Se recuerda estos días que pasaron cincuenta años del viaje espacial de Yuri Gagarin, más soviético de ruso por lo que vas a decir. La primera vez que habrás oído hablar de Gagarín sería posiblemente en el Seminario, quizá en una clase de religión o en una misa o en unos ejercicios o intercalado en cualquier otra materia, cuando desde el estrado o desde el púlpito alguien se habrá reído de Gagarin porque dicen que primero se rió él al asegurar que en su viaje por el espacio no había visto a Dios.
Puede ser el anzuelo para iniciar un debate acerca de la aventura espacial o a lo mejor de la existencia de Dios, para acabar por derroteros inesperados o, más probablemente, por los cerros de Úbeda.
Te recuerda esto tu reciente viaje a Salamanca en el que la gente se arracima y entretiene buscando al astronauta en un lateral de la Catedral nueva y a la rana encima de la calavera esculpidas sobre la fachada de la Universidad gótica.
Quizá en descubriendo la calavera y el astronauta sigan ruta turística, pero alguno habrá que se detenga a contemplar las trabajadas fachadas.
Cebos, ganchos, anzuelos que a veces consiguen captar el objetivo si son bien administrados por el guía, por el líder.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Pues vaya ocurrencia la del restaurador!
¿Que pensará el visitante dentro de 500 años?
La intención del astronauta es precisamente esa: mostrar que dicha parte fué restaurada en la era espacial, y no es original.
Publicar un comentario