2008/05/05

DE ÉTICA Y ESTÉTICA

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El día de la madre es un día de mucho trasiego y por la mañan pudiste leer únicamente los titulares de La Nueva España (y las esquelas), y de EL PAÍS, menos todavía, porque solo llegaste a la primera y a la última página. Ves que en la última el artículo de Manuel Vicent se titula “Más toros”, y te imaginas que es la típica columna antitaurina, que periódicamente publica al comienzo de alguna temporada, aunque el mundo de los toros te resulta tan lejano que no sabes si la temporada comienza, termina o está en su apogeo. Nunca te gustaron los toros ni fuiste capaz de distinguir un pase natural de una manoletina o una verónica. Únicamente fuiste una vez a una corrida, en Puerto Banús hace unos cuantos años. Crees recordar que toreaban el Juli y el Cordobés y quedaste impresionado con el brotar de la sangre, y con la llamada suerte de picar. Miraste fijamente para el grosor de la pica. Calculaste entonces que sería como el cuello de una botella y no paraste de mirar para tu dedo pulgar, pensando que la pica era todavía más gruesa, y que el picador la hundía una y otra vez en el espinazo del toro. Una y no más.

No entiendes ni papa de toros y si algún interés tenías, se acabó. Seguías de antes, sin embargo, y seguiste después las estupendas crónicas taurinas de Joaquín Vidal como estarías atento a cualquier cosa que escribiera, aunque fuera de jardinería o de interiorismo. Las crónicas taurinas de Vidal muchas veces dedicaban medio artículo a describir cómo el respetable empinaba el codo y se zampaba sus bocadillos entre toro y toro.

Meditas sobre si es concebible una poesía inspirada en un genocidio o si en una obra de teatro caben unos diálogos brillantes entre dos torturadores. Por desgracia, crees que sí. Quizá la Ilíada y alguna otra obra maestra no se pueda analizar con la lupa de la ética.

Llegaste al restaurante de Latores y después de tomar algo (no hace falta decir qué), en el paso hacia el restaurante, al ver una inscripción y unas maderas te acordaste de los toros, y de la Casona de Regla, del artesano que la ocupó durante lustros y que (dicen) fue desalojado de ella con artes que quizá todavía estén coleando por los juzgados. Y meditas de pasada sobre la ética y la estética, y el eterno dilema sin solución posible entre los medios y los fines.

Dejas el periódico para mañana (un absurdo porque mañana vendrá otro) pero no te resistes a leer el artículo de Manuel Vicent, un artículo brillante, que seguramente describirá solamente un sueño, como sueño será la canción de Pablo Milanés “Pobre del cantor ”.

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