Hoy te dio por una excursión histórico-cultural. Habías anotado que en el club Prensa Asturiana se pronunciaría una conferencia con el título “En torno a los orígenes de Oviedo” pero prácticamente a la misma hora en el edificio histórico de la Universidad estaba anunciada otra a cargo de Juan José Tuñón, Responsable del patrimonio de la Iglesia asturiana, y que llevaba por título “Culto, peregrinación y devoción en la Sancta Ovetensis”. Teniendo en cuenta que Tuñón vivía en Pola a setenta metros de tu casa, que coincidisteis varios años en el Seminario, que tiene antecedentes ferroviarios y que en casa de su madre alguna vez se tiene quedado a dormir (de soltera) tu mujer, te inclinaste por su conferencia.
Por casualidades de la vida, por allí andaba el cura que te casó, que también es historiador, junto a unos cuantos más, y hasta tu vecino de aparcamiento, más versado, por lo que se ve, en espiritualidades que en técnicas de estacionamiento.
Destacas algunos puntos de la conferencia: actualmente las riadas de turistas toman la catedral como bien de consumo cultural y turístico, ajeno a sus iniciales motivaciones espirituales, pero no siempre fue así.
Como anécdota, o vete a saber a título de qué, detalló la narración que un cronista de la época dedica a una apertura del Arca Santa que mandó realizar Felipe II para reconocer las reliquias, sepulcros reales, libros y manuscritos de las iglesias y monasterios del Reino de León, Galicia y Asturias, quizá una especie de inventario.
Dice así el cronista:
El Ilustrísimo Señor don Cristóbal de Rojas y Sandoval, que agora es dignísimo Arzobispo de Sevilla, siendo obispo de Oviedo se determinó en abrir el arca santa. Para esto, con singular devoción y celo santísimo de la gloria de Dios, hizo los santos aparejos que la estima de tal celestial tesoro demostraba ser necesario. Publicó solemnemente una cuaresma en su iglesia y por todo el arzobispado, mandando que se hiciese oración a Nuestro Señor, dando su ilustrísima ejemplo muy devoto por sí mismo y por los ministros de él. Tres días antes de un domingo en que se había de abrir la arca santa mandó ayunar a todos y hacer mucha oración con procesiones. Llegado el día, dijo la misa de pontifical y predicó. Acabada la misa, revestido como estaba, subió con gran solemnidad de fuera y con mucho hervor de devoción de dentro de su alma, a la Cámara Santa y después de haber hecho allí de nuevo humilde oración a Nuestro Señor, así de rodillas como estaba delante de la santa arca, tomo la llave para abrirla, al tiempo que tendió la mano para poner la llave en la cerradura. Súbitamente sintió tanto horror y desmayo y se sintió tan imposibilitado para moverse de ninguna manera que le fue forzoso no pasar de largo ni hacer cosa ninguna sino quedarse en aquel santo pasmo sin tener rigor ni fuerza para más. Y como se hubiera venido así a contradecir y estorbar lo que de tanto propósito y con tanto deseo y aparejo había querido hacer, así desistió de ello y lo dejó. Entre las otras cosas que sintió, cuenta Su Señoría Ilustrísima que de tal manera y con tal furia se le erizaron los cabellos que le pareció que había saltado la mitra de la cabeza hasta muy lejos y eso que no le faltaban al buen prelado la fortaleza y el temple necesarios para mantener los asuntos del gobierno diocesano, pues vigor y esfuerzo notabilísimo conocemos todos en este insigne prelado para todas las grandes cosas que el servicio de Nuestro Señor le dé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario