2008/04/16

DE CURAS Y SACERDOTES

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Buscas la esquela de Berto y resulta que aunque todos lo llamaban Berto su nombre real era Baldomero. Ya tienes dicho que si el objetivo de las esquelas es informar al personal de la muerte de alguien, habría que incluir incluso el mote cariñoso por el que se le conocía. Menos mal que entre paréntesis ponía “Jubilado de Renfe”, y entonces ya tienes oportunidad de decir: Sí, hombre, Berto el del taller, unu muy coloráu, que cogía el tren de las tres y cuarto (o uno anterior si podía).


Preguntas por teléfono a tu madre por los hermanos de Berto y te dice (y para eso baja la voz como si alguien la pudiera oír, cosa imposible desde aquella casa aislada) que a su hermano Alfredo no le dejaron ir al Seminario porque su padre bebía, y añade ¿qué culpa tendría el nenu? Preguntas si serían informes del cura porque ¿de quién si no?.

En ese momento te ves con nueve años cuando, junto con otros doscientos rapacinos, saliste por primera vez de casa a hacer el pre-seminario, una estancia de quince días, que era una prueba para que te admitieran o no. Te preguntas hoy qué criterio seguirían aquellos curas para en quince días, por unas pruebas, por un comportamiento en los patios o en las habitaciones, decidir si un niño era apto para entrar en el Seminario. En fin, piensas que con menos tiempo, un psicólogo también decide el destino profesional de una persona.


Cuando vas a tomar la habitual sidra del mediodía con un amigo tuyo cura (de aquel preseminario, por cierto, y pasaron cuarenta años) y le cuentas la anécdota, él, más versado en estos intríngulis e intrigas, te aclara que hubo un tiempo en el que no se admitían seminaristas zurdos, ni pelirrojos, ni hijos de carniceros, entre otras prohibiciones. Os hace gracia lo de pelirrojos, porque os recuerda aquella pelea verbal que mantuvieron dos conocedores del latín y de los entresijos eclesiásticos, uno pelirrojo, el otro jesuita, cuando uno le dijo al otro “Iudas rubicundus erat” (Judas era rubio) a lo que el segundo respondió “et de societate Iesu” (y de la compañía de Jesus).


Como estás preparando el encuentro anual de los antiguos seminaristas, por la tarde te llama uno, prejubilado de la minería y voluntarioso sindicalista en sus tiempos activos, para decirte que se apunta, y añade que está en ese momento con un sacerdote. Le preguntas ¿con un sacerdote?, pensé que dirías "un cura”. A lo que responde aludiendo a no sé qué del respeto y la educación. Al final, lo mismo que decía tu abuela, a la que nunca le oíste decir “cura” sino “sacerdote”, término que raramente utilizas si no es en el más formal lenguaje escrito.

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