Hoy, por aquello de realizar un ejercicio práctico de conciliación de la vida laboral y familiar, te pegaste una escapada hasta el taller en donde tenías el coche (mantenimiento correctivo, que queda más fino) y de paso, a recoger la correspondencia que pudiera haber en ese apartado de Correos reservado por tu empresa y que te viene muy bien que siga manteniendo porque aprovechas el viaje para hacer una visita al Fontán, pero esto ya a las dos de la tarde. Así que cayeron la botella de sidra y el pincho de picadillo, que tienen la virtualidad de quitarte la sed pero no el hambre para la ya próxima comida. La tentación no vive arriba sino que anda por allí suelta.
Es jueves, día de mercado y mercadillo y pasas el tiempo mirando simplemente para la gente, pero aprovechas para leer La Voz de Asturias de la casa. Previamente ya habías echado una ojeada por la mañana, en pijama, a la versión de internet, pero ese primer contacto es poco más que una mirada a los titulares. Habías iniciado la lectura de un artículo de Carlos Carnicero “Visado para morir en España”, que dejaste en la tercera línea, en cuanto leíste que los soldados eran unos adolescentes y te dices que basta ya, que ahí dejas a Carnicero, que no es santo de tu devoción. Por parcial.
Pero alrededor de la sidra ya tienes tiempo de leer tranquilamente los artículos de opinión y casi el periódico de cabo a rabo, y te das cuenta de que a partir de la adolescencia, ya estás de acuerdo en todo. Piensas si no tendrán también los artículos de prensa, como la vida de las personas, una inmadurez en sus comienzos.
Visado para morir en España
28/06/2007 CARLOS Carnicero
Tres de los seis soldados fallecidos en el Líbano eran colombianos. Los otros tres eran nacidos españoles. La edad media de los seis soldados muertos no alcanza los 20 años. Adolescentes. Y han muerto en una misión de la ONU encomendada al Ejército español para sostener la paz en el Líbano, por mucho que Rajoy quiera enredar con estos conceptos. La muerte de nuestros soldados profesionales es el precio del crecimiento y la modernización de España. Tenemos un tamaño que nos obliga a responsabilidades internacionales y nuestro nivel de desarrollo nos permitió cancelar el servicio militar obligatorio. Como no hay suficiente número de españoles que quieran ser soldados, hemos permitido que una remesa de inmigrantes se alisten en nuestro Ejército para formar parte de la épica de los que pueden morir por España: una consecuencia posible y previsible del servicio de armas. El 80% de los extranjeros alistados son de origen iberoamericano. Pertenecen a ese lado oscuro de la luna al que se refiere José Saramago para definir la percepción que tienen los españoles del inmenso continente latinoamericano: se sabe que está ahí, pero ni siquiera se le observa, porque vivimos de espaldas a esa realidad, tan próxima como para aceptar a sus hijos en nuestro Ejército. Les ponemos trabas para venir, les exigimos un visado que certifique su capacidad económica y el motivo de su viaje y luego los convertimos en los soldados que defenderán con sus vidas una bandera que no es suya. El servicio de armas les permite acceder a la nacionalidad española. Qué menos se les puede dar que acogida como españoles si sirven para morir por nosotros? Mientras logran sus tres años de antigüedad en el servicio que les permita solicitar la ciudadanía española, acceden a los puestos de mayor riesgo porque los otros les están vedados. Cuándo tendremos la inteligencia de darle la vuelta a la luna de Saramago para apreciar todo lo que allí ahora se esconde?
Dejando atrás a Carnicero (le darás alguna oportunidad más en lo sucesivo, de momento en la prensa, no en la radio) lees algo sobre la polémica de las indemnizaciones, a las que no tienen derecho las familias de los colombianos. Ves que el Ministro de Defensa va a hacer lo posible y lo imposible para que los soldados colombianos (ahora ya sabes que no eran españoles) devenguen la misma indemnización que los nacionales. Piensas si no se arriesgará a una prevaricación, por muy justa que sea. Echas una ojeada a la legislación. Ves que consiste en un Decreto Ley de hace tres años, exactamente el Decreto Ley 8/2004 de 5-11-2004 de indemnización a participantes en operaciones internacionales. Intentas averiguar si ese Decreto Ley, como otros muchos, se transformó en Ley para comprobar si se debatió sobre la diferencia entre españoles y extranjeros, y no lo encuentras. Ves que esa norma se aprobó con efectos retroactivos para que tuvieran derecho a una indemnización los militares muertos en el Yak 42, y aparecen con nombres y apellidos los causantes, por utilizar el lenguaje de los seguros. Encuentras otras normas con nombres y apellidos y se tambalean los conceptos jurídicos clásicos porque una de las características de la ley era la generalidad y lo contrario era un privi-legio, o lo que es lo mismo, una ley privada. Otras teorías jurídicas hacen hincapié en el aspecto formal de la ley, es decir, en que ley es cualquier cosa que apruebe el Parlamento con las formalidades de la ley. Pues vale.
Verás que el ministro Alonso no tendrá que devanarse mucho los sesos para conceder una indemnización a los pobres colombianos porque compruebas que es cierto, y no propaganda, que está finalizando la tramitación en las Cortes de una modificación de ese Decreto Ley que iguala en el trato a españoles y extranjeros. De hecho en la Sesión del 19 de abril lees lo siguiente: “estamos de acuerdo en que militares que no son de nacionalidad española, pero que aportan su esfuerzo y a veces su sacrificio personal hasta las últimas consecuencias en las Fuerzas Armadas españolas, merecen la misma indemnización, el mismo trato que un militar de nacionalidad española y, como estamos todos de acuerdo, vamos a votar por unanimidad como lo hicimos en la Comisión. Por tanto, no hay problema, no hay cuestión”.
Como no les dará tiempo a introducir ya modificaciones o enmiendas, aprobarán un Decreto Ley acto seguido.
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