Quizá por la crisis, que espanta a la gente de los hoteles y los refugia en las antiguas posesiones familiares, durante el Puente de la Constitución se juntó en Puente de los Fierros gente como hacía años que no se veía. Además, la Asociación de Vecinos había terminado de acondicionar el local cedido por la compañía ferroviaria. Había quedado más que digno.
Primero en bromas, después de veras se fue decantando la idea de que esa Nochebuena había que brindar en el local, por la Navidad, por el nuevo año y por ellos mismos. Después de la desconfianza inicial, la idea acabó por asentarse y se propagó con entusiasmo. La mayor parte de las familias decidieron tomar una copa, o lo que fuera, siempre que lo permitieran la edad y la salud de los vecinos. Hubo quien recordó que, décadas atrás, cuando muchos ferroviarios trabajaban de noche, las familias acordaban quedar en una casa para pasar juntos la Nochebuena. Algo así harían este año.
Esperarían, no obstante, para oír en casa el discurso del Rey. Todavía no había fondos en la Asociación para comprar una tele. Nunca le prestaban mayor atención al discurso real, pero este año esperaban alguna alusión al yerno.
El día primero del mes había pasado el primer AVE por la variante de Pajares. Con los recortes anunciados por el Gobierno, se decía que era inminente la supresión de muchos trenes, entre ellos los que unen Fierros y Pola de Lena. Algunos vehículos iban a quedar sin utilidad y esos días se rumoreó en el pueblo que alguna de las antiguas Unidades quedaría allí como recuerdo. Es más, hubo quien dijo tener información privilegiada y aseguró que el último tren del día de Nochebuena ya no retornaba.
… … …
Era Nochebuena. Todo el mundo se da prisa para apurar los últimos trámites cruzando los dedos para que nada se tuerza a última hora e impida o retrase la cena familiar.
No habían dado las nueve de la noche cuando el tren llegó puntual a Puente de los Fierros. No era un tren de los más nuevos, que llegaban a diario, esos trenes aerodinámicos y silenciosos, con pico de pájaro, pintados de rojo, malva y blanco. Era un vehículo de los chatos, que hacía servicio en contadas ocasiones.
Según sus cálculos, el maquinista había visto apearse en Pola de Lena a los últimos viajeros y solamente quedaba él en el tren.
Según se acercaba al edificio de la estación, observó paseando por el andén al taxista que la empresa solía contratar para incidencias en el tráfico y ocasiones especiales.
El conductor frenó el tren de manera que justamente quedara la cabina a la altura del taxista. Bajó la ventanilla:
- No tardo.
- No te preocupes. No hay prisa.
- Son cinco minutos. ¿Terminas también o trabajas por la noche?
- No, acabo ahora, pero tranquilo, no encontré casi tráfico hasta aquí, y a partir de ahora habrá menos todavía. La gente ya está recogida. Llegamos de sobra.
- Incluso tenemos tiempo de tomar algo.
- Si encontramos algo abierto.
- Eso, si encontramos.
El maquinista apretó el husillo y se aseguró de que el tren quedaba perfectamente frenado, bajó los pantógrafos y se apeó, por cierto con alguna dificultad porque ya no era un chiquillo y la distancia entre el peldaño y el andén era considerable.
… … …
- Está empezando a hacer frío.
- ¿Qué esperabas cuando nos subimos a este tren, que era un hotel?
- No sé, otra cosa, Venancio.
- En algún sitio pasan los trenes la noche. Podías suponer que apagarían las luces y que quedaría la calefacción.
- Y gracias que no nos echan.
- Sí, gracias.
Consuelo y Venancio habían subido en un apeadero de nombre extraño y caminaron hasta el último compartimento. Consuelo estaría embarazada de ocho meses y caminaba con dificultad de resultas de una lesión de rodilla no del todo curada. Encima ahora tenía que soportar el peso del embarazo. Consuelo y Venancio eran expertos en albergues, casas de acogida y cajeros automáticos. Sin embargo, nunca se habían refugiado en un tren para pasar la noche. Eran pobres de capital. En todos los sentidos.
