2007/06/20

TÚ TAMBIÉN TUVISTE UN SUEÑO

Treinta años después recuerdas que, como Martín Luther King, tú también tuviste un sueño aquella noche. No era una noche cualquiera. Era la noche del 15 de junio de 1977 y acababas de votar en las primeras elecciones generales de la democracia. Utilizaste el día de reflexión para reordenar viejos papeles, viejos apuntes. Encontraste en una gastada carpeta de cartón azul y gomas blancas un libro de Erich Fromm “El arte de amar” y unos folios en latín y en español de una obra de Cicerón “De amicitia” (De la amistad) sobre la que tuviste que hacer algún trabajo en el bachillerato. No se había inventado todavía el Termomix pero en aquella carpeta habías intentado una aleación de amor. Como los clásicos lo son por algo, te entretuviste leyendo a Cicerón.
“Pero cierta cuestión un poco difícil nace en este lugar, si alguna vez los amigos nuevos, dignos de amistad, deben anteponerse a los antiguos, como solemos anteponer a los caballos algo viejos los jóvenes. ¡Duda indigna de un hombre! Pues no debe haber hartura de las amistades como de otras cosas; la más vieja, como aquellos vinos que tienen vejez, debe ser la más agradable; y es verdadero aquello que se dice, que deben ser comidos a la vez muchos modios de sal para que se haya cumplido con el deber de la amistad”.
Esa noche de reflexión soñaste con los viejos amigos que habías tenido en Asturias y con los nuevos amigos que ya tenías en León. No fue un sueño del todo feliz porque soñaste que esos nuevos amigos alguna vez podían pasar a ser antiguos.
Al leer este párrafo te prometiste tener a “De amicitia” como libro de cabecera, pero no lo cumpliste:
Pero si algún cambio de costumbres o de aficiones hubiera de hacerse, como suele suceder, o si mediara disensión en los partidos de la república (pues hablo ya, como poco antes dije, no de las amistades de los sabios, sino de las comunes), habrá que precaverse no sea que no sólo parezcan dejadas las amistades, sino también tomadas lasenemistades. Pues nada hay más vergonzoso que hacer la guerra con aquel con el que has vivido familiarmente. Escipión, como sabéis, se había apartado por mí de la amistad de Q. Pompeyo; pero, a causa de la disensión que había en la república, se alejó de Metelo, nuestro colega; hizo una y otra cosa con gravedad, con autoridad y con un disgusto de espíritu no estridente. Por lo cual, primero, debe darse trabajo para que no se hagan separaciones algunas de amigos; pero si algo de tal clase sucediera, para que las amistades parezcan más bien extinguidas que sofocadas. Pero hay que precaverse no sea que las amistades se conviertan incluso en graves enemistades; de estas nacen las disputas, las injurias, los ultrajes. Sin embargo, si estos son tolerables, deben soportarse, y este honor debe ser atribuido a una antigua amistad, que esté en culpa aquel que haga la injuria, no aquel que la soporta.
Nuevamente acudió el Thermomix a tus sueños y sonreíste plácidamente mientras soñabas que treinta años después España tendría un régimen democrático, y también soñaste que treinta años después aquellos amigos de León seguirían siendo amigos aunque estuvierais cada uno en una parte del mundo. Soñaste que alguna vez regresarías a Ítaca, y en llegando, estarías ya pensando en un nuevo reencuentro.
Soñaste que volvíais a un bosque de castaños y que, aunque lloviera, no os importaba mojaros. Soñaste que os subíais a una mesa de piedra de más de treinta metros y que allí mismo cantabais el himno de Breogán. Soñaste que, por fin, podías ver en Agolada el mercado de piedra más grande del mundo.
Soñaste que treinta años después os justaríais para ver las fotos que acababais de hacer en la excursión a Puebla de Sanabria o a La Flor mientras discutíais cómo evitar que la costa gallega se llenara de cemento, o mientras apagabais los incendios, o revolucionabais el viejo sistema electoral, o terminabais democráticamente o como sea con el terrorismo.
Soñaste que discutíais sobre el gasto en teléfonos móviles, que tardarían todavía en inventarse, pero tú ya los habías imaginado.
Soñaste que treinta años después, alrededor de una empanada gallega y un arroz con leche requemado al estilo asturiano, se mantenía la vieja amistad, y que aunque hubiera, ley de vida, otros nuevos amigos, aquello duraría mientras permaneciera vivo uno solo de vosotros.
Parodiando el cuento más breve de la historia, de Monterroso, “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, puedes decir que cuando despertaste en Lalín, un 16 de junio de 2007, la amistad todavía estaba allí.
El Thermomix, ahora ya el de verdad, y los desvelos de Pepe y Ángela, consiguieron una aleación de nutrientes y almas, sueños y realidades y contradijeron el chascarrillo de que no se sabe si los gallegos suben o bajan porque pudiste ser testigo de que subieron y bajaron las escaleras un montón de veces.
Decía otro amigo de Pepe que para qué quería una casa grande si nadie lo iba a visitar. Te recuerda nuevamente a Cicerón:
Así pues, es verdadero aquello que, acostumbrado a decir, según creo, por Arquitas de Tarento, oí a nuestros ancianos recordarlo como oído de otros ancianos: "si alguien
hubiese subido al cielo y hubiese contemplado la naturaleza del mundo y la hermosura de los astros, aquella admiración sería para él desagradable; esta habría sido para él
agradabilísima, si hubiera tenido a alguien al que contarlo."

La noche siguiente volviste a tener un sueño: que no tardabas en volver y que esa vez estaban los ausentes.


















No hay comentarios: