Faltaban solo unos días para la Nochebuena. Sería el primer año que Juan y María iban a pasar las Navidades fuera de casa, de su casa de Gijón. Los hijos ya se habían independizado. El mayor, Juan Antonio, vivía desde hacía un par de años en Sahagún, muy cerca de Calzada del Coto, el pueblo en el que había nacido su abuelo paterno, al que no llegó a conocer. Juan Antonio se había integrado tan bien que incluso dirigía un pequeño coro de la localidad. La más pequeña, Carmela, se casó en el verano y vivía en Ribadesella.
En la primavera, con unas semanas de diferencia, murió Balbina, la madre de Juan, que era viuda, y al poco Damián, el padre de María, también viudo, los dos de muerte repentina, los dos en Gijón.
Juan, María y sus hijos se habían repartido las Nochebuenas de casados, bien en casa de Balbina, bien en la de Damián, de acuerdo con esos delicados equilibrios que es necesario mantener por la buena marcha del negocio. Los últimos años ya no venía Juan Antonio, que se quedaba en Sahagún. Este año Carmela, la pequeña, iba a pasar las fiestas en Cantabria, con un grupo de amigos del joven matrimonio. Así que Juan y María estaban abocados a pasar solos la primera Nochebuena de su vida.
Aquello no podía ser y no iba a ser. El puente de la Constitución lo pasaron Juan y María en su casa enganchados a internet, estudiando las ofertas más interesantes para el fin de año. Pensaron en el Caribe. Dudaron entre la Riviera Maya y Cuba. Se decidieron por la isla. Querían conocerla en vida de Fidel. Con el mismo idioma podrían entender mejor cómo se vivía en un país comunista, ahora que todo se derrumbaba.
Navegando por internet leyeron una noticia que los dejó perplejos: antes de fin de año desaparecía el exprés, el tren en el que se habían conocido la noche del veintiocho de diciembre de mil novecientos setenta y cuatro, sí, un día de los inocentes.
Era un domingo, lo recuerdan bien. Habían venido a pasar la Nochebuena a Gijón con sus respectivos padres y volvían a Madrid, en donde estudiaban él Arquitectura, ella Periodismo. Tenían pensado pasar la Nochevieja con sus amigos de la capital. Los asturianos que estudiaban en Madrid hacían piña, pero Juan y María paraban en distintos ambientes y no se conocían ni de Madrid ni de Gijón. Esa noche, de vuelta a la capital, coincidieron en el mismo departamento de segunda clase.
De Gijón salieron ellos solos. Más tarde confesarían haberse mirado de reojo, pero ninguno se dio cuenta entonces. Hicieron como que leían, ella un libro, él una revista. En Oviedo subieron tres militares y en Mieres otro más. Todos se apearon en León, hacían la mili en el Ferral. En León se quedaron solos en el departamento de ocho. Normalmente por León pasaba antes este exprés que venía de Gijón, que el que procedía de La Coruña y El Ferrol, pero ese día alguna avería hubo en el Pajares y el tren se retrasó un poco, así que por León pasó antes el tren gallego. Mejor, porque de esa forma los viajeros de León para Madrid subieron en el tren anterior.
María, no obstante, estaba un poco intranquila. La calefacción del departamento no funcionaba del todo bien e insinuó que igual era mejor buscar otro sitio. El salió discretamente al pasillo y prendió un cigarro. Ya hacía unos minutos que había tirado la colilla cuando María corrió la puerta y le dijo que si iba a pasar de pié toda la noche. Juan dijo que le gustaba estar despierto al pasar por Calzada del Coto, que era el pueblo de su padre.
- ¿Pero tú eres asturiano, no?
- Sí, sí, pero siempre me tiró un poco esto.
- ¿Y ya pasó esa estación? ¿cómo dices que se llama?
- Calzada, Calzada del Coto. Sí, acabamos de pasar. Ahora vamos a llegar a Sahagún, el tren ya está frenando.
- ¿Cómo dijiste que te llamabas?
- Juan, ¿y tú?
- Yo, María. Mira Juan, mejor nos metemos dentro y nos tiramos a la larga y con un poco de suerte, los que suban en Sahagún buscan otro hueco.
- Buena idea.
- Son muchas noches de tren.
Algunos viajeros entreabrieron la puerta pero no se atrevieron a molestarlos. No pegaron ojo hasta Madrid.
Quedaron en verse el día siguiente. María el día de Nochevieja llamó a su grupo para decirles que estaba un poco pachucha y que no contaran con ella, pero que no se preocuparan, que iría a casa de unos parientes de Madrid. Pasó la Nochevieja con Juan y sus amigos.
Eso fue hace más de treinta años. Este de 2007 pasarían las Navidades en el Caribe e irían hasta Madrid en el último exprés, el último exprés de su vida. Compraron el paquete turístico y sacaron los billetes del tren, todo por internet. Les pareció poco romántica esa forma de reservar los últimos billetes, pero quisieron asegurarse de que iban a tener plaza.
Llegaron a las diez de la noche a la estación de Gijón. A la altura de la locomotora había formado formada la banda de gaitas contratada por la Asociación de Amigos del Ferrocarril, que iba a dedicar unos sones de despedida al último tren. A las diez y cuarto atronaron en el andén y en los corazones las melodías de “Carretera de Avilés”, “El tren de madera” y el “Cha cha cha del tren”, pero Carmela había preparado una sorpresa. A sus padres, desde su época de novios, les encantaba la canción “O tren” de Andrés de Barro. Era un tren gallego pero Carmela se lo quiso dedicar igual. Conocía a gente de la banda de gaitas y lea encomendó que cuando vieran a sus padres aproximarse al andén, tocaran esa pieza. Así lo hicieron.
