2007/03/10

LA VIEJA ESTACIÓN DEL VASCO DE MIERES

Tienes un sentimiento agridulce al ver algunas estaciones en desuso tan bien conservadas. Por una parte te da pena el recuerdo de cuando cumplían la función que les dio sentido. En muchas ocasiones por desgracia (mejor dicho, por desidia, por falta de impulso político) su estado es lamentable.
Un buen día recalas en Mieres y mientras tu madre va hasta el economato de HUNOSA (todos los economatos de las empresas públicas son igual de tristes, no se diferencian mucho de los colmados que viste en Cuba) tú das una vuelta por allí y acabas en la antigua estación del Vasco, que no sabes a qué se dedica en la actualidad, pero tiene pinta de haber sido reaprovechada para actividades culturales o sociales.
Te parece que se hizo una extraordinaria restauración y el entorno está perfecto, pero la pena es que por donde antes iban los carriles ahora trazaron unas líneas paralelas de adoquines negros que imitan muy bien una vía ferroviaria, solo que ya no son ese ejemplo de líneas infinitas que no se juntan nunca, porque los viejos y oxidados carriles estarán llorando su muerte en alguna chatarrería.
Te da pena que el tren de madera que hay allí ya no sea el de Víctor Manuel (ese tren tan viejo que no puede andar donde viajan un cura gordo y un guardia civil) sino que sea de juguete y que nunca haya tenido la estación tan buen aspecto como después de cerrada.
Pese a que te gustan las estaciones en buen estado, guardas una cierta prevención cuando alguien habla de reparaciones porque siempre tienes in mente un dicho de los viejos ferroviarios suspicaces: que cuando una estación se arregla es que se va a cerrar. Tienes que olvidar ese recelo.
También tienes que olvidar otra frase de relleno. A veces oyes que hay que distinguir lo urgente de lo importante, claro que nadie se lo cree, no te lo vas a creer tú. Importante es conservar al patrimonio histórico, pero no hay dinero para ello, porque lo urgente es ir tirando, no dijiste “tirando el patrimonio”, pero ahora que lo piensas…
A raíz del atentado de hace unas semanas de la kale borroka sobre la estación de Baracaldo la mente te jugó una mala pasada, pero no te pudiste contener y pensaste que alguien habría deseado que la estación se hubiera venido abajo, porque así se colocarían unas funcionales marquesinas y al carajo el ladrillo, tan costoso de mantener.

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