2008/04/30

OSCAR OVEJA, q.e.p.d.


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Tendrás mucho más difícil llegar a saber si el segundo apellido de tu abuelo paterno, Oveja, era de la misma rama que el suyo. Sí que habías averiguado que eran todos oriundos de Villamartín, de Castroañe o de pueblos limítrofes de la provincia de León.

Ya no le verás, sobre las siete y media de la tarde, cuando no quede casi nadie, asomarse a la barandilla del piso de arriba, donde tenía su oficina, y celebrar la última mordacidad de Federico (no hace falta decir qué Federico), o comentar si en el partido ayer Guti dió un pase genial o hizo el canelo.

Ya no le mandarás más correos y no sabes qué hacer con su nombre en la libreta de direcciones. La gente muere y no se tachan sus nombres de las agendas de teléfonos clásicas, pero si lo tachas, queda la marca y se puede volver a leer lo tachado. Con la libreta de direcciones del correo electrónico es diferente: le das a eliminar y no queda rastro.


Ya te tocó borrar a algún muerto de la libreta de direcciones, por ejemplo a tu prima Marián, que para más INRI se puso como nick Majelu, iniciales de ella y de sus otros dos hermanos desaparecidos con anterioridad. Si no las borras corres el riesgo de enviar al más allá algún absurdo mensaje si se autocompleta la dirección y no corriges a tiempo.


Precisamente ayer habías leído en la prensa que una empresa se ofrecía a gestionar los correos de los muertos, con sonoro titular cuando te toca de lejos. Y, además, de otros pequeños detalles, pensarás en el doloroso momento en el que alguien tenga que hacer algo con sus papeles, con sus notas, con sus bolígrafos, con su sitio, el sitio de Oscar.


Entre otras ausencias de mucha mayor enjundia, alguien, que no estaba previsto, faltará el próximo día 9 en esa comida anual de Moreda.


Q.e.p.d.

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