2007/03/17

CARTA A PALOP (La perseverancia)

http://www.youtube.com/watch?v=PExFRbs1jLw

Tienes mérito, Palop.
Siempre me llamaron la atención los porteros de fútbol, porque solo juega uno, y porque para jugar no tienen más remedio que esperar la expulsión, e incluso, pugnando en su conciencia, y repugnándose por pensarlo, la lesión de un compañero.
Por no tener, no os queda margen ni para la socorrida frase “tengo un hueco en el equipo”. Con un defensa, un centrocampista o un delantero, caben muchas combinaciones, pero portero solo hay uno.
Antes de ese gol que marcaste de cabeza, a la desesperada, en el último minuto, y que permitió a tu equipo, el Sevilla, pasar a la siguiente eliminatoria europea, no te reconocería si te encuentro por la calle, ni aunque coincidiéramos en un tren o en una mesa frente a frente.
A los amantes del fútbol, aun sin ser demasiado forofos, nos suena tu nombre. En realidad sé de ti bastante poca cosa. Sé que eres valenciano, que estuviste un montón de años de reserva en el Valencia, a la sombra de Cañizares, y que ahora eres titular en el Sevilla.
No conozco nada de tu vida, pero supongo lo duro que sería estar año tras año de reserva, ver que si el titular no jugaba por sanción o por lesión, tú saltarías al campo con la ilusión de arrebatarle el puesto, con la esperanza de no volver al banquillo.
Tuve que buscar en internet para saber algún dato más concreto de ti. Tuviste que pasar épocas muy malas. Te habrá apetecido mandarlo todo al carajo más de una vez. Me pongo en tu pellejo. Naciste en el año 73. En el año 95, con veintidós años, comenzaste a jugar en el filial del Valencia, en Segunda B. Lo mismo la temporada siguiente. Por esos años jugaba Zubizarreta en el equipo che. Veías crudo el puesto de titular. Por un lado te gustaría estar en Primera aunque fuera de reserva de Zubi, con la esperanza de tener una oportunidad como decís vosotros, que no suele venir por la baja forma de un portero ni por decisión técnica. Por otro lado deseabas jugar, aunque fuera en un equipo inferior, para no perder la forma, pera demostrar que podías hacerlo bien. Tomaste esta última opción, aunque tampoco sé si tuviste otra alternativa.
Zubizarreta ya tenía sus años, treinta y siete, y tú veinticinco en tu segunda temporada en el Valencia B. A Zubi no podían quedarle mucho años y te parecía que era el momento de, como decís vosotros, dar el salto al primer equipo.
Pero se retiró Zubi y en vez de rescatarte del Villarreal ficharon a Cañizares, portero también de la selección española. Habrás pensado otra vez en dejarlo todo, pero en el 99, después de meditarlo mucho volviste al Valencia porque tesón nunca te faltó. Sabías que era difícil. De hecho, en esa temporada jugaste quince partidos, por veintitrés de Cañizares. Las cinco temporadas siguientes te tocó nuevamente sentarte muchas horas en el duro banquillo, solamente jugaste veintiocho partidos y en ninguna temporada te tocó pisar la hierba más de once veces.
No obstante, te entrenaste siempre con la ilusión de servir al equipo si te necesitaba y la de demostrarte a ti mismo que no estabas acabado.
El caso es que cumpliste treinta años. Para tu edad eran muy pocos partidos en Primera División.
Como fe en ti mismo nunca te faltó, cambiaste de aires y fichaste por el Sevilla, en donde pudiste jugar toda la temporada completa del 2005, con muy buen rendimiento por cierto.
Tu día de gloria llegó este jueves. Tuviste que esperar pero el que la sigue la consigue. Tu equipo estaba a punto de quedar eliminado de la Copa de la UEFA pero con el tiempo ya cumplido sacabais un córner. Habías visto cantidad de veces por televisión que en esas ocasiones incluso los porteros van al ataque, más por coraje que por otra cosa, para que no se diga, aunque nunca con resultado práctico alguno. Solo habías visto a un portero meter goles de falta o de penalti. Horas más tarde, pasaron por televisión que sí, que algún otro portero metió goles, pero ninguno como el tuyo, un remate de cabeza espectacular, limpio, pegado al poste, imparable para el portero contrario.
En ese momento, como dicen que ocurre cuando se acerca la muerte, en unos segundos pasaría por tu cabeza la película de tu vida, y habrás pensado que después de tantos años de perseverancia, de tesón, de sinsabores, mereció la pena.
Y quién te iba a decir que tu subida a los altares no iba a ser por una parada grandiosa, sino porque habías metido un gol de cabeza y no en propia puerta, el gol de tu vida.

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