Vuelves a Valladolid, de tan ingratos recuerdos de la época de la mili. El que vas a contar no fue de los peores desde el punto de vista psicológico pese a suponer una nada despreciable estancia de veintinueve días en el calabozo, donde diste con tus huesos por tu inconsciencia. Al fin y al cabo, la hiciste y la pagaste. Curiosamente no echaste en falta la pérdida de libertad durante ese mes porque ya la teníais extraordinariamente restringida durante los nueve meses anteriores, meses de frío e injusticias.
Estás de guardia una noche, de plantón, con la misión de proteger la entrada principal, esa de la fotografía, de lo que antes fue el cuartel de ferrocarriles. Serían más de las tres de la mañana y no quedaría mucho para el fin de la primavera. Las guardias después de casi un año de mili ya no se hacían por el libro y a veces os juntabais a charlar en la misma zona de la puerta los que en teoría tenían que cubrir otras esquinas del cuartel. ¿Qué enemigo iba a atacar?
Quizá habíais tomado algo del o en el bar del cuartel, que seguramente no era del todo inaccesible a esas horas. Estabais charlando animadamente detrás del cristal enrejado, cuando veis pasar a una chica por la acera opuesta.
- ¿La llamamos?
- La llamamos.
Chistamos, entró, nos reímos un poco, despertó el brigada de guardia, oímos ruido y a los cinco minutos la chica puso pies en polvorosa. ¿Quién sería? ¿Se habrá enterado de nuestra suerte?
- ¡¡¡¿Qué hace ahí esa chica? ¿Qué hace ahí esa chica?!!!
No amanecimos en tus brazos sino en el calabozo.
Cuando entrábamos en esa academia ferroviaria-militar nos daban treinta puntos que se renovaban anualmente para cada uno de los cuatro años de mili. Por cada día de calabozo, restaban veinticinco centésimas, así que por treinta días, se perdían siete puntos y medio. Si llegabas a cero, te expulsaban del servicio militar y de Renfe. Como no habías tenido ningún arresto, te quedaste con dos puntos y medio y pudiste culminar una brillante carrera ferroviaria. Los otros compañeros de fatigas habían sufrido arrestos anteriores y tenían menos de siete puntos y medio así que quedaron en la calle, decisión que la autoridad militar tomó después de rechazar medidas de gracia, en el día vigésimo noveno, de ahí que quedaras libre un día antes.
Vuelves al lugar del crimen, das un paseo por el patio de lo que hoy es una clínica. Del calabozo queda únicamente una marca en la pared del edificio contiguo.
Estás de guardia una noche, de plantón, con la misión de proteger la entrada principal, esa de la fotografía, de lo que antes fue el cuartel de ferrocarriles. Serían más de las tres de la mañana y no quedaría mucho para el fin de la primavera. Las guardias después de casi un año de mili ya no se hacían por el libro y a veces os juntabais a charlar en la misma zona de la puerta los que en teoría tenían que cubrir otras esquinas del cuartel. ¿Qué enemigo iba a atacar?
Quizá habíais tomado algo del o en el bar del cuartel, que seguramente no era del todo inaccesible a esas horas. Estabais charlando animadamente detrás del cristal enrejado, cuando veis pasar a una chica por la acera opuesta.
- ¿La llamamos?
- La llamamos.
Chistamos, entró, nos reímos un poco, despertó el brigada de guardia, oímos ruido y a los cinco minutos la chica puso pies en polvorosa. ¿Quién sería? ¿Se habrá enterado de nuestra suerte?
- ¡¡¡¿Qué hace ahí esa chica? ¿Qué hace ahí esa chica?!!!
No amanecimos en tus brazos sino en el calabozo.
Cuando entrábamos en esa academia ferroviaria-militar nos daban treinta puntos que se renovaban anualmente para cada uno de los cuatro años de mili. Por cada día de calabozo, restaban veinticinco centésimas, así que por treinta días, se perdían siete puntos y medio. Si llegabas a cero, te expulsaban del servicio militar y de Renfe. Como no habías tenido ningún arresto, te quedaste con dos puntos y medio y pudiste culminar una brillante carrera ferroviaria. Los otros compañeros de fatigas habían sufrido arrestos anteriores y tenían menos de siete puntos y medio así que quedaron en la calle, decisión que la autoridad militar tomó después de rechazar medidas de gracia, en el día vigésimo noveno, de ahí que quedaras libre un día antes.
Vuelves al lugar del crimen, das un paseo por el patio de lo que hoy es una clínica. Del calabozo queda únicamente una marca en la pared del edificio contiguo.
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