Al salir de casa, camino del Fontán, ves que continúan esparcidos junto a la alfombra del portal unos cuantos papeles de publicidad que alguien colocó en el suelo para tapar el líquido, quizá un suavizante o un detergente, desparramado sin querer.
Mientras despachas el pincho de picadillo y la botella de sidra no paras de leer noticias de inminentes recortes. Por ejemplo, lees que el Gobierno asturiano va, como mínimo, a retrasar si no a eliminar dos terceras partes de las carreteras incluidas en el plan del gobierno anterior. No discutes que habrá una parte de revancha, pero te preguntas si en el plan anterior no habría habido un exceso de optimismo y otro tanto de cesión o claudicación ante presiones ciudadanas, de sindicatos, de patronales y Ayuntamientos.
De regreso a casa, siguen en el portal los papeles en idéntica posición. Entras junto con otro vecino, que pregunta si no hay portero los sábados.
- Si hubiera portero los sábados, subiría la comunidad.
- Debería haber portero para que limpiara esto.
- Ya, ¿pero estaríamos dispuestos a que subiera la comunidad?
- Esto no puede estar así todo el fin de semana.
Realmente no estamos por la labor de soportar la más mínima molestia. En este caso, es verdad que el vecino causante protegió el mármol con unos papeles para evitar caídas. También es cierto que después de esa primera fase, podía haberlo limpiado, pero quien sabe si tuvo que marchar inmediatamente y dejar aquello empantanado. Démosle el beneficio de la duda. Tampoco a nadie se le caerían loa anillos por limpiar aquello, aunque no haya tenido arte ni parte. Alguien lo hizo. Podrían sacarse otras lecciones del caso, pero no vas a tirar por ahí.
Mientras subes en el ascensor, te vienen a la mente quejas esporádicas que recibes en tu oficina por trenes abarrotados y en unas condiciones que acabas creyendo tercermundistas porque la palabra se incluye sistemáticamente en ese tipo de quejas. Es cierto que algunos días, en algunos trenes viaja gente de pie, pero raramente más de cuatro o cinco minutos. No estamos por sufrir la más mínima molestia. Hay que conseguir más trenes, y si no los hay pintarlos, para evitar esos picos de insoportable agobio. Si por no aguantar el tirón, alguien cede, entre todos se acaba pagando esa demasía. Eso sí, el pueblo astur se pondría a niveles de calidad europeos.
Lo mismo cabe decir de carreteras y autopistas. Nadie quiere permanecer dos minutos en un semáforo. Hay que perforar túneles, elevar puentes, trazar rondas de circunvalación, cuesten lo que cuesten, para evitar las famosas comunicaciones decimonónicas y tercermundistas.
En definitiva, te preguntas si en esta crisis económica disparada y disparatada no se habrá generado en parte por la in-cívica presión ciudadana y también, por qué no, por la debilidad política. Nadie está por proclamar que su programa es sangre, sudor y lágrimas.
Si en una comunidad de vecinos, de números tan comprensibles, no hay conciencia de lo que implica cada petición, ¿cómo detener las crecientes demandas in-ciudadanas de que llegan sin cesar a todos los estamentos?
Mientras despachas el pincho de picadillo y la botella de sidra no paras de leer noticias de inminentes recortes. Por ejemplo, lees que el Gobierno asturiano va, como mínimo, a retrasar si no a eliminar dos terceras partes de las carreteras incluidas en el plan del gobierno anterior. No discutes que habrá una parte de revancha, pero te preguntas si en el plan anterior no habría habido un exceso de optimismo y otro tanto de cesión o claudicación ante presiones ciudadanas, de sindicatos, de patronales y Ayuntamientos.
De regreso a casa, siguen en el portal los papeles en idéntica posición. Entras junto con otro vecino, que pregunta si no hay portero los sábados.
- Si hubiera portero los sábados, subiría la comunidad.
- Debería haber portero para que limpiara esto.
- Ya, ¿pero estaríamos dispuestos a que subiera la comunidad?
- Esto no puede estar así todo el fin de semana.
Realmente no estamos por la labor de soportar la más mínima molestia. En este caso, es verdad que el vecino causante protegió el mármol con unos papeles para evitar caídas. También es cierto que después de esa primera fase, podía haberlo limpiado, pero quien sabe si tuvo que marchar inmediatamente y dejar aquello empantanado. Démosle el beneficio de la duda. Tampoco a nadie se le caerían loa anillos por limpiar aquello, aunque no haya tenido arte ni parte. Alguien lo hizo. Podrían sacarse otras lecciones del caso, pero no vas a tirar por ahí.
Mientras subes en el ascensor, te vienen a la mente quejas esporádicas que recibes en tu oficina por trenes abarrotados y en unas condiciones que acabas creyendo tercermundistas porque la palabra se incluye sistemáticamente en ese tipo de quejas. Es cierto que algunos días, en algunos trenes viaja gente de pie, pero raramente más de cuatro o cinco minutos. No estamos por sufrir la más mínima molestia. Hay que conseguir más trenes, y si no los hay pintarlos, para evitar esos picos de insoportable agobio. Si por no aguantar el tirón, alguien cede, entre todos se acaba pagando esa demasía. Eso sí, el pueblo astur se pondría a niveles de calidad europeos.
Lo mismo cabe decir de carreteras y autopistas. Nadie quiere permanecer dos minutos en un semáforo. Hay que perforar túneles, elevar puentes, trazar rondas de circunvalación, cuesten lo que cuesten, para evitar las famosas comunicaciones decimonónicas y tercermundistas.
En definitiva, te preguntas si en esta crisis económica disparada y disparatada no se habrá generado en parte por la in-cívica presión ciudadana y también, por qué no, por la debilidad política. Nadie está por proclamar que su programa es sangre, sudor y lágrimas.
Si en una comunidad de vecinos, de números tan comprensibles, no hay conciencia de lo que implica cada petición, ¿cómo detener las crecientes demandas in-ciudadanas de que llegan sin cesar a todos los estamentos?
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