2007/11/10

LA SENDA DEL COMETA, de Miguel Rojo

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Hace más de un mes que terminaste de leer LA SENDA DEL COMETA del escritor asturiano Miguel Rojo. Fuiste demorando este comentario porque te perdiste por alguna rama o escarbaste alguna raíz de los variados árboles genealógicos que estás agitando. Después dedicaste unos ratos libres al 11-M, sin abandonar otras ociosidades, pero ya va siendo hora de que plasmes algo antes de que se te olvide todo.

Sigues a Miguel porque fuisteis amigos de la infancia y porque el segundo apellido de su padre es Albalá. Con los años, esas nimiedades tiran. Los apellidos Rojo y Albalá son muy frecuentes en las comarcas comprendidas entre León y Sahagún. La llamada de la sangre o de los orígenes la ves plasmada en un párrafo de la novela: Ah, otra cosa. Ya sé que no te caen muy bien, pero cuando me muera quisiera que enviaras mi esquela a la familia de Argentina. Aunque no te guste, ellos siguen siendo de nuestra misma sangre. Adiós, hijo.

Como ampliaste el ámbito territorial de ese árbol genealógico imposible de completar, hace unos días estuviste charlando con un compañero de la empresa cuyos ancestros son de tu pueblo, que te facilitó unos datos y te contó una historia.

Un antepasado suyo fue alcalde de Puente de los Fierros en tiempos de la guerra durante unos cuatro meses, no más. Terminada la guerra o próxima a terminar, un mal día lo suben a una camioneta Pajares arriba y a su grupo les dan el paseo en Cármenes, al norte de la provincia de León. Se rumorea que este ex–alcalde se tiró del camión y escapó, y que hace unos veinte o veinticinco años volvió por el pueblo a interesarse discretamente por su familia. Según te lo contaba se te estaba poniendo la carne de gallina por el parecido de la historia con una de las líneas argumentales de La senda del cometa: un piloto de la República al que dan por muerto pero un buen día da señales de vida desde Valencia y se pone en contacto con la novia que tuvo en Gijón en tiempos de la guerra, y que resulta ser la madre del protagonista. Tienes una buena oportunidad para divagar sobre la memoria histórica, pero pasas página.

Cuando estás intentando resumir en unas líneas el núcleo de la novela, encuentras en la tapa un resumen inmejorable: “La llegada de un cometa a la ciudad de Xixón va a coincidir (o será mejor decir “propiciar”) con una serie de sucesos que determinarán la hasta entonces anodina y tranquila vida de Carlos. La inesperada agonía de su madre en un hospital, la sospecha sobre la infidelidad de su mujer así como la constatación de que su vida es un fracaso, llevarán al protagonista a buscar un punto final…El presente de Carlos, su infancia en los años de posguerra española, así como el pasado de su madre –la otra protagonista de la novela-, que coincide con el final de la Guerra Civil en Asturias, se entremezclan magistralmente a lo largo del libro para darnos un punto de luz sobre las variadas circunstancias que condicional la vida de un hombre. Yo soy yo y mis circunstancias, pero también las de pos demás”.

Posiblemente hayas leído la tapa antes de la novela y lo habrás visto como un mal tráiler de película, pero ahora te parece un comentario insuperable.

La novela es triste y dura. Te recuerda a “El extranjero” de Camus por la, no sabes si decir indiferencia, pero sí al menos impasibilidad ante la muerte de la madre y su preocupación ante cuestiones totalmente colaterales. Lo mismo la novela de Miguel Rojo: la rutina de los relevos hospitalarios entre él y su mujer para estar siempre uno con su madre, la vida aburrida de la tienda, con horas y horas sin clientes hasta que acaba cerrando. En el breve plazo de un mes, mientras el cometa es visible desde el cerro de Santa Catalina, perdió a su madre, perdió a su mujer, perdió su trabajo. El día que su madre cae enferma coincide con su setenta y cinco cumpleaños y es el primer jueves que se olvida de visitarla.

