Si no hubiera muerto la mujer de Tino el ayerán, tu antiguo compañero de pupitre cuando el también ayerán D. Jesús Lobo te arreó el único bofetón, no habrías ido esta tarde de sábado a ningún funeral a Moreda. Habrías ido al Fontán por la mañana, habrías tomado una botella de sidra y un pincho de picadillo. Habrías leído La Nueva España y te habrían ocurrido y se te habrían ocurrido otras cosas.
Si tu amigo y antiguo compañero Chuso no hubiera estado tan diligente y eficaz, no te habrías enterado de la noticia porque la muerte ocurrió hace unos días en Huesca y no lees las esquelas de Aragón, donde tuvo lugar el sepelio. Tampoco te habrías enterado porque el viernes hiciste una lectura fugacísima del periódico y no habrías reparado en la esquela, que no apareció en internet.
Si no tuvieras un plan con unos amigos para por la noche no habrías ido al mediodía a ver a tu madre, no le habrías enseñado una foto que Manolito, un jubilado, te dio este viernes, donde aparece sentado en una moto en el año 1957 para que tu madre intentara identificar inútilmente a otro joven de la misma foto. Al hilo de la conversación, tu madre no te habría contado que en una ocasión, Lola, la madre del motero, se sorprendió de que habiéndote mandado algo y no habiendo tú obedecido con diligencia, tu madre no te hubiera aplicado un soplamocos como mínimo:
- Mira, nu i pega.
Tampoco habría recordado una vez más lo que se arrepiente de la única vez que te pegó, porque averiguó posteriormente que no había ocurrido lo que dijeron que había pasado cuando jugabas en Fierros con Mari Tere. No habrías tenido tú ocasión de recordar que cuando Lobo te arreó un bofetón en Covadonga, siendo tú compañero del hoy viudo Tino, no andaba descaminado porque estabas imitando un gesto del que sería con el tiempo el canónigo más joven de España, Lobo, ignorando que estaba justamente detrás de ti.
Si a la salida del funeral no hubieras preguntado a un Policía Municipal de paisano que andaba por allí, también antiguo compañero de colegio (una mafia), por el pueblo de Los Torneros, donde tiene casa Armando, un compañero de coro, no te habría indicado que precisamente vive en ese lugar un señor que está a seis o siete metros de donde estáis, y añade que es un ferroviario jubilado de Pajares o por ahí arriba. No lo conocías, pero inmediatamente lo identificas: Luis Fueyo, de más de ochenta años extraordinariamente bien llevados, hijo de Herminia la partera.
Si te hubieras quedado cortado, no podrías averiguar una vez más que es inútil poner puertas al campo de los apodos, a saber, que a los viejos no debes decirles que eres hijo de Araceli, sino de Cela y del Rubio, aunque a tu madre no le haya gustado nunca lo de Cela, porque quizá intuya que Cela está asociado a palabras malsonantes.
Si no hubiera ocurrido todo eso, a lo mejor no tenías manera de abrazar al hijo de la comadrona oficiosa que asistió a tu madre en el parto en el que naciste tú y a lo mejor por eso estás hoy aquí.
Si tu amigo y antiguo compañero Chuso no hubiera estado tan diligente y eficaz, no te habrías enterado de la noticia porque la muerte ocurrió hace unos días en Huesca y no lees las esquelas de Aragón, donde tuvo lugar el sepelio. Tampoco te habrías enterado porque el viernes hiciste una lectura fugacísima del periódico y no habrías reparado en la esquela, que no apareció en internet.
Si no tuvieras un plan con unos amigos para por la noche no habrías ido al mediodía a ver a tu madre, no le habrías enseñado una foto que Manolito, un jubilado, te dio este viernes, donde aparece sentado en una moto en el año 1957 para que tu madre intentara identificar inútilmente a otro joven de la misma foto. Al hilo de la conversación, tu madre no te habría contado que en una ocasión, Lola, la madre del motero, se sorprendió de que habiéndote mandado algo y no habiendo tú obedecido con diligencia, tu madre no te hubiera aplicado un soplamocos como mínimo:
- Mira, nu i pega.
Tampoco habría recordado una vez más lo que se arrepiente de la única vez que te pegó, porque averiguó posteriormente que no había ocurrido lo que dijeron que había pasado cuando jugabas en Fierros con Mari Tere. No habrías tenido tú ocasión de recordar que cuando Lobo te arreó un bofetón en Covadonga, siendo tú compañero del hoy viudo Tino, no andaba descaminado porque estabas imitando un gesto del que sería con el tiempo el canónigo más joven de España, Lobo, ignorando que estaba justamente detrás de ti.
Si a la salida del funeral no hubieras preguntado a un Policía Municipal de paisano que andaba por allí, también antiguo compañero de colegio (una mafia), por el pueblo de Los Torneros, donde tiene casa Armando, un compañero de coro, no te habría indicado que precisamente vive en ese lugar un señor que está a seis o siete metros de donde estáis, y añade que es un ferroviario jubilado de Pajares o por ahí arriba. No lo conocías, pero inmediatamente lo identificas: Luis Fueyo, de más de ochenta años extraordinariamente bien llevados, hijo de Herminia la partera.
Si te hubieras quedado cortado, no podrías averiguar una vez más que es inútil poner puertas al campo de los apodos, a saber, que a los viejos no debes decirles que eres hijo de Araceli, sino de Cela y del Rubio, aunque a tu madre no le haya gustado nunca lo de Cela, porque quizá intuya que Cela está asociado a palabras malsonantes.
Si no hubiera ocurrido todo eso, a lo mejor no tenías manera de abrazar al hijo de la comadrona oficiosa que asistió a tu madre en el parto en el que naciste tú y a lo mejor por eso estás hoy aquí.
2 comentarios:
Menos mal que enseguida llega el lunes para que puedas descansar de tanto ajetreo.
menudos estudios los de Covadonga!!!.No puedo decir lo que se repartia si te movias.Que pesau soy
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