Tantos años en El Seminario y desconocías que entre la escalinata y el campo de fútbol pequeño, el de Latinos, hubiera un parque, el parque de La Rodriga, que entonces no era accesible.
Leíste en la prensa que lo habían abierto y que se entraba a través de un portal desde la calle Campomanes. Un día de vacaciones te dejaste caer por El Yantar de Campomanes, situado justamente en frente, y a la salida no podías dejar pasar la oportunidad.
Es un parque pequeño, cuesto, aunque cuenta con un ascensor para salvar el desnivel. Por una visita es difícil hacer un juicio de valor porque cuando lo visitaste serían las dos y media de la tarde, hora poco propicia para paseos, pero no te parece que la ocupación media vaya a ser elevada. No obstante, prefieres que se conserve allí una mancha verde y bien cuidada a una mole de pisos.
Al llegar a la parte superior no te resistes a dar una vuelta por el exterior del Seminario, ocupado por los MIR, por Radio Popular, por la COPE, por la Escuela de Magisterio de la Iglesia. Es lo que hay. Pasas frente al callejón por donde, ya un poco maliciosos, rebuscábais entre las papeleras por si encontrabais los originales de los exámenes a ciclostil en aquel papel carbón que había que descifrar al trasluz. Alguna vez habría éxito, que serviría para seguir alimentando el mito y la ilusión de seguir buscando.
Te dispones a bajar por la escalinata principal. Ves la casa abandonada de Pepito Grillo. Entonces tenías una ligera confusión de ideas porque para vosotros Pepito Grillo era Don Gabriel, el Administrador, que en paz descanse.
Años más tarde, te dio alguna clase de Derecho Internacional Público el auténtico Pepito Grillo, el de la casa rosa, hombre bueno, decían que del Opus, soltero y sin compromiso, tan prudente que ni siquiera recuerdas su nombre. Cuando ocupó la cátedra González Campos, trajo a Luis Ignacio Sánchez y a Sáenz de Santamaría y Pepito Grillo quedó relegado, pero te dio el puntín. González Campos llegó a encabezar alguna lista del PC.
Ves con pena el abandono de la casa y de la finca, llena de ortigas, y meditas sobre el dudoso destino de las herencias cuando no hay descendencia.
Y sigues escaleras abajo, y te ves con una bolsa de viaje camino del fin de semana, y das la vuelta y te imaginas la cuesta arriba de los domingos de tardes ya anochecidas, con aquella luz amarillenta y mortecina que hacía cadavéricos y tristes los rostros adolescentes.
1 comentario:
tuve las mismas sensaciones que tú cuando un dia me acerqué por allí..... la felicidad que sentia cuando mi madre, en la escalinata, me recogia cuando llegabamos de Covadonga, ansiosos de ver a los nuestros.Luego comprabamos en Camilo Blas unos pasteles y pal Vasco....esos si que eran dias alegres!!!.Saludos
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