussolini, Stalin o Mao convierte en temibles las admiraciones desmesuradas.
¿En qué quedamos? ¿Debemos admirar o no? Estas preguntas plantean un aspecto esencial para la educación de los sentimientos. Los sentimientos tienen un componente cognitivo que les hace ser inteligentes o estúpidos, acertados o errados. Cualquier sentimiento, por muy elevado que sea, puede convertirse en peligroso si no está dirigido por la inteligencia. (…) Por eso es tan necesaria la educación de las emociones, que no consiste en erradicarlas, sino en penetrarlas de inteligencia. En el caso que nos ocupa, eso quiere decir educar para admirar apasionadamente lo admirable e intentar imitarlo.
Copiado, releído y subrayado lo anterior, lees en LA NUEVA ESPAÑA del domingo una
breve glosa que el director del periódico dedica al periodista recién fallecido José Comas, asturiano, corresponsal últimamente en Alemania de EL PAÍS y anteriormente de este y otros periódicos en otros puntos. Lees que “
para querer a una persona es preciso admirar algo en ella” y “
Yo admiro a Pepe desde hace más de 40 años, que es cuando lo conocí y empecé a descubrir su inteligencia privilegiada (…) pero nunca lo admiré tanto como en estos últimos años, cuando asistí a su lucha no sólo por vencer la enfermedad, sino por seguir escribiendo. Y nunca le quise tanto”.
Y a continuación lo que te apetecería sería escribir sobre la admiración y el amor y sobre si admiras a los que amas o amas a los que admiras o si amas sin admirar y admiras sin amar. Correrías el riesgo de olvidos imperdonables, aunque la lista de admirados, a bote pronto, tampoco es excesiva.
Te resulta, por lo tanto, mucho más fácil mostrar tu admiración
1/ por los valientes
2/ por los clarividentes.
Y aquí no tienes más remedio que reproducir íntegro un artículo de este domingo de Xuan Xosé Sánchez Vicente, presidente del Partido Asturianista. Como eres rehén de los esquemas mentales sencillos (simplistas, más bien) tiendes a pensar que los asturianistas son nacionalistas y que los nacionalistas son separatistas y que…En fin, te falta la clarividencia de distinguir que quizá no sea así y seguramente la valentía de admitir que pudiste estar equivocado, inmovilismo mental que justificas a lo fácil por tu afición a los refranes, en este caso, por ejemplo, el de “mejor no meneallo”.
Euskadi: mirar de frente al mal y verlo sin engaño (XUAN XOSÉ SÁNCHEZ VICENTE).
(Para aligerar el artículo, destacas en negrilla lo que más te impactó)
El viernes 7 de marzo, el día del asesinato de Isaías Carrasco, hacia las diez y media de la noche un reportero de Onda Cero se acercaba a una de las personas que abandonaban la capilla ardiente y, en su intento de interrogatorio, provocó uno de los testimonios más elocuentes y más dramáticos de lo que es hoy la realidad de Euskadi. En efecto, durante algo más de cinco minutos el interrogado se movió entre la Scila de su renuncia a hablar por miedo a lo que le pudiese pasar a él y su familia y la Caribdis de sus obligaciones para con el muerto, conmilitón suyo. Al final, y poco a poco, como si le fuesen arrancando las entrañas con cada uno de los datos identificatorios que ante el micrófono iba emitiendo, confesó su filiación socialista, su estado de casado y con hijos, su condición de edil de Zarauz y, ya muy al final, su nombre. Dicho éste, reclamó comprensión por su «prudencia» y nos dijo, para que lo entendiésemos bien, que uno de los prebostes del bando de los terroristas, Joseba Permach, se le acercaba de vez en cuando para reírse de él por su miedo y por tener que andar con escolta. Las palabras finales del ya no anónimo concejal socialista tuvieron un carácter patético que aumentó nuestra conmiseración hacia él: mostró su ánimo a la familia de Carrasco, se jactó de que, pese a todo, no tenían miedo a ETA y sus compinches, presumió de que resistirían y nunca los vencerían.Este panorama de una sociedad amedrentada aun en los más valientes (como este edil de Zarauz), acosada en el día a día y con los criminales y sus cómplices ocupando calles, plazas e instituciones donde campan impunes y a sus anchas, con jactancia de su poder y desprecio absoluto hacia las víctimas