A las diez hacía tiempo que se habían escapado los últimos grados de calor. Tenían más cansancio que hambre y dejaron para otra ocasión los bocadillos que algún alma caritativa les había preparado. Venancio sacó una manta para tapar a Consuelo. Ella se tumbaría a la larga y él tenía intención de recostarse entre el respaldo y el cristal. Se cubriría con el desgastado abrigo que le dieron en Cáritas el invierno anterior. El tren no estaba del todo a oscuras. La iluminación de las farolas de la estación llegaba tenuemente al interior. No obstante, más por probar que por otra cosa, encendió y apagó varias veces esa linterna de la que nunca se desprendía.
… … …
Había hablado el Rey, pero más allá de las palabras previsibles y genéricas, ni una palabra del yerno.
Alguien salió a la calle en El Fitu, el barrio situado en un alto frente a la estación y que gozaba de buenas vistas. Era una costumbre de siempre mirar a cualquier hora para los trenes que iban y venían, incluso para los que estaban parados.
Este año había otro motivo: Habían levantado un enorme y luminoso árbol de Navidad en la plaza, junto al puente. “Ahora van las verdes, ahora las blancas, ahora las rojas, verdes, blancas, rojas, verdes, blancas…”. “Ahora una blanca, se apaga, una blanca, se apaga, una blanca…”. No era en él árbol, era en el tren. ¿Sería algún reflejo del árbol de Navidad? No podía ser, si fuera un reflejo, sería de colores y en el tren solamente se distinguía el blanco intermitente. Un misterio. Había que bajar, porque era la hora y por lo del tren.
Empezaba a llegar gente a la plaza: Barros, Monteros y Bayones, Fueyos y Garcías, Melendres y Moranes, Requejos y Riveras. De las aldeas del contorno se acercaron Abellas y Cacheros, Bernardos y Cienfuegos, Maruganes y Urías.
Se fueron aproximando a la estación, al tren, con curiosidad. Desde el exterior vieron a un hombre que los miraba con más extrañeza que miedo. Al instante, vieron también a la mujer, que se había incorporada del suelo y miraba alternativamente y con pasmo a Venancio y a los vecinos.
Alrededor del árbol se congregaron Alberdis y Acostas, Álvareces y Aspiroces, Campas y Beltranes, Zamarreños y Tobes.
Movidos por las luces blancas e intermitentes del tren, se acercaron a la estación Campomanes y Casados, Farpones y Martines, Palacios y Ovejeros. Iba a ser verdad que el tren quedaba allí para siempre.
Ceballos y Castañones, Izquierdos y Gutiérreces, Vegas y Velascos quedaron en el local para colocar turrones, mazapanes y los espumosos.
No se podía decir si era más fantasmal la visión de la pareja hacia los vecinos o de los vecinos hacia la pareja. No parecían armados. En cualquier caso, los de afuera eran más. Dos intrépidos nativos, un Quintas y un Pulgar, jaleados por Ruices y Cides, Lafuentes y Lorenzos, Prietos y Oteros, abrieron las puertas del tren con más maña que fuerza. Consuelo y Venancio seguían protegiéndose con las mantas, un poco por el frío y otro poco del temor.
- ¿Qué hacéis en este tren?
- Pensábamos que daría la vuelta.
- Este tren queda aquí para siempre.
- ¿Cómo para siempre?
- Pasado mañana levantan los carriles y ya no se mueve más.
- ¿?
- Alguien decidió que su último movimiento fuera el día de Nochebuena
- ¿Nochebuena? ¿Hoy es Nochebuena? Consuelo, ¿sabías que era Nochebuena?
- Hala, bajad. No tenemos nada caliente, pero hay mazapanes y turrones de sobra.
No cabía más gente en la plaza. Llegaban ahora Trobos y Tuñones, Vallejos y Valdeses, Sáncheces y Solises.
Serían las once cuando se presentaron los más rezagados, algún Díaz, algún González, un Gutiérrez, dos Fernández, un Jiménez, algún López. No faltaron un Ordóñez ni un Quirós, un Rodríguez y un Suárez.
También había algún Albalá, apellido bien extraño para la zona.
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6 comentarios:
Muchas gracias por esta bonita y tierna historia. Es un abanico de ideas entrañables y muchos... muchos recuerdos. Mil gracias.
Muy bueno. Feliz Navidad.
JMT
Precioso cuento,gran imaginación Luis,gracias por compartirlo.
Llegó a tiempo el cuento de Navidad!, muy bonito y menudo repaso a la genealogia del pueblo.
¡Feliz Navidad!
Muy bonito. Esperemos que por Fierros nunca deje de pasar el tren.
Entrañable.
Felices Fiestas.
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