Hace unos días te enteraste por LA NUEVA ESPAÑA de algo que había ocurrido hace unos días en la estación de Oviedo, cuando por algún malentendido unos viajeros que venía de Madrid y tenían que apearse en la estación central, continuaron a Gijón.
Hoy tomaste en solitario el café mañanero. Como haces de vez en cuando, lees el ABC. Te detienes en la noticia del Nobel de Literatura, que este año recayó en el poeta sueco Tranströmer. El ABC reproduce varios poemas, entre ellos LA ESTACIÓN.
Lees en la prensa que se conoce al Nobel como el poeta de lo concreto. Además de concreto, seguramente será adivino porque predijo algo que ocurriría lustros después en la lejana España, en la brumosa Oviedo.
La estación
Ha llegado un tren. Allí está, un vagón tras el otro,
pero no se abren puertas, nadie baja ni sube.
¿Acaso tiene puertas? Allí dentro hormiguean,
de aquí para allá, seres cautivos.
Por las inconmovibles ventanas observan.
Y afuera anda un hombre, a lo largo del tren, con una maza.
Golpea las ruedas, resuena débilmente. Salvo aquí:
aquí crece el tono incomprensiblemente: un golpe de trueno,
tañido de campanas de iglesia, tono de la vuelta al mundo
que eleva todo el tren y las mojadas piedras del paraje.
Todo canta. Esto lo recordaréis. ¡Continuad el viaje!
Pero ya no está tu padre, que pertenecía a ese equipo que golpeaba las ruedas a medianoche buscando alguna fisura y dejaba que ese sonido se perdiera en las montañas mientras los viajeros intentaban conciliar el sueño o bien contemplaban a la vez el martilleo y la luna en aquel tiempo en el que las ventanillas de los trenes eran abatibles.
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1 comentario:
Te quedó guapa la entrada. Sobretodo lo de tu padre.
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