, no es una novedad para quien quiera verla. Se ha ejemplarizado en el caso de Pilar Elías, en Azkoitia, que ha de convivir con los asesinos de su marido en actitud retadora diaria. Lo han visto quienes han tenido la ocasión de contemplar algunos reportajes televisivos en que se entrevistaba a sujetos del entorno batasuno: lo que caracteriza a la mayoría de las personas de ese mundo es
una absoluta falta de empatía para con el dolor de los demás, el entendimiento de la muerte ajena como un acto de justicia, la insensibilidad más absoluta hacia el padecimiento; todo ello, además -muertes, dolor, padecimiento-, contemplado como un aséptico sumando de una cuenta que acabará produciendo réditos cuanto más se amplíe y explicado mediante
un discurso que justifica el exterminio como una mera cuestión política (es decir, externa a los individuos y, por tanto, independiente de ellos) y cualquier violencia como una mera devolución de las otras muchas que el pueblo vasco habría padecido. En una palabra, con quienes se trata no es con sujetos ordinarios, sino con profesionales del encanallamiento, la insensibilidad y el pragmatismo más egotista. Fiar en ellos como congéneres humanos es como poner la confianza en la Gran Ramera de Babilonia. Esto es,
ellos no son como nosotros, ni en sentimientos ni en valores. No entenderlo así imposibilita cualquier solución al problema y cualquier «negociación». Y, sin embargo, esa evidencia no se quiere ver por muchos o se ve sólo en los momentos en que los crímenes están recientes, y luego, a los pocos meses, se olvida. Las razones son varias. Una de ellas es general: la sociedad contemporánea se niega a considerar la existencia del mal absoluto, con la sola excepción del nazismo (pero no se quiere ver esa cualidad en su parejo, el comunismo). Por otro lado, funciona como agregado emocional de autocomplacencia un principio que se podría enunciar en esta máxima:
«olvídate de la víctima, sobre todo si ya ha desaparecido, ten tu solidaridad y tu voluntad de perdón para con el infractor», porque, en el fondo, suponemos, algo habrá provocado la inhumanidad del delincuente, de cuya condición él no será enteramente responsable. Si a ello le añadimos el miedo al riesgo -del que queremos alejarnos sin saber muy bien el costo implícito que para nosotros tenga o aun el que conlleva de forma patente para otros- y el «síndrome de Estocolmo» entre los afectados o amenazados por el crimen, entenderemos por qué existe tal
prurito para querer llegar a acuerdos con el enemigo y por qué nos negamos a ver a éste en su verdadera inhumanidad y crueldad. Pero no es tan difícil. Lo han visto así muchas gentes del Partido Socialista y de su ámbito que han huido del PSOE por su política para con el mundo de ETA, o que no han huido pero la critican espantados a diario, o que, horrorizados, callan y siguen en él por ese inexplicable patriotismo de partido que tan bien ejemplarizó en su día Fernando de los Ríos ante Azaña. Lo han visto, por ejemplo, Redondo, Pagazaurtundúa, Rosa Díez, Teo Uriarte, Gotzone Mora, Savater, los Múgica, Buesa y un largo etcétera. Ellos saben muy bien que el problema real de la lucha contra el monstruo no es que deje de haber muertos, sino que empiece a haber libertad, porque, sin libertad, no habrá paz; y que, por tanto,
para que exista libertad en Euskadi, la Bestia no puede volver vencedora a sus casas, debe hacerlo derrotada, aunque después de establecida esa situación de derrota se pueda ser clemente con los derrotados. Porque si el fracaso del bando de los asesinos no se patentiza como un descalabro histórico, si vuelven a sus calles y pueblos con su organización y su prestigio sociales intactos, la imposición no cesará, aunque aparentemente las pistolas no estén presentes. Es más, es posible que una hipotética situación de acuerdo o pseudopaz sin derrota no sirviese más que para el asentamiento de una plataforma de poder desde la que establecer nuevos objetivos: sobre otras partes de España, sobre Francia, sobre la propia sociedad vasca, en todo caso.
Pero las dificultades para que la izquierda enfrente de un modo adecuado (es decir, de un modo no ilusorio o de falsa conciencia) el problema no se limitan a las que hemos señalado, existen otras que radican en lo más profundo de lo que es la emocionalidad constitutiva de ese bloque político-social. La no menor de ellas es su capacidad para fingir sobre el mundo, es decir, para crear sobre él un discurso que -no siendo más que eso, o, a lo sumo, una tentativa de aproximación, como toda teorización- se presenta como una descripción objetiva de evidencia apodíctica, y su disposición para, después de haber fingido tal discurso, creer a pies juntillas en él y actuar en consecuencia. ¿Recuerdan, por ejemplo, cómo se constituyó en fe el decir que las reacciones de determinados partidos nacionalistas se debían a la falta de diálogo de Aznar? ¿Han anotado ustedes una sola corrección de esa visión cuando la realidad ha demostrado que el comportamiento y los objetivos de esos partidos seguían siendo los mismos con Zapatero?
¿No recuerdan haber visto y oído miles de veces a sesudos analistas y políticos asegurarnos que ETA, después del atentado de Atocha, ya no podría volver a matar porque sabían de sobra que la sociedad no lo toleraría de ninguna manera? ¿Lo recuerdan? No hace falta ir muy lejos para tener testimonios de ello. Y lo peor es que, llevados de esa ficción argumental y del deseo de que la realidad fuese como sus sueños, muchos socialistas de Euskadi, en una actitud entre militante e infantil, llegaron a creerse los discursos y dejaron los escoltas, como el propio Isaías Carrasco o, en otro momento anterior, nuestro Juan Priede, de Vallemoru.Hay otra cuestión aún más notable y que tiene una enorme gravedad moral y política: y es que
una parte muy importante de los militantes de izquierdas se siente más cerca del mundo de Herri Batasuna que del Partido Popular (o de la derecha, simplemente). Entienden que, a fin de cuentas, esa gente es de izquierdas como ellos, se enmarca, en metáfora taxonómica, a su mismo género o especie; mientras que el PP y la derecha pertenecerían a otro mundo, no sólo distinto, sino, siempre, abominable. Es ésa una emocionalidad que cruzaba ya el ámbito de la izquierda en la Segunda República y que, en alguna medida, tras un cierto amortiguamiento en los años ochenta,
ha ido creciendo en los últimos tiempos. Y ese veneno no es sólo teórico o discursivo.
Pudieron ustedes verlo traslucirse en el rechazo de la hija y la familia del asesinado Isaías Carrasco a recibir el pésame de los dirigentes del PP.Traducido a términos reales, simpatizan más, ven como más «natural», el llegar a acuerdos con los batasunos (de su misma especie, aunque temporalmente desviados o errados, pero convertibles) que con la derecha. Si a ello, además, se suma, como se sumó estos años atrás, la tentación de establecer una futura alianza con la nueva izquierda euskalduna, una vez pasada por el Jordán del llamado «proceso de paz», completarán ustedes el panorama.
Así, pues, la resolución del problema vasco reside no sólo en el encanallamiento mafioso de un bloque muy importante de su sociedad, sino en la
falta de capacidad de una parte de la izquierda para aceptar la realidad de Euskadi tal como es, en su entero horror, y en la compleja urdimbre de emociones y valores que les hace preferible compartir territorio con lo que ellos entienden izquierda (pese a la ausencia de demócratas en una parte importante de ese territorio) a hacerlo con los demócratas, por los prejuicios irracionales que sobre la derecha tienen (y que ellos y sus medios de comunicación se encargan de alimentar y engrandecer hora tras hora).Respecto al futuro, es seguro que va a volver a haber negociaciones con ETA, que, inevitablemente, volverán a ser en términos semejantes a los de la última vez. No hay más que acudir a las palabras de don José Luis Rodríguez Zapatero ante el comité federal del PSOE para comprobarlo.
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Y esto último no lo pones en negrilla, ¿por qué? Quizá por la inercia mental apuntada más arriba.
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