2020/06/28

LAS LÁGRIMAS DE SAN LORENZO, de Julio Llamazares

La contraportada sirve de perfecta introducción: un profesor universitario que ha rodado por Europa sin echar raíces en ningún lugar regresa a Ibiza, donde pasó sus mejores años de joven, para asistir junto con su hijo, del que vive separado hace ya tiempo, a la lluvia de estrellas de la mágica noche de San Lorenzo. La contemplación del cielo, el olor del campo y del mar y el recuerdo de los días pasados desatan en él la melancolía, pero también la imaginación.

La explicación del título, que siempre te intriga, la desvela el propio autor aludiendo a otra hipotética novela del mismo nombre.


Las lágrimas de San Lorenzo la titulé en homenaje a la noche en la que mi padre me llevó cuando yo era niño a ver la lluvia de estrellas hasta la era de mis abuelos en aquel pueblo de León que olía a lúpulo y a tomillo, y con cuya evocación comencé a escribirla.



El paso del tiempo como hilo conductor, hace muy adecuada la cita inicial de W. G. Sebald: Encima de nosotros la Vía Láctea. Si miro verticalmente, veo el Cisne y Casiopea. Son las mismas estrellas que veía de niño...Me cuesta creer que soy la misma persona. 


Con el pretexto de contemplar una noche estrellada con su hijo, tumbados boca arriba, se van fijando en las estrellas del firmamento y cada una sirve para tirar de una historia, de una vida, de una experiencia que a ningún lector puede resultar extraña. En ocasiones el recuerdo lo comparte con el hijo, otras se lo reserva: la nostalgia de los veranos; la nostalgia en concreto de Ibiza; la muerte del abuelo, velado en casa; el retrato del tío desaparecido en la guerra que preside la estancia familiar; la sensación de libertad en la cubierta de un barco en una travesía nocturna; la pena por el padre perdido y por la madre desmemoriada;  las historias de los padres que los hijos desconocen, y así debe ser; la in-trascendencia de la vida, el silencio, el tiempo, el miedo y la soledad, tan relacionados; el paso del tiempo o las ruinas de Pompeya, precisamente donde el tiempo no pasa; la separación de la madre, y de resultas, del hijo como anticipación de la muerte; la madre como motivo para regresar del mundo (Regresaba a un país que ya no era el mío, pero en el que la gente hablaba mi mismo idioma y en el que permanecía la única persona que, junto con mi hijo, me unía ya a algún lugar: mi madre, que había ido envejeciendo poco a poco mientras yo daba tumbos de un sitio a otro...); la lectura siempre del mismo poema de Homero en distintas países, espejo de las estrellas casi fijas y eternas; la enigmática nieve final, como estrellas que fueran cayendo al suelo...




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