Lees, como todos los domingos, EL PAIS en papel. Ya estabas al final del periódico y no habías leído nada que te llamara especialmente la atención, pero el rabo también es toro y no se puede dar un partido por perdido hasta el pitido final del árbitro.
La columna de la última página la firma Manuel Vicent, maestro de ensoñaciones marineras ligadas a su Valencia natal. Seguramente la historia de la literatura no pondrá a la misma altura a Vicent y a Blasco Ibáñez, pero si un reparto territorial hubiera, Manuel Vicent sería el poeta de las vivencias marineras y Blasco Ibáñez el del interior.
Manuel Vicent cuenta una historia de un naufragio y la termina de esta forma: Las heridas que se arrastran desde muy lejos envueltas con los años son las que nos definen siempre y al final nos permiten alcanzar la dignidad en medio del naufragio. Te parece una frase merecedora de ser recogida en esos repertorios de frases célebres. La relees varias veces: Las heridas que se arrastran desde muy lejos envueltas con los años son las que nos definen siempre y al final nos permiten alcanzar la dignidad en medio del naufragio.
No encuentras ninguna coma, pero no sabes si el autor deja a la elección del lector ponerle alguna, por ejemplo "Las heridas que se arrastran desde muy lejos, envueltas con los años,…" en este caso sería la envoltura de los años la que incidiría en la conformación de la persona doliente, que la hacen digna en medio del naufragio. Si leemos sin comas las heridas y los años formarían un amasijo indivisible que se traduciría en la imposibilidad de cumplir años indemne. Arrastrar heridas, no solo tener las cicatrices a la vista, ser un pesado fardo, como aquella maldición bíblica “parirás a tus hijos con dolor” (antes de la epidural). Además, la dignidad de las heridas, como el orgullo de las heridas de guerra, según dicen, o el pretendido orgullo de Don Rodrigo en la horca.
Al final es una versión libre de la certera frase de Montaigne: “la vejez pone más arrugas en el espíritu que en la cara”.
Siempre te parecieron patéticos los hombres (no digamos las mujeres ¿machismo subyacente? quizá) que se emperifollan con aceites, afeites y colgantexos (palabra autóctona) varios para negar las heridas del tiempo. ¿Y las heridas de dentro? Cada uno sabe las suyas y no menguan por ser desconocidas para tu círculo o intencionadamente ocultadas. El coherente sabe que podrá engañar a todos, pero no a sí mismo.
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