EL EXILIO

Es duro el exilio en días tan cortos, noches tan largas y tanto frío en los huesos.

Repasas mentalmente esas fotografías de los exiliados españoles o de cualquier país, formando largas hileras, con sus carromatos, con sus maletas, con sus bolsas o con las pocas pertenencias que pudieron salvar. Ves sus caras de tristeza acentuadas por las fotografías en blanco y negro y concentras tu mirada en su pena.

Unos meses antes estaban tan felices, incluso con sus problemas, con sus afanes diarios y ahora expulsados del paraíso, pensando sólo en volver.

En su travesía por el desierto encontrarían nuevas ilusiones, nuevos amores. Algunos habrán preferido alejarse del país fronterizo, poner tierra por medio, pasar página. Otros quedarían anclados en la nostalgia y habrán formado su pequeña patria cerca de la frontera, con su mismo círculo, con su mismo idioma, con las mismas costumbres y el mismo horario.

No te imaginas la salida hacia el exilio con un sol radiante. Lo ves con nocturnidad, solo con nocturnidad, cuando todos los gatos son pardos, cuando pierdes el sentido de la orientación y sigues caminando porque supones que es mejor andar que estar parado.

Y ves a tu coro, del que contaste alguna batallita y alguna ilusión páginas atrás, cargando con pianos, partituras y preseos varios hacia la nueva patria, donde os dan de comer, os tratan bien, con profesionalidad, estáis calientes, pero hay corrientes, siempre es de noche y echas de menos la despensa, la casa, el cariño.

A lo mejor un divorcio es así.