2019/08/26

VARAS DE MEDIR

A primeros de mes, un niño sufrió una caída desde un muro de Covadonga y murió a los pocos días. Se verá en qué queda judicialmente el asunto, aunque lo más probable es que no ocurra nada -ojalá-, o no sepamos en qué termina la cosa.

Te acuerdas del niño porque pasas todos los días junto a la fuente de Foncalada. Muchos turistas se apoyan en la barandilla para verla o fotografiarla, a veces con niños pequeños.

Piensas en varios supuestos: el niño puede ir con sus padres o excepcionalmente con un guía en una excursión escolar. El niño puede escaparse, salir a la calzada y ser atropellado por un coche. Si se escapa del profe, pobre profe y a lo mejor pobre conductor. Si se cae por la barandilla y va con profe, pobre profe y pobre Ayuntamiento, por insuficiente altura o protección. Si se cae por la barandilla y va con padres, pobre Ayuntamiento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buridán, Buridán, eterno filósofo, cuántas preguntas! Y no son cuestiones baladíes.
Tú tienes hijos y seguro que están sanos, sin graves caídas ni Covadonga, ni en Foncalada, de pequeños. Los padres y tutores deben preocuparse de sus hijos, deben protegerles y deben enseñarles a ser precavidos, deben enseñarles a discernir, a discriminar dónde está el peligro. Es cuestión de ir enseñándoles a ser autónomos, independientes, sin exceso de protección y sin desentenderse de la responsabilidad de criarlos sanos e independientes.
Si hay parejas que se llevan a hostias, los hijos son armas arrojadizas para zaherir al otro/a. Siempre puede ocurrir un accidente casual, pero ¿cuántos "despistes" de los padres han terminado con la vida de alguno de sus hijos?
Accidentes de tránsito – Aunque estos no son causados por los niños, cada año resultan heridos alrededor de 10 millones. Este es el resultado de la imprudencia de los automovilistas y de los mismos padres al no tomar las medidas de seguridad pertinentes.
Ahogamiento – Unos 3 millones de niños son los que sufren a incidentes de este tipo anualmente.
Caídas – Sin duda es uno de los accidentes más comunes de los pequeños ya que casi 47 mil niños sufren una caída cada año, en la cual más de la mitad resultan gravemente heridos.
Envenenamiento – Hoy en día, más de 45 mil niños deben ser internados debido a envenenamiento no intencionado, los pequeños son curiosos y basta un simple líquido para poder caer en una situación de este tipo.

Anónimo dijo...


Dentro de la riqueza lingüística del idioma español tenemos la palabra “huérfano” para designar a quien ha perdido “tempranamente” un padre. Sin embargo, no existe nominación alguna para quien ha sobrevivido a un hijo. Se trata de un tema tabú, se relaciona con lo prohibido, lo sagrado. Es impensable e innombrable, lo que se relaciona con el valor mágico convocante de las palabras, es decir, que no tiene que ser nombrado evitando así que suceda lo temido.

La muerte de un hijo produce una abrupta ruptura de la idea de la “inmortalidad del yo” y de la “continuidad generacional”. Se desgarra la vida porque se coló definitivamente la muerte. No se puede aceptar haber sido padre como algo efímero; es decir, asumir la destitución de ser padre de ese hijo. En estas circunstancias cae violentamente el proyecto de investidura de futuro, a través de la continuidad generacional que un hijo implica para sus padres. El valor identificante de ser padre está dado por la vida de un hijo, que es quien le da sentido a la paternidad-maternidad.

Son importantes las circunstancias que rodean la muerte, una muerte esperable ocasiona un dolor que trastoca la vida de un sujeto, pero que puede no ser traumática y una muerte inesperada (por ejemplo, por accidente) será inevitablemente traumática. La muerte de un hijo es experimentada de manera diferente por el padre y por la madre: de acuerdo con el sexo, la edad, el sistema cultural al que pertenecen y también según la naturaleza e importancia de las proyecciones, compensaciones y agresiones reprimidas de las que pudiera ser objeto el hijo.

La muerte de un hijo es una experiencia abrumadora y desestabilizante, difícilmente superable sin el apoyo del núcleo de afectos y eventualmente junto al soporte de un abordaje psicoterapéutico. El duelo como fenómeno único y particular para quien lo vive, reclama un esfuerzo que debería ser acompañado en algunos casos por una intervención psicológica que busque acercamiento, movimiento, sostén y trasformación en el/la paciente.

Más vale prevenir que lamentar.