Como si la crisis ya estuviera aquí, algunas noches es posible sobrevivir en Benidorm sin tomar nada, por ejemplo dando un paseo por el paseo de la playa. Puedes encontrarte con muy logradas esculturas de arena, como la de un caballo aferrado a un tronco vadeando un río. Algunos viandantes toman fotos o graban con
sus cámaras o con sus móviles, otros, más generosos, dejan caer algunas monedas en pago del arte o de la técnica, vete a saber, y del buen rato.
Casualmente al día siguiente por la mañana pasas por delante del caballo, lo ves medio destrozado y te apena. Cavilas sobre a quién le puede molestar esa pequeña expresión artística, piensas que a lo mejor es un niño que simplemente quiso cabalgar a lomos del caballo con la ilusión de que avanzara más rápido por ese río imaginario. No quieres pensar en una gamberrada porque en vacaciones te pones el chip guay de to er mundo es güeno.
Por la noche vuelves al paseo y ¡milagro! el caballo vuelve al mismo río. Pienses entonces si su autor no se acordará de Penélope, la homérica esposa de Ulises, que, esperando a su marido, tejía de día y destejía de noche aquella pieza que si terminaba del todo tendría que renunciar al desaparecido Ulises para caer en brazos de
alguno de sus muchos pretendientes.
Si así fuera, para despistar, nuestro escultor habría invertido los turnos tejiendo de noche y destejiendo de día en un trabajo sin fin, mientras mantiene la ilusión de que su obra sea admirada o quizá de que caigan unos euros o unos céntimos en la balsa de plástico. Al fin y al cabo, la sociedad valora más este trajín de hacer y deshacer que el pago diferido y perpetuo de los derechos de autor por una obra genial que se gestó una única vez.
1 comentario:
Y luego está la satisfacción de "destrozar", como cuando metes el dedo en la tarta...
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