Su madre pasa por alto el hecho. Y es que, se dijo con cierto remordimiento, las madres siempre acaban por disculpar todo lo que se refiere a sus hijos.

Destacas algunos párrafos magistrales. De toda la novela te quedas con éste, que te gustaría aprender de memoria.
A pesar de su torpe caminar hacia la habitación, aún regresó para coger la botella de coñac y beber a morro un buen trago: él sabía que el alcohol era el ingrediente básico de aquel cóctel mortal que se había servido. Notó el ardiente chorro deslizarse sobre la lengua y precipitarse garganta abajo hasta llegar al estómago, dejando tras de sí un rastro como de carne calcinada. A Carlos no le quedó más remedio que seguir con precisión aquel recorrido del coñac por su cuerpo; y auque no supiera designar por su nombre cada una de las partes por las que pasaba, sí podía definir claramente la sensación que le producía en el más puro castellano; ¡quema que jode!.

Te quedas también con la imagen triste de los relevos de hospital, pero no los relevos del personal sanitario, sino de los relevos de la familia de los pacientes.
Le vino la imagen de su mujer alejándose por el pasillo del hospital mientras él se quedaba a la puerta de la habitación, apenas cuatro horas antes; con el bolso en la mano, indolente y desganada, se había vuelto en mitad del pasillo para mirarlo fijamente durante un tiempo que a Carlos se le hizo largísimo.

La frialdad del crematorio, y te salió una paradoja sin buscarla.
Debo de ser el único de los presentes que desconoce los resortes interiores que han de conducir el cuerpo de mi madre hacia el horno crematorio. Todo ha sido rápido y pulcro..En realidad, desde la madrugada de ayer en que el teléfono sonó para pedirme que acudiera rápidamente al hospital, todo ha sido rápido y eficiente. Eficiente: no puede haber palabra más alejada de cualquier sentimiento.

La indiferencia o impasibilidad del hijo y, sin embargo, la pena desgarrada de la amiga.
Felisa, la amiga de mi madre, me ha preguntado si se puede sentar en el primer banco, junto a nosotros…No ha cesado de llorar durante todo el funeral. Desvalida y escuálida, enfundada en un sobado abrigo de paño negro, dan ganas de abrazarla para protegerla y sobre todo para que se calle. Un llanto el suyo como de pollo atragantado. Un llanto tan triste y monótono, tan molesto, que le pedí a María que le dé algo, un tranquilizante o lo que sea…

La tardía y ya inútil melancolía final.
Lo cierto es que ha habías estado en el piso cuando fuiste a buscarle la radio para que se le hicieran los días más tolerables en el hospital. Pero entonces era distinto, ella aún vivía, y, por tanto, los objetos que le pertenecía y que tantas veces había tocado, aún no habían adquirido esa dimensión que toman las cosas tras el fallecimiento de su dueño; parece que en ese preciso instante, de alguna forma incomprensible, las pertenencias se apropian de parte del espíritu de su difundo propietario; o quizás sea lo contrario, y son los muertos los que buscan prolongar su vida en los objetos que, alguna vez fueron suyos.

Solo te queda una duda, que le preguntarás al autor: por qué en algunas ocasiones la historia se cuenta en segunda persona al estilo que vienes adoptando para este blog (pero te equivocas, porque al momento volviste a escuchar...) y en otros párrafos en tercera (Carlos abre los ojos).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo primero, gracias por tus comentarios sobre la novela.
Y paso a contestar el último párrafo donde te preguntas por qué se cambia el punto de vista de la narración, de primera a ter cera persona y en ocasiones a un narrador omnisciente.
Lo único que intento es enfocar desde distintas ópticas un mismo hecho para así tratar de darle un mayor número de registros
Un ejemplo:
"Joder, debo tener una pinta fatal con el resacazo que llevo"

"Carlos presentaba un aspecto desaliñado y sucio después de haberse pasado la noche bebiendo"

"Tenías que verte la cara que llevas, que das pena, comos sigas así..."

Se cuenta un mismo hecho pero la perspectiva cambia. Además, creo, la narración es menos monótona.
Un abrazo.
Miguel Rojo