2008/05/22

AHORA COMENTARISTA CULINARIO

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Hace dos años te encontraste con una amiga de tu hija que acababa de coger el traspaso de una sidrería en el barrio de La Pomar en La Felguera. Sería en esa época cuando volviste a reencontrarte con Javier Fernández, con el que coincidiste en primero de bachiller en el Seminario de Covadonga. Javier era un nenu rubiu que se sentaba en las filas de atrás. Por orden de apellidos tú estabas en la primera fila y tenías poco control sobre la retaguardia.

El curso terminó, Javier no volvió en segundo y no volviste a saber más de él, simplemente era el agachado de la derecha en la foto de la explanada.

Cuando, junto con otros compañeros, te dio por organizar el reencuentro, alguien sabía de Javier y acudió. Entonces se supo que Javier el del Seminario era Javier el de La Pomar y otros negocios de hostelería del Nalón.

Cuando le dijiste a esa amiga de tu hija y que ibas a coincidir con Javier, y que si lo conocía, cortada y con gesto de enorme sorpresa solamente acertó a decir:

- ¿Javier? Javier ye un crack, un crack, en la Cuenca Javier ye un crack, chaval.

Y no sacaste una palabra más.

Tampoco se lo tomaste muy en cuenta porque te parecía que a veces en la Cuenca se exagera un poco, chaval.

Solo conocías la palabra crack referida a futbolistas, sobre todos delanteros. Un crack es un jugador desequilibrante.

Esta mañana, en ese margen que procuras tomarte entre las dos y las tres, lees en la prensa algo sobre una polémica entre dos cocineros: Ferrán Adriá y Santamaría, a cuenta de si el segundo vino a decir que el primero era sólo márketing y que utilizaba elementos no muy saludables. En una breve ronda de entrevistas a cocineros asturianos (¿restauradores se dice ahora?) cada uno expresa sus opiniones, y te detienes en la de Juan Rivero, El chef de Casa Tataguyo (Avilés), que asegura que Santamaría "es un crack y todo lo que habla está pensado y justificado".

Vuelves a oír la palabra crack referida a la hostelería.

Quiso la casualidad que el martes no funcionara la red informática de la oficina, con lo que poco se podía hacer allí. Hacía un sol espléndido, así que todo estaba de cara para perderse visitando algún tren o alguna estación. Cogerías un tren hacia las doce de la mañana y te plantarías en El Entrego porque un viajero te comentó un caso y quisiste verlo in situ. Aprovechaste para observar otros detalles pero la próxima vez que salgas prometes ponerte las gafas de madera. Te hiciste una idea y saliste a dar una vuelta por la población, breve, porque querías regresar en el próximo tren hasta La Felguera. Pudiste ver en El Entrego cómo el tren va quedando sin salida; en el lugar donde estaba la antigua estación, en la que trabajaste alguna vez, quedaba un marquesina, un reloj parado para siempre, la placa de la altitud, la antigua topera y una vía muerta que no lleva a ninguna parte.

A las dos menos cuarto estabas en La Felguera. Hiciste un cálculo: irías hasta la zona de La Pomar, tomarías una botella de sidra, porque tiempo y clima eran propicios. Tenías previsto volver a Oviedo dentro de una hora.

Llevabas en el bolsillo un lápiz de memoria con las fotos de los encuentros de los dos años anteriores y otras viejas fotos en blanco y negro de los años sesenta con intención de hacérselas llegar a Javier.

En el encuentro de este sábado en Covadonga coincidiste en la comida codo con codo con él. Te dijo que consideraba como gran mérito su esfuerzo por “juntar en la mesa gente que no se conoce, tender puentes”.

Quedaste un poco dubitativo sobre cómo sería eso de los puentes.

Cuando llegaste a la sidrería, allí estaba Javier, pendiente de cualquier detalle: acomodar al que entra en el rincón preferido de cada uno; atento a que las botellas del frigorífico se sirvan según su antigüedad de almacenamiento; pendiente de a quién hay que ponerle una tapa.

Te abrumó a presentaciones, desde directivos de distintas empresas e instituciones hasta la misma alcaldesa de Langreo. Al final, acabaste compartiendo mesa y mantel con las autoridades policiales de la comarca. No te había contado ninguna fantasmada. Pudisteis intercambiar opiniones sobre graffitis y arrollamientos, colgados y delitos de guante o cuello blanco.

Aclaras que a la hora de las cuentas, cuando te disponías a sacar la cartera, estabas invitado (¡por favor!), pero los compañeros del mantel pagaron su parte.

Sólo por estos buenos ratos merece la pena la labor de sabueso emprendida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sumo Pontifice, vendrá de por ahí.