Buridán es un rincón donde se amontonan las dudas sin orden ni concierto y, siendo ese su objeto, no puede quedar en el olvido una que por algún momento lo habrá sido para el flamante presidente del Congreso.
No recuerdas si esta poesía te suena de la Enciclopedia Álvarez, de algún libro de texto de Lengua, o incluso de la escuela, pero desde aquel lejano entonces te llamó la atención esa “dolora” (que así las llamaba él mismo) de Ramón de Campoamor, que no pasará a la historia por ser un poeta sublime, pero sí por sus rimas pegadizas.
EL GAITERO DE GIJÓNYa se está el baile arreglando.
Y el gaitero, ¿dónde está?
«Está a su madre enterrando,
pero enseguida vendrá».
«Y ¿vendrá?»
«Pues ¿qué ha de hacer?»
cumpliendo con su deber.
Vedle con la gaita...,
pero¡cómo traerá el corazón
el gaitero,
el gaitero de Gijón!
(…)
La niña más bailadora,
«¡Aprisa! -le dice- ¡aprisa!»
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.
Y al mirar que de esta suerte
llora a un tiempo y los divierte,
¡silban como Zoilo a Homero,
algunos sin compasión,
al gaitero,
al gaitero de Gijón!
Ni Bono toca la gaita ni se le murió la madre, pero alguna duda habrá tenido cuando supo que el entierro de su suegro coincidía con su estreno como presidente del Congreso. Dice la prensa que acertó en presidir el la sesión inaugural. No estás tan seguro. Él mismo se lo tendría que preguntar dentro de dos meses, no más. Hay cuestiones que interesa verlas en perspectiva. ¿Qué inconveniente habría en dejar que el vicepresidente primero presidiera por una vez el Congreso, él que dijo haber dejado la política para dedicarse a la familia? No fue un ejemplo de conciliación de la vida laboral y familiar, aunque, católico él, habrá seguido la máxima evangélica: “Dejar que los muertos entierren a sus muertos”.
¿Qué harías tú? Mejor que no ocurra, pero en una ocasión te coincidió el entierro de tu tío y padrino en León el mismo día en que directivos de toda España llegaban a tu tierra asturiana para impulsar un sector de tu empresa, justamente el sector del que te ibas a encargar. Fuiste al entierro por la mañana, llegaste a la sesión de tarde y no te pareció que con tu ausencia se paralizara nada, pero hay una diferencia: tú no eras presidente de nada.
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