2008/02/04

OLORES COMERCIALES Y OLORES DE MUERTE

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Nunca tuviste olfato de gol. De hecho fuiste un pésimo futbolista, hasta el punto de que tus compañeros de colegio te recuerdan únicamente del partido de malos contra peores que se jugaba una vez al año por las fiestas colegiales. Tus muchos kilos y la poca agilidad te daban el puesto indiscutible de delantero centro en uno de los equipos.
Tampoco tuviste olfato comercial. Eres un pésimo vendedor. Posiblemente el seguro trabajo en una empresa pública (técnicamente “entidad pública empresarial”) acabe por abotargar el sentido del olfato comercial, si existiera tal cosa.
El sábado por la mañana no faltaste a tu cita en El Fontán, pero tenías que regresar a casa no muy tarde porque a las cuatro y media iban a venir a ver el piso en el que vives, que tienes en venta. No estaba de tu cuenta hacer la comida pero venías dando vueltas sobre qué poner si te tocara. Lo que te gustaría sería freír unas patatas, unos huevos, un chorizo o unas parrochas, alimentos que si escasearan, tendrían el precio de las angulas. El caso es que venías cavilando y diciéndote que por culpa de la posible venta esa no ibas a poder freír un chorizo o unas parrochas porque, claro, esos olores son incompatibles con el negocio inmobiliario.
Con estas cavilaciones ibas llegando a casa cuando, efectivamente, la comida estaba sin hacer porque tu mujer también había salido y te dijiste: quieto parao que hoy esta grave decisión no la asumes tú, no vaya a oler la casa a pescado y se pierda una oportunidad de negocio. Al final os decidisteis por una comida aséptica e inodora.
Y vinieron los posibles compradores. Y, además de lo que estaba a la vista, les “emponderaste” las excelencias de la calefacción individual, la caldera recién renovada, la escasa comunidad, el magnífico estado del parquet pese a sus veinte años de vida, la bañera grande que no pasaría de tres usos, los pacíficos y cumplidores vecinos…
Hasta tu mujer se sorprendió de tu hasta entonces desconocido olfato para los negocios. Y te quedaste pensando si el famoso olfato comercial sería eso.
Y con este tardío descubrimiento te fuiste para la cama dando vueltas a la idea cuando al día siguiente leíste en EL PAÍS un sentido artículo de Jorge M. Reverte sobre la muerte de su madre. Hablaba de otros olores que tienes percibido en tus visitas a los hospitales.
En realidad, estaba ya a la espera de que se cumpliera la atroz certeza que se había instalado en su ánimo. Y pedía, con insistencia, en sus momentos de lucidez, que le abrieran la ventana, que el cáncer olía. No podía soportar que ese olor se instalara en su entorno, que lo percibieran los que se acercaban a su almohada para darle un beso en la frente.

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