2008/06/28

LAS GAFAS

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Es sábado. El termómetro que tienes en el exterior de la ventana donde en otro tiempo dormió (“durmió” es un vulgarismo, lees para no cometerlo) tu hija marca diecinueve grados así que por primera vez en este año, en este verano, saldrás en manga corta. ¿A dónde? Inútil pregunta y consabida respuesta siendo sábado y estando en Oviedo.

Llegas a El Fontán. Vas a la Biblioteca. Lees El Comercio. Te detienes en una minientrevista con Miguel Rojo (Miguel Ángel Rojo) porque vivió en Fierros y siempre lees sus cosas. Te gustó el ejemplo que puso para distinguir artesano y artista, aunque sea una boutade, pero remarca (vamos a poner un galicismo que acompañe a boutade) el plus del arte, lo que distingue al artesano del artista.

Sigues el mismo periódico e incluye la noticia de un tren que arrolló a una persona en Lugo de Llanera ayer por la tarde. Seguiste la noticia porque a esas horas estabas trabajando e incluso conectaste en directo con las cámaras. Allí estaba el tren parado. En la noticia se habla del trabajo del 112, impecable; del trabajo del SAMU, impecable; de la autoridad judicial, que levantó el cadáver, impecable; de la comandancia de la Guardia Civil de Gijón, que se hará cargo del caso, impecable; de que “los agentes de la Benemérita se han entrevistado ya con el maquinista del convoy de Renfe implicado en el siniestro, pero su testimonio no sirvió para aclarar, por el momento, si el fatal desenlace se debió a un despiste o una imprudencia”, impecable, no aventuremos nada; el redactor no habló con tu tía, que te llamó a los diez minutos para decirte que un señor conocido de ella se había tirado al tren.

Seguirás, no obstante, con tus vicios: los periódicos, el Fontán, la sidra, el picadillo, los libros.

Sales de la biblioteca, compras La Nueva España, tomas asiento a la sombra, pides una botella de sidra y un pincho de picadillo. Lees la página 26, que no está en la sección de HUMOR sino en la de Asturias “FEVE anuncia una conexión directa que comunicará Oviedo y Gijón en 30 minutos”. Entiendes que su nuevo Presidente algo tiene que decir para que se hable de FEVE y ni siquiera de cabreas.

¡¿Dónde estará ya el picadillo?¡ cuando aparecen tu hermana y tu cuñado y te preguntan por esas gafas que llevas puestas. Les dices que lo que tengas que alegar, lo dirás por escrito porque siempre fuiste amigo de la precisión. Dijiste “amigo”, no siempre seguidor.

Dice Gracia Noriega, cronista de Llanes, al que sigues a cuartas en sus reportajes siempre originales, que el verano es una estación nefasta, que él prefiere la primavera y el verano, que en el verano no hay matices, que no disfrutas de los colores, que solamente hay sombras y deslumbramiento. Precisamente por eso te acostumbraste a las gafas y éstas no duran siempre.

Si haces memoria, tuviste en tu vida cinco gafas de sol, y solamente unas, las anteriores a las actuales, llegaste a amortizarlas con el uso. Tuviste unas de niño que tu madre te compró porque el médico te detectó algo de conjuntivitis. No podías mirar el reflejo del sol en el agua y todavía hoy cuando ves un río en verano te acuerdas de la conjuntivitis. Como dice Sabina “el verano pasó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno” y a saber qué fue de aquellas gafas.

Todavía de soltero, en uno de los viajes que entonces tu madre hacía a Ceuta te trajo unas RayGame que parecían RayBan y todavía las tienes en el coche y las llevas a la playa para leer.

Tuviste otras que en una excursión montañera, posiblemente al dar un salto por un riachuelo, quedaron por allí. Tu habilidad característica.

Aquellas las sustituiste por otras. Estando de vacaciones entre Marbella y Estepona (¡viva el imperio de la ley”!) una ráfaga de viento marchó con tu sombrilla y tu corriste detrás de ella hasta chocar con un banco de piedra al que le faltaba una esquina de la que sobresalían unos nervios oxidados. Marchaste inmediatamente al consultorio más próximo para ponerte una inyección contra el tétanos, con gran hilaridad de tu mujer y de tu hija, que todavía se ríen de ti (¡la pupina del nenín!). Con las prisas, las gafas habrán quedado en aquel banco de piedra, frente al mar.

Hubo que reponer y las nuevas gafas llegaron en regular estado hasta el verano pasado, cuando de puro viejas fueron desajustándose y perdiendo piezas. Siguen en su sitio, el mueble-bar, que pueden servir para una emergencia.

Hace quince días te llama tu mujer y te dice que si en el tiempo de bocadillo no os podéis ver para escoger esas gafas que te hacen falta. Dicho y hecho.

Llegais a la Óptica. No tienes predilección por ninguna. Las primeras que ves, de montura fina, similares a las últimas, marcaban 129 euros. Te gustan pero no tienes ni idea del precio de las gafas porque es tu primera aproximación. Miras otras de 89. También te gustan. Intentas ver las diferencias y no las encuentras. Para unas gafas que utilizas cada cuatro años estás dispuesto a pagar 129 pero te gustaría descubrir qué tienen de más que las de 89. Sigues mirando. Das con otras que en el cristal marcan “graduables”. Las pruebas. 27 euros. Son de montura, de pasta. Te parece que te quedan bien. Debates con tu mujer sobre el precio y sobre el porqué del precio. Preguntas a la empleada, te dice algo del grado tres, de la protección tres, sí, son como las otras. Estabas más acostumbrado a las de montura fina, pero eres un adán, que las más de las veces las traerás con una patilla colgada en un botón de la camisa o del niqui y para eso mejor una patilla gruesa. Te da un cierto reparo comprar una cosa tan barata en contraposición con las otras pero te dices que si duran dos años, son dos años, y que si las de 129 te iban a durar cuatro, al final sales ganando.

Con un cierto remordimiento por lo tacaño, le dices a la empleada: estas, sí, estas.

Cuando la joven empleada llega a caja y se las da a la encargada te das cuenta de que la joven empleada metió la pata no aclarándote que ese precio era si graduabas las gafas, pero como era lo que te dijeron, mantienen el precio.

Sales más contento que unas pascuas porque con esas gafas de 27 euros puedes presumir de caras o de baratas según te interese.

Queda contado.

Y marchan tu hermana y tu cuñado, y viene el camarero ecuatoriano, que está contento porque el o la Liga de Quito ganó 4-2 al Fluminense brasileño en el partido de ida de la Copa Libertadores y tiene muchas posibilidades de enfrentarse con el Manchester en la final de la Intercontinental, y en estas llegan tu hija y su novio, forofo del Manchester y está bien que los forofos conozcan a un contrincante de carne y hueso. Y llega tu mujer, muy contenta porque trae dos bolsadas de cosas y no gastó más de diez euros, y va siendo hora de retirar porque pronto empieza el telediario de las tres.

Tienes que ir cerrando esto porque hay que medir el trastero del nuevo piso. Ya es casualidad que el libro que estés leyendo ahora sea “El Castillo” de Kafka, que trata de un agrimensor.

Siempre hay que tomar medidas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si llego a saber la historia, me fijo... la cuestión es que yo, de lejos, pensé que eran las de siempre... Lo cual es buena señal no?

Anónimo dijo...

Urgente que hagas dos aclaraciones para ir corriendo:
- dónde compraste las gafas.
- donde compra tu esposa.

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Gafas en la óptica esquina entre Milicias Nacionales y Pelayo