2008/04/20

DE PASTORES Y GERENTES


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Esta mañana de sábado tuviste un entierro. La esquela lo ponía bien claro: en la iglesia de San Francisco Javier de la Tenderina. Cuando del círculo de interesados en asistir te preguntaron qué iglesia era, respondiste muy rotundo: la de la Tenderina, la que hay y pensaste "la del entierro de Benigno Is". Alguien apuntó que había dos, pero tú, muy seguro, dijiste que qué va, que era la iglesia de siempre, la iglesia que durante unos años tuvo delante una escultura de Fernando Alba, que acabaron retirando porque al final eran unos hierros oxidados y un peligro para la gente menuda.

El entierro era a las doce. Haces tus planes, sales de casa a las once y media, con tiempo para dar el pésame que no se te arregló antes. Tenderina abajo ves los chalés ruinosos de la fábrica de armas. Los comparas con las estaciones también ruinosas y te acabas convenciendo de que en la fábrica de armas sabrán hacer cañones y los ferroviarios sabrán mover trenes, pero lo de unos y otros no es mantener edificios. Al final, cuando se caigan todo el mundo clamará al cielo porque eso había que haberlo mantenido, pero a los gestores del momento les exigen resultados en las balas o en los trenes, no en el mantenimiento de los tejados, y estos se acaban cayendo.


Al pasar por el Palacio de los Deportes te preguntas qué será de aquel chaval que defendiste una vez en el turno de oficio acusado de robar allí después de romper un cristal. Tuviste la suerte de ganar aquel juicio porque el policía municipal de servicio llegó únicamente a ver su silueta por un cristal traslúcido y te agarraste a esta duda como a un clavo ardiendo.



En estas meditaciones estabas cuando llegas a la puerta de la iglesia y la verja está cerrada. Te mosqueas. Preguntas a unos padres que hay por allí si esta es la iglesia de San Francisco Javier. Ni idea, son de Gijón y vinieron acompañando a con sus hijos que jugaban un partido de algo en el polideportivo de al lado. Empiezas a sospechar que hay dos iglesias. Cuando te lo confirman en un kiosco cercano, sabes que vas a llegar tarde. Jamás entras en una iglesia con la misa empezada, porque te parece una falta de respeto, pero esta vez la culpa es tuya y como penitencia, entrarás. Metiste la pata por no seguir la consigna de Buridán: dudar.



Cuando te parece que tienes que estar llegando, preguntas a una parroquiana. Si te hubieras fijado verías la cruz en un edificio delante de tus narices. Claro que también tenía ventanas y una antena de televisión en el tejado. Te pasó lo mismo que la primera vez que pisaste Madrid y preguntaste a la salida de Príncipe Pío dónde había una boca de Metro y a diez metros tenías una.



Entras. La cruz de hierro forjado que preside la iglesia es un cristo crucificado pero con túnica, te parece de Urrusti, o al menos de su estilo. Oficia Alberto Reigada, con el que charlas un momento a la salida. Le hicieron llegar una alusión que se había hecho en este blog a un artículo que escribió en La Nueva España. Le preguntas si lo ponías bien o mal. Dice que bien. Menos mal.
Le das la enhorabuena por la noticia de la prensa de ayer mismo, cuando se publicó que salía adelante un proyecto de ampliación, con maqueta virtual en las portadas de la prensa. Algo te dice del apoyo recibido del Arzobispado.



Muchas veces en conversaciones familiares o de café se clasifica a los curas en buenos, aprovechados, sotas, elitistas, abandonados, desprendidos, etc. Se valora bien al que levantó una iglesia, al que organizó un cementerio, al que construyó una piscina. A veces para conseguir sacarlo adelante necesitan el apoyo del rico del pueblo, del poderoso y no queda tiempo para atender a la gente humilde, al necesitado, al pobre. Cuando sale esa conversación clasificas a los curas en gerentes y pastores. A veces hay curas muy buenos como gerentes y muy malos como pastores, y viceversa, otros que si hubiera exámenes de organización no pasarían de párvulos. Alberto es de los que conjugan los dos aspectos. Lo confirmas cuando, ya de vuelta hacia el casco histórico pasas por la cuesta de la Vega y ves el local de Cáritas “Calor y café” que tanto potenció Reigada cuando Cáritas estuvo bajo su responsabilidad. A este local malamente entrará un poderoso. Sigues avanzando y en el entorno del Arzobispado ves una tienda tradicional de artículos religiosos y de culto, y esta es la otra cara de la moneda.



Y con estas llegas al Fontán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tras más de treinta años rondando por Oviedo no se puede confundir Ventanielles con La Tenderina ni La Sagrada Familia con San Francisco Javier.