Vienes leyendo en la prensa regional la noticia de un conflicto sobre la custodia de un menor, en principio una noticia más de las muchas que se publican. Se trata de una pareja con un hijo de nueve meses. Un buen día la madre se marchó de Cataluña con su hijo y pasó a vivir en una comunidad cerca de Pravia. Lees que se trata de Las Doce Tribus y que están en Agones. No recuerdas haber leído nunca nada al respecto en la prensa. No obstante, a posteriori, navegas por internet y algo encuentras, pero te habrá pasado desapercibido.
Hace un mes participaste en una cena con antiguos compañeros del colegio del curso siguiente al tuyo. Nunca habías ido pero te apetecía verlos porque algunos repitieron y alguna vez fueron de tu curso. Con otros coincidías en los patios y al fin y al cabo muchas experiencias eran compartidas.
Entre los asistentes está un compañero que vive en Agones. Entrando en la página web de la comunidad (algunos la llaman secta, no ellos ¿quién se autodenomina secta?) ves que el pelo con su cinta y su cola, la barba, el vestuario, la pinta, es la misma. Habías oído algo pero desconocías esos detalles y pensabas que era otra cosa.
Lees que esos niños no se vacunan, pero a la Consejería de Sanidad no les consta. No están escolarizados porque esa función la asume la propia comunidad. Tampoco le consta a la Consejería de Educación. Entre los asistentes había médicos incluso con competencia territorial en la zona, pero sin funciones de inspección. También había más que curas, pero no eran delegados del Santo Oficio. Los propios compañeros, según costumbre tradicional, conocedores “grosso modo” de sus costumbres y desapego del vil metal, pagamos entre todos su parte.
Ninguna institución actúa de oficio, sólo a instancia de parte y en su miniparcela. Los garzones están mal vistos.
Te preguntas si es posible cubrir todo eso con un descomunal pacto de silencio y, salvadas las distancias, te acuerdas del País Vasco y de la partida de tute post mortem.
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