2007/07/10

EL HADES, EL SALMO 129 Y LOS EMPLEADOS PÚBLICOS

Acabas de leer el Estatuto Básico del Empleado Público (BOE del 13 de abril) y no sabes si te entró miedo al Hades o al Juicio Final.

Todo el mundo se encomienda a alguien o a algo, creyentes y no creyentes. Aunque te pareció que siempre fue así, te acaba de convencer la lectura de un párrafo de La República de Platón: “Debes saber, Sócrates, que cuando alguien piensa que se encuentra cerca de la muerte, siente miedo e inquietud por cosas que anteriormente no se preocupaban; es entonces cuando las fábulas que se dicen del Hades (por ejemplo, de que el que aquí ha cometido faltas allí tendrá que sufrir el castigo), y que hasta ese momento le habían hecho reír, hacen mella en su ánimo como si realmente fuesen verdaderas. Y bien por la debilidad misma de su vejez, bien por encontrarse más cerca de su acceso al Hades, las observa con mayor respeto; comienza, pues, a verlas de manera recelosa y con miedo, reflexionando y considerando si ha cometido alguna injusticia con alguien. El que, en efecto, averigua las muchas faltas que ha cometido durante su vida, al igual que los niños, se despierta con frecuencia lleno de miedo y vive así completamente desesperado. El que, en cambio, no se siente culpable de ninguna injusticia, disfruta siempre consigo de una dulce esperanza, incomparable nodriza de la vejez, como dice Píndaro”.

No eres de natural rezador, pero tu innata flaqueza hace que te aferres al Salmo 129, que oyes tantas veces en los funerales:

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

No sabes si sustituir en este caso al Señor, por la Administración, el jefe, la empresa o la ciudadanía, pero a alguien tienes que implorar. Eres de por sí débil y te va a resultar imposible la pesada tarea que se te vino encima desde que hace unos días, maldita sea la hora, leíste el recién aprobado Código de Conducta de los empleados públicos, incluido en el malhadado Estatuto.
Como empleado público tienes que actuar con arreglo a los principios de ejemplaridad, austeridad, eficacia. Ya no podrás pedir nunca más la renovación del mobiliario.
Tu actuación perseguirá la satisfacción de los intereses de los ciudadanos al margen de cualquier factor que exprese posiciones personales, familiares, corporativas (Díos mío, imposible) o cualesquiera otras que puedan colisionar con ese principio.
Guardarás la debida discreción sobre asuntos que conozcas por razón del cargo, así que, en lo sucesivo, harás caso de un amigo tuyo ferviente defensor de hablar del tiempo y las gallinas.
El desempeño de las tareas correspondientes a tu puesto de trabajo se realizará de forma diligente y cumplirás la jornada y el horario establecidos, de manera que se acabó lo de ir a comprar esa bombilla que cada dos por tres se te funde.
Administrarás los recursos públicos con austeridad y no utilizarás los mismos en provecho propio. Está claro, ya no podrás llamar a tu madre a las dos de la tarde para ver cuantas pitas pusieron o saber si ya comió o si llueve o hace sol. Para eso tienes tu móvil particular.
Rechazarás cualquier regalo, favor o servicio que vaya más allá de los usos habituales, sociales y de cortesía. Para un artículo del que podías interpretar favorablemente, tampoco te da una alegría porque nadie te regala nada, ni dentro ni fuera de los usos habituales.
Garantizarás la constancia y la permanencia de los documentos para su transmisión y entrega a sus posteriores responsables, así que ya no podrás utilizar triquiñuelas, ni contraseñas, ni disculpas de mal pagador.
Toda esa herencia te dejó el Ministro Jordi Sevilla y eso que tenía reducción de jornada por atención a hijos pequeños.
Prefieres no seguir leyendo para no desesperarte y para no llegar al convencimiento de que estás estafando a la sociedad…a la ciudadanía, y eso por no ponerte a pensar en el mas severo juicio del Hades.

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