O tren que me leva pola veira do Miño,
me leva e me leva polo meu camiño.
O tren vai andando pasiño a pasiño
e vaime levando cara o meu destiño.
Alguen pode ser que me espere na estación,
na terra da felicidad.
E toudo o que sexa amor e paz
o atoupareí eu o tereí
ca miña moza no meu lar.
Después vendrían “El tren de madera” y las otras. Ya en el exprés, desde el pasillo vieron gente en el andén echar mano del pañuelo cuando arrancó a los sones del Asturias Patria Querida.
El tren iba hasta los topes. Nadie quería perderse el tren del adiós. En este su último viaje juntos lo que no pudieron es tener un departamento para los dos solos, como aquel día de los inocentes en el que se conocieron.
En los trenes nocturnos no solía la gente llevar comida para el viaje, pero en esta ocasión es como si todos se hubieran puesto de acuerdo para aportar las últimas viandas. El interventor y los empleados del coche cama también se sumaron a la fiesta. La compañía dio barra libre.
Una vez que pasaron por Puente de los Fierros y la vía comenzaba a empinarse fueron apareciendo las olvidadas tarteras que algunos viajeros tuvieron que rescatar de los desvanes.
Al salir de León, María le dijo a Juan que estuviera atento, que al pasar por Sahagún, iba a salir su hijo Juan Antonio a decirles adiós.
El tren comenzó a frenar. Todavía estaban llegando a Calzada del Coto. Desde la zona de las agujas se veía la estación especialmente iluminada. No era normal porque la estación llevaba clausurada varios años. No la vio tan iluminada ni siquiera en los años setenta cuando procuraba estar siempre despierto al pasar por la estación donde había nacido su padre.
Cuando se acercaron, sobre el tejado brillaba una gran estrella de Navidad con su estela y todo. En el andén habían levantado un pequeño escenario adornado con guirnaldas y motivos navideños.
El tren se detuvo frente a lo que había sido la estación. El maquinista mandó bajar a los viajeros: “No pasa nada, es una sorpresa”. Cuando todos los viajeros se hubieron apeado, fueron subiendo al escenario los integrantes del coro de Sahagún, que salieron de las sombras de la noche. Juan Antonio, el director, subió el último. La máquina bajó los pantógrafos y los motores se detuvieron.
Juan Antonio dio la entrada y empezó a sonar un villancico a cuatro voces que se oyó en todos los trenes del mundo:
El tren iba hasta los topes. Nadie quería perderse el tren del adiós. En este su último viaje juntos lo que no pudieron es tener un departamento para los dos solos, como aquel día de los inocentes en el que se conocieron.
En los trenes nocturnos no solía la gente llevar comida para el viaje, pero en esta ocasión es como si todos se hubieran puesto de acuerdo para aportar las últimas viandas. El interventor y los empleados del coche cama también se sumaron a la fiesta. La compañía dio barra libre.
Una vez que pasaron por Puente de los Fierros y la vía comenzaba a empinarse fueron apareciendo las olvidadas tarteras que algunos viajeros tuvieron que rescatar de los desvanes.
Al salir de León, María le dijo a Juan que estuviera atento, que al pasar por Sahagún, iba a salir su hijo Juan Antonio a decirles adiós.
El tren comenzó a frenar. Todavía estaban llegando a Calzada del Coto. Desde la zona de las agujas se veía la estación especialmente iluminada. No era normal porque la estación llevaba clausurada varios años. No la vio tan iluminada ni siquiera en los años setenta cuando procuraba estar siempre despierto al pasar por la estación donde había nacido su padre.
Cuando se acercaron, sobre el tejado brillaba una gran estrella de Navidad con su estela y todo. En el andén habían levantado un pequeño escenario adornado con guirnaldas y motivos navideños.
El tren se detuvo frente a lo que había sido la estación. El maquinista mandó bajar a los viajeros: “No pasa nada, es una sorpresa”. Cuando todos los viajeros se hubieron apeado, fueron subiendo al escenario los integrantes del coro de Sahagún, que salieron de las sombras de la noche. Juan Antonio, el director, subió el último. La máquina bajó los pantógrafos y los motores se detuvieron.
Juan Antonio dio la entrada y empezó a sonar un villancico a cuatro voces que se oyó en todos los trenes del mundo:
“En la más fría noche de la Navidad
Encima unas pajas Jesús duerme ya,
Y todas las estrellas que en cielo están
Contemplan con gozo su rostro galán”.
3 comentarios:
Hola: no sabía que tenías un blog, voy a enlazar el la entrada del Último Exprés en Lavagoneta.
Un saludo.
El cantante Juan Luis Guerra, dijo en una ocasión que el mejor elogio que se le podia dedicar era llamarle poeta. Eso es justamente lo que yo te digo hoy :POETA.
Feliz Navidad
Gonzalo
No es un "cuento" es algo que llega a más.
Una muy buena despedida para ese último tren ..... cuantas historias habrá llevado en sus entrañas y cuántos de esos sus protagonistas irán a hora a despedirlo..................
Gracias Luis por acordarte de él
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