2019/08/18

EL OTOÑO DE LA CASA DE LOS SAUCES, de Fulgencio Argüelles

La contraportada no miente: Cuando Zígor, un hombre maduro, empresario de éxito y casado con una aristócrata, se enfrente a una enfermedad terminal, decide reunir en su casa a los siete integrantes del comando terrorista con el que luchó para derrocar el régimen militar que detentaba el poder antes de la instauración de la República.

El protagonista lo explica así: "Quería que nos reconociéramos unos a otros en aquello que tuvimos en común y todos callaron y bajaron la mirada", pero no todos están de acuerdo con el experimento. En palabras de alguno aquello era "inútil aquelarre de la memoria". 

Fulgencio se labró un estilo inconfundible. Cualquier lector que abra al azar este libro se encontrará con sus intencionados signos de admiración o interrogación omitidos, con sus trabajadas aliteraciones: "llegó hasta él el recuerdo de la ciudad..., y llegaron los dibujos de fuego...y también llegaron los cuerpos carbonizados". o con sus personales recursos estilísticos: "Zígor dijo, pero ya pasó, eso dijo, ya pasó". 

La omisión de signos es un recurso manejado con maestría y a veces se convierte en metalenguaje: "Aquel día Zígor, cuando abrió los ojos, miró a la claridad de la ventana del despacho médico y dijo, entonces me muero, y ni Alma, que sujetaba las lágrimas para no acrecentar el dramatismo de aquel momento, ni el doctor, que andaba con la mirada perdida de espaldas a la ecografía de las evidencias, supieron si aquellas palabras de Zígor eran de afirmación o pregunta". 

Dos años habían pasado en la casa de los sauces preparando atentados. "Ellos la llamaban la casa de los sauces, porque se ocultaba en un bosque de inmensos sauces llorones de copas globosas y ramas colgantes". 

En realidad los integrantes del comando eran ocho: los siete supervivientes y Héctor, el líder, muerto precisamente en un atentado. Los ocho son objeto de extensas descripciones físicas y análisis psicológico, a cargo del narrador, pero también a cargo del personal de servicio y, por supuesto, de todos los demás miembros ya que en algún momento de la novela cada uno tiene la oportunidad de describir y hasta escrutar a los demás, a veces en una especie de confesión pública. Conrado, el alcalde manco y empresario de de los negocios de su suegro (el único que vino con Gracia, su mujer, detalle entre grotesco y simpático); Fausto, el vigilante de seguridad, quizá bipolar, el que menos cambió, el que añora todavía su activismo; Ramiro, alto funcionario, en trámites de divorcio; Orlando, trabajador en una imprenta, que acabó metiéndose a cura; Brenda, "curiosa combinación de belleza e ingenuidad"; Olenka, lesbiana, psicóloga, como Zígor, cruel directora de Recursos Humanos; Doralisa, profesora de Filosofía, actriz aficionada en su juventud, donde coincidió con Zígor. Pasan también por el bisturí Alma, la esposa de Zígor, y cada empleado de la casa: 
Seguramente todos los grupos terroristas pueden verse identificados en algunos párrafos: "Desde la primavera de la casa de los sauces, el horizonte fue adquiriendo los colores tiernos de la resurrección, y a lo lejos se dibujaban las siluetas oscuras del mal, los contornos azulados del adversario, y no había vientos de contrariedad, porque todo era joven y reciente y las razones personales perdían sentido, y las mañanas eran tiernas y las tardes claras y las noches se llenan de deseos libres e infantiles que clamaban al cielo". 

Encuentras algún guiño autobiográfico en la novela: uno de los periódicos que aparecen en la novela es "Alborada", como aquella revista juvenil, o más bien adolescente, del Seminario de Oviedo, en la que Fulgencio colaboró asiduamente; quizá algún rasgo de la psicóloga Olenka, que compartió experiencias en Recursos Humanos, ella en la ficción, el autor en la realidad; quizá algún desencanto con la materialización de la psicología, si es posible tal cosificación ("Y continuaron reflexionando, psicóloga una [...], filósofa la otra [...], aturdidas las dos a pesar de sus conocimientos, que a veces herreros somos y sin embargo andamos por nuestras propias casas cortando el pan de cada día con cuchillos de madera"). 

Sin embargo, encuentras escasísimas alusiones expresas al pensamiento político o social del autor, ni te parece que hable por boca exclusiva de ningún personaje, si acaso esta declaración de glocalidad "hay quien reivindica su confusa identidad para diferenciarse, para situarse frente a los demás, para pintar con su sangre o sus costumbres o su lengua los paisajes de siempre, y es sabio conocer la historia de cada  uno, las costumbres, la lengua que nos legaron, pero únicamente está justificado si sirve para igualar, para sentirnos iguales a todos los demás, ser conscientes de la bendita mezcla de la que estamos hechos es el principio de una sociedad más diversa, y por lo tanto más justa". 

La novela es de una densidad apabullante, con una adjetivación sugerente llena de paradojas; acrecienta la intriga según se devoran las páginas; intercala hábilmente la gran historia de los antiguos terroristas con la pequeña historia de la vida de los sirvientes, sus ilusiones, sus amores.También los aleteos, los cantos o el silencio de los estorninos que merodean por los exteriores del palacio ambientan la tensión o el relax de los tensos episodios del palacio.

Finaliza la novela con una magistral descripción de la muerte simplemente como extinción de la vida. 



No hay comentarios: