Tu padre habría necesitado un biógrafo que recogiera todas sus aventuras.
Hoy te subiste a un tren en Oviedo y fuiste hasta el gabinete sanitario de Lugo de Llanera a recoger los resultados de un reconocimiento médico. No te quitaron la sidra aunque tendrás que revisar las raciones de picadillo y no estaría de más, según el médico, que la próxima vez fueras corriendo.
Pues bien, en este corto viaje te sentaste al lado de un antiguo compañero suyo, que es un poco más joven que tú, del ya derribado taller de locomotoras de Oviedo. Te contó a ti y a otros compañeros que viajabais juntos, que hacía un par de días en el nuevo taller de Llanera se habían acordado de él y se habían reído un montón.
- Alguna galúa, dijiste tú, por utilizar una de esas palabras que solamente le oíste a él.
Adviertes que tu padre murió hace ocho años y que se jubiló hará veinte y lo normal es que ya lo hubieran olvidado. Pues bien, según su costumbre, siempre andaba con algún ferrancho de acá para allá y el ferrancho pesaría. Cuando, después de finalizar la jornada (colgar la chapa, que decía él) llegaba caminando del taller a la estación, si había que salir a tomar un vaso dejaría el fardo en cualquier lugar de la estación.
Quiso la casualidad que por aquella época pusieran o amenazaran poner algunos paquetes bomba en colegios.
Ya estaba armada. La policía movilizada por el paquete sospechoso y en esto llegó El Rubio de tomar el vaso, seguramente con el Farias en la mano.
- ¿Qué pa-pasa? ¿que qué tiene el pa-paquete? na-nada, unas ta-tablas.
Dicen que todos los presentes se rieron un montón, quizá todos menos la policía.
Hacía falta que te fueran contando cosas para ir completando esa biografía